¿Llegó la Revolución de Octubre?

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La Revolución de Octubre en Rusia, cuyo centenario se cumple este mes, tuvo varios intentos de imitación en el mundo a través de guerras y de golpes de Estado, militares o institucionales. En África se conocieron los tres. Aunque ninguno de ellos ha persistido, el espíritu dictatorial de varios de sus dirigentes sigue vivo.

La Revolución de Octubre en Rusia, cuyo centenario se cumple este mes, tuvo varios intentos de imitación en el mundo a través de guerras y de golpes de Estado, militares o institucionales. En África se conocieron los tres. Aunque ninguno de ellos ha persistido, el espíritu dictatorial de varios de sus dirigentes sigue vivo.

La década de 1960 fue la de las independencias africanas; entre los pocos países que la consiguieron después están las ex colonias portuguesas. Casi la totalidad accedieron a su nuevo estatus con constituciones democráticas preparadas por sus metrópolis, pero los padres de la patria se las apañaron para introducir enmiendas, hacer de sus formaciones partidos únicos y acaparar el poder absoluto; todo ello con el beneplácito de sus antiguos colonizadores, que vieron un modo de continuar el control mediante la protección dispensada a los nuevos amos.

Una de las formas de salir de este callejón absolutista fueron los golpes de Estado —una plaga entre los años 70 y 90—, si bien ninguno enderezó la situación: la mayor parte cayó en los defectos que pretendían corregir. Otra manera fue pasar del legado liberal colonial a la atracción socialista. Varios líderes, tomando como partida la tradición comunitaria africana, idearon diversas corrientes socializantes a las que dieron el nombre de Tercera Vía.

Gorvachov con el presidente de Zimbabwe R. Mugabe en el kremlin en 1987

En este ambiente cuadraron las palabras de Anatoli Gromyko, hijo de Andrei Gromyko, el eterno ministro soviético de Asuntos Exteriores, a Jeune Afrique en mayo de 1984: «La mitad de los países del continente declara querer construir el socialismo. Son sinceros, pero prestamos una atención particular a los que han incorporado el marxismo-leninismo a su programa, como Angola, Etiopía, Mozambique y Congo. De hecho, por el momento no hay en África ni países socialistas ni capitalistas (…). Sin embargo, la organización comunitaria tradicional está mucho más cerca del socialismo que del capitalismo».

Postulados socialistas

Se buscó un socialismo acorde con la tradición y se rechazaron conceptos de la ideología marxista, pero se asumieron varios de sus postulados prácticos: partido único, planificación económica, ideologización o control de los recursos estratégicos que los presidentes africanos asumieron con matices. Senghor (Senegal) postulaba un socialismo humanitario y espiritualista por encima del marxismo; Kenyatta (Kenia) reivindicaba el papel de la religión, y un socialismo con los aspectos positivos de cualquier corriente; para Nyerere (Tanzania) «el Ujamaa, o ‘espíritu de familia’ define nuestro socialismo»; para N’Krumah «saca su fuerza de la ciencia y tecnología modernas, y de la creencia africana tradicional»; Kaunda lo interpreta como un humanismo espiritualista; para Barre (Somalia) «es completamente conciliable con nuestra religión, el islam y admite la propiedad privada».

El socialismo inspirado en la tradición africana no tenía mucho que ver con el marxismo de la Revolución de Octubre. Para Lenin, la liberación de los pueblos colonizados no era el principio de sus aspiraciones políticas, sino solo un medio, ya que el fin era la instauración del socialismo en el mundo; la revolución de estos pueblos pondría en dificultad a las metrópolis y facilitaría su implantación. Los primeros contactos soviéticos con África tuvieron lugar por los años 50, cuando Rusia apoyó a Nasser en la nacionalización del canal de Suez. A través de los países árabes quiso introducirse en África negra mediante las relaciones comerciales; pero solo pudo hacerlo con los pocos países independientes entonces: Sudán, Ghana y Guinea.

Educación y seguridad

La ayuda rusa se canalizaba a través del Comité de Estado para las Relaciones Económicas con el Extranjero, que dependía del Consejo de Ministros. De él dependían instituciones como el Instituto de los Pueblos de Asia y el Instituto para África, creado en 1959. Según estimaciones de la ONU, entre 1954 y 1960 la URSS destinó 2.643 millones de dólares para ayuda al mundo subdesarrollado. Su colaboración se dirigía sobre todo a la industria, y sus créditos a gastos de prospección y de investigación, realizados por organismos soviéticos, y a equipamientos comprados a Rusia.

La penetración fue lenta, pero constante. El balance comercial con África era negativo en 78 millones de rublos en 1960, pero positivo cinco años más tarde en 73,5 millones. Sin embargo, su pretensión iba más allá de la ayuda al desarrollo, y lo que realmente quería Rusia era la ideologización de los africanos para hacerlos propagandistas del marxismo. Para ello, en 1960 fundó en Moscú la Universidad Patrice Lumumba y, siete años más tarde, su ayuda directa se extendía a Argelia, Camerún, Congo, Etiopía, Ghana, Guinea, Kenia, Malí, Uganda, Somalia, Senegal, Sudán y Túnez.

