LOS DESINFORMADORES DESENMASCARADOS

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La sociedad totalitaria gusta especialmente de los medios de comunicación. Es otra manera de ejercer el poder, pues en ellos encuentra la forma de imponerse sin derramar sangre.



Por Hervé Pascua
Filósofo francés y escritor.

Un temblor de tierra ha tenido lugar en un gran país. Nadie ha sabido nada, salvo algunos lectores privilegiados de revistas especializadas que han conocido la noticia gracias a la pluma de un vulcanólogo sagaz. Esta noticia no ha sido difundida por los medios de comunicación; motivo: en una sociedad perfecta no puede haber temblores de tierra. Muchas sacudidas sísmicas pasan inadvertidas de esta manera. Pero no estamos hablando de los seísmos habituales. La mayoría de las veces se trata de seísmos espirituales que hacen resquebrajarse la costra de prejuicios, ideas recibidas, hábitos mentales y abren una vía de acceso a la libertad. Así vemos lo que ésta llegaría a ser en una sociedad en la que un partido, o un clan cualquiera, controlara totalmente el poder de informar.

Desde el momento en que se manipula la verdad, la libertad está en peligro. Vivir libre, en efecto, más que en elegir, consiste en ser lo que se es. Cuando de un individuo o de una institución se dice lo que no son, o no se dice lo que son, algo grave está ocurriendo: su libertad ha sido lesionada. La libertad está indisociablemente unida a la verdad; por eso, todos los medios para suprimirla conducen a uno solo: la mentira.

El Diccionario define la mentira como «una afirmación, a sabiendas, contraria a la verdad, hecho con la intención de engañar». Mentir, precisa, es «afirmar lo que se sabe falso, callar o negar lo que se debería decir».

La difusión instantánea y universal de la palabra, gracias a los medios de comunicación, puede estar al servicio de la libertad difundiendo la verdad, o puede esclavizar las conciencias inculcándoles la imagen engañosa de un mundo que corresponde al designio de los tiranos. Sin embargo, los hijos de las tinieblas son más hábiles que los hijos de la luz. ¿Es que vamos a asistir al dominio de los primeros sobre los medios de comunicación, en detrimento de los segundos? Nos tememos que esto es posible en la medida en que la ley del más fuerte es siempre la mejor…

La sociedad totalitaria gusta especialmente de los medios de comunicación. Es otra manera de ejercer el poder, pues en ellos encuentra la forma de imponerse sin derramar sangre. La destrucción de las conciencias se revela mucho más rentable que la del cuerpo, este último de gran utilidad en caso de escasez de máquinas. «La verdadera guerra moderna escribe Vladimir Volkoff en su novela Le montage provocará pocas muertes, alguna tortura y ninguna destrucción material. Será totalmente económica y permitirá al vencedor ampararse de territorios y de pueblos de más cerca que lo que haya podido hacerlo rey alguno. Todos nosotros nos hallamos involucrados en la aurora del despliegue de una nueva arma tanto más eficaz cuanto menos mortal». Ha habido que crear una nueva palabra para designar esta nueva arma: «la desinformación». De ella