Llegamos incluso a comer seres humanos

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Tres jóvenes narran el horror de su vida como niñas soldado, 20 años atrás…

Tenían 11, 14 y 15 años cuando apenas siendo unas niñas se convirtieron en soldados.

Durante 20 años su dolor permaneció sepultado. Ahora se atreven por fin a hablar, no sin cierto miedo, y a narrar el horror que vivieron.

Rosalina, Laura y Juana son los nombres ficticios de tres mujeres que esconden un sufrimiento muy real. Prefieren mantenerse en el anonimato porque todavía no han podido escapar del miedo y temen posibles represalias.

«Yo rezaba todas las noches para morir», recuerda la primera de estas niñas, que fue reclutada con tan sólo 11 años. Rosalina jugaba con su hermana gemela cuando un batallón de Renamo (Resistencia Nacional de Mozambique), la guerrilla opositora al Gobierno de Frelimo (Frente de Liberación de Mozambique) irrumpió en su aldea. Junto a otros niños, fueron llevadas a una base oculta en medio de la selva. «Nos metieron en una cerca de pincho, como la de los bueyes y nos encerraron. Como no quise comer nada, me pegaron una paliza, decían que quería huir. Mataron a un niño delante de todos para que viéramos lo que les pasaba a los que se fugaban», explica sentada bajo un árbol de su humilde casa en el interior de la provincia de Gaza. «Si queríamos hacer pis teníamos que avisar a los guardas. Entonces nos acompañaban uno o varios hombres para mirarnos. Intentábamos aguantar todo lo que podíamos para no ir».

Una semana después de su secuestro, los soldados de la base entraron en el corral y seleccionaron a las niñas que pensaban convertir en sus esclavas sexuales. «Me separaron de mi hermana. Nos escogieron unos hombres y nos prohibieron hablar. Cada vez que nos mirábamos. llorábamos. Yo pensaba en lo que ese hombre me estaba haciendo y miraba a mi hermana y no podía contener el llanto. El suyo era un hombre muy grande y gordo».

Tras ser sometida a violaciones constantes, su calvario lejos de cesar continuó, esta vez en la base del famoso general Gomes. Con 14 años, Rosalina pasó de ser un mero objeto de uso al servicio de la tropa a convertirse en un soldado. «Comencé la instrucción en un batallón de mujeres. Todas llorábamos todas las noches. ¿Iba a tener que matar?, me preguntaba».

Pero no había opción. O luchaba o era ejecutada. «Me dolió mucho ver matar a tanta gente. Entrábamos en poblados y los soldados obligaban a madres a posar a sus bebés en el suelo y matarlos con un palo en la cabeza. En una ocasión entramos en un poblado y comenzaron a matar bebés y niños a machetazos. Nosotras nos asustamos. Reculamos y el comandante nos salvó de ser fusiladas al decir al general Gomes que habíamos luchado en el frente hasta el final».

Eran tiempos de una guerra cruel en la que todo estaba permitido. «Pasábamos mucha hambre. Una vez llegamos a una aldea, habían dejado comida en el fuego. Comenzamos a comer y de pronto nos dimos cuenta de que estábamos comiendo seres humanos. Era una trampa».

Tras los acuerdos de paz, Rosalina regresó a su hogar, aunque algunas de sus heridas todavía no han cicatrizado. Como tampoco lo han hecho en el caso de Laura, secuestrada por las tropas de Renamo en la provincia de Inhambane. «Nos llevaron a una base y nos amenazaron con matar a todos si intentábamos huir. Habían matado a todo un grupo por un intento de fuga. Siempre dejaban a uno libre para contarlo», explica.

La base en la que estaban fue atacada y tuvieron que huir al monte. «Llorábamos. Dormía y soñaba con huir. Así durante meses», relata. «No te podías negar a estar con uno o varios hombres. No eras nadie, eras nada. Si te precisaban tres comandantes hacías todo lo que ellos querían», explica. Después llegó el tiempo de combatir y el miedo: «Una vez me pegaron una paliza por asustarme. Ví cómo una madre era obligada a matar a su hijo y se dieron cuenta de que me asustaba», recuerda.

Una mina le arrancó una pierna, pero le alejó del infierno de su vida como niña soldado. A Laura le daba igual ganar la guerra, tan sólo «quería que acabara todo». De aquellos días prefiere quedarse sólo con el recuerdo de que ayudó a salvar gente: aquella a la que no mató o a la que dejó escapar.

Hoy, Laura tiene cuatro hijos, un marido que la abandonó y muy pocas ayudas. «Quizá me dejó porque tengo una discapacidad, pero eso ya lo sabía cuando me conoció», explica con cierta inocencia. La que un día fue una niña soldado sigue teniendo miedo, aunque ahora sus temores son otros. Vive con la angustia de que la prótesis de madera que lleva se le estropee y no tenga dinero para comprar otra.

Juana, en cambio, cayó en la trinchera con las tropas de Frelimo. Con 14 años alguien se presentó en su casa y le ofreció ir a estudiar medicina. «Mi sueño era ser médico así que convencí a mis padres para que me dejaran. Fui voluntaria». Pero lo que le esperaba no era una escuela, era un cuartel. «De pronto me vi sometida a un régimen militar. Nos levantaban a las cuatro de la mañana para hacer ejercicio. No era lo hablado y huí al tercer día. Me fui a esconder a casa de mi abuela. Pronto estaba todo lleno de militares buscándome. Me cogieron y el castigo fue llevarme en avión hasta Maputo, lejos de mi casa, para que no pudiera volver a escapar».

Autor: Javier Brandoli ( * Extracto)