Muy pronto se añadió la cooperación militar con el envío de material bélico y la presencia de instructores de países del bloque comunista. En 1981 la revista Jeune Afrique, citando The Economist, repartía esa presencia así: Guinea-Bissau: 600 rusos; Guinea: 200; Benín: 1.200; Guinea Ecuatorial: 100; Congo: 220; Angola: 850; Etiopía: 2.000 y Mozambique: 550. En la mayoría de los casos, este grupo se completaba con soldados de la RDA y de otros países del este europeo. En el caso de Madagascar, eran 300 europeos del este.

El primer intento directo de intervención soviética fue en Guinea. Su presidente, el sindicalista Sékou Touré de tendencia socialista y totalitaria, se alineó ideológicamente con la Unión Soviética y emprendió con ella una estrecha colaboración. En 1961 se rompió el entendimiento, y desde entonces Rusia optó por una penetración indirecta a través de los movimientos de liberación, prestándoles armamento y ayuda técnica. La mayor parte de ellos comenzó la lucha armada en la década de los 60.

Experiencias marxistas

Hasta 1962, Guinea aparecía como uno de los pilotos del África revolucionaria al lado de la URSS. En 1959 había suscrito un acuerdo de cooperación con Rusia, y puso el aeropuerto de Conakry a su disposición para ayudar a los rebeldes de Angola, de lo que se aprovechó para vigilar el Atlántico mediante un gran despliegue tecnológico. La producción agrícola y minera salía hacia los países del bloque comunista a cambio de préstamos o de bienes de equipo. El personal soviético se encargaba de entrenar al Ejército guineano y de la formación ideológica del partido y de grupos de jóvenes.

Lo que quería Rusia era la ideologización de los africanos para que hicieran propaganda del marxismo

Ante el incremento de la presencia, implicación e influencia rusas en la política y la sociedad, Sékou decidió evitar un peligro mayor y aprovechó un pequeño incidente para expulsar al embajador soviético en 1961. No quería ningún obstáculo a su poder, e inició una política de bandazos colaborando con el capitalismo o comunismo según las circunstancias: «Nuestra filosofía fundamental no acepta que se considere el capitalismo o el socialismo como finalidades», escribió en su libro L’Afrique et la révolution. Sékou se convirtió en uno de los dictadores más sanguinarios de África y su política fue conocida como la «lógica de la horca».

Un caso semejante lo tenemos en Zimbabue con Robert Mugabe. Se hizo con la dirección de la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU) y luego, junto a la Unión Africana de los Pueblos de Zimbaue (ZAPU), formaron el Frente Patriótico en 1976 para arrebatar el poder a los gobernantes blancos. Los dos partidos comenzaron la lucha arma-da a principios de los 60 con ayuda de países comunistas. Cuando Mugabe se hizo con el poder absoluto, implantó una dictadura de hecho.

Preguntado qué era para él ser marxista-leninista, dijo: «Queremos desarrollar la economía en el interés de las masas. Pensamos que eso es humanismo. El socialismo debe adaptarse. Debemos tener en cuenta nuestra situación interna, nuestra historia, nuestra cultura…». Su dictadura se desarrolla bajo apariencia democrática, porque le es muy fácil manipular las elecciones. Perdió los comicios de 2008, y proclamó un empate técnico entre su formación y la oposición, negándose al recuento a pesar de las sanciones externas.

El caso congoleño

El primer día del año 1969, Marien Ngouabi se hizo con el poder en la República de Congo, y proclamó su voluntad de integrar el país «en la historia de la gran revolución proletaria mundial». A continuación declaró: «Me comprometo, guiándome por los principios marxistas-leninistas, a consagrar todos mis esfuerzos al triunfo de los ideales proletarios del pueblo». En 1970 hizo de Congo una república popular y estableció que «la primera particularidad de la revolución congoleña es que ha optado por el radicalismo científico». Para ayudarse en este intento fundó el Partido Congoleño del Trabajo, de corte leninista.

Tras su asesinato en 1977, le sustituyó Yhombi-Opango, quien juró su cargo con el compromiso de «defender los ideales proletarios conforme a los principios del marxismo-leninismo». Se le destituyó por su mala gestión y tomó el relevo un Directorio dirigido por Sassou-Nguesso, que tampoco sacó al país de la crisis. En la primera mitad de 1991, una Conferencia Nacional presidida por el obispo de Owando, Ernest Kombo, cambió el rumbo e instaló un sistema democrático hasta que Nguesso, con ayuda francesa, se hizo con el poder tras una guerra civil que él provocó.

En Somalia, Siad Barre tomó el poder en 1969 tras un golpe militar y el 21 de octubre de 1970 anunció: «Declaramos solemnemente que Somalia es un Estado socialista porque el socialismo es la ideología más aceptable porque da dignidad al hombre y a sus valores más importantes». La estructura politicoeconómica se planificó de acuerdo con los principios comunistas.

En julio de 1974 firmó un tratado de amistad con la Unión Soviética, el primero que esta hizo con un país de África Negra. En 1976 Barre fue el único jefe de Estado de un país no comunista que asistió a los debates del XXV Congreso del Partido Comunista Soviético. En noviembre de 1975 invadió el Ogaden etíope, persuadido de que Rusia le otorgaría su apoyo; pero no fue así, ya que esta optó por la deriva marxista emprendida por Menghistu Haile Mariam en Etiopía. En julio de 1977, más de 6.000 consejeros militares y técnicos soviéticos recibieron la orden de dejar Somalia, y el país entró en una descomposición de la que no ha salido.

En 1974 era depuesto el emperador de Etiopía, Haile Selassie, y se hizo cargo del país el Comité Militar Administrativo Provisional (DERG, por sus siglas en inglés), pronto controlado por Menghistu. En noviembre de 1977 viajó a Moscú y firmó un tratado preferencial que puso al país en la senda socialista. Para Fidel Castro «la revolución etíope es la más radical y la más auténtica que existe; la más profunda que jamás haya existido en África». Y así fue: nacionalizaciones, reforma agraria con deportaciones y ejecuciones sumarias. Los años 1977-1978 se denominaron el Bienio del terror rojo, con más de 50.000 víctimas. El Gobierno declaraba que «estaba justificado, y que esta forma de actuar continuaría hasta la eliminación total de los contrarrevolucionarios». En mayo de 1991 Menghistu huyó a Zimbabue.

Benín y los lusófonos

La aventura marxista en Benín fue una iniciativa exclusiva del golpista Mathieu Kérékou: «A partir de hoy, sábado, 30 de noviembre de 1974, la sociedad nueva donde habrá de vivir cada habitante de Dahomey será una sociedad socialista. No hay otra vía de desarrollo histórico para el pueblo de Dahomey, que ha optado por la ideología marxista-leninista para resolver sus problemas». Fundó el Partido Popular de Benín y, un año más tarde, el país pasó a denominarse República Popular de Benín. En 1985, el segundo congreso del partido reconoció el fracaso de la vía socialista; el deterioro se agravó en los años siguientes, y, en 1990, la Conferencia de las Fuerzas Vivas ponía fin al experimento socialista.

Las antiguas colonias portuguesas consiguieron la independencia tras una guerra de liberación, cuyos movimientos más fuertes fueron de ideología marxista ayudados por el comunismo internacional. En Angola, el ideólogo fue Agostinho Neto, que, en la lucha por el poder durante la guerra civil, transformó el MPLA «en un partido de clase de ideología marxista-leninista». Murió en 1979 y le sustituyó José Eduardo Dos Santos, en el poder hasta el pasado mes de agosto.

En Cabo Verde y Guinea-Bissau operaba el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), estructurado según las tesis socialistas, aunque su presidente, Arístides Pereira, declaraba que «buscamos los medios de salir del subdesarrollo sin preocuparnos de saber si las medidas que tomamos son de derechas o de izquierdas». En Guinea-Bissau, Luis Cabral precisaba que «lo esencial no es declararse marxista. Lo esencial es la acción». En noviembre de 1980, el golpe de Estado de Vieira Pinto llevó al país al abandono paulatino de la vía socialista, consumado seis años más tarde.

La insistencia de Machel

Fue en Mozambique donde con más ahínco se mantuvo el Socialismo de la mano de Samora Machel, que transformó el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO) en un partido marxista-leninista. En 1977 firmó un tratado de amistad con la Unión Soviética, lo que contribuyó a afianzar más el discurso marxista, una de cuyas consecuencias fue la aldeanización de los campesinos en la reforma agraria. En 1986 moría Machel en un accidente de aviación no esclarecido, y Joaquín Chissano emprendió un viraje político que se concretó en el quinto congreso del partido (julio de 1989) con el abandono del socialismo científico.

El Movimiento de Liberación de Santo Tomé y Príncipe (MLSTP) era un partido marxista-leninista de orientación angolana, dirigido con mano dura por Pinto da Costa, economista formado en Berlín oriental. El deterioro económico y una agricultura que no despegaba, le llevaron al abandono progresivo del marxismo desde 1985, y a introducir el juego democrático cinco años más tarde.

Brezhnev da la bienvenida al presidente Egipto Anouar El Sadat, en el aeropuerto de Moscú el 11 de octubre de 1971

En Madagascar, Didier Ratsiraka se hizo con el poder el 14 de junio de 1975 al frente de un Consejo Supremo de la Revolución; propuso un giro político a la sombra del marxismo y plasmó su programa en la Carta de la Revolución Socialista, inspirada en su libro Fundamento de la Revolución socialista malgache: «La revolución socialista es la sola elección posible para llegar a un desarrollo rápido en Madagascar. El Estado será la expresión de los intereses de las clases trabajadoras. Y el principio fundamental sobre el que reposará la organización de la revolución será el centralismo democrático». Tomó como base el fokonolona, una institución comunitaria tradicional, hizo una serie de nacionalizaciones y creó las instituciones oportunas. No logró sacar adelante su proyecto y en julio de 1991 disolvió el Parlamento y convocó elecciones.

Autor: José Luis Cortés López 
Fuente: Mundo Negro octubre 2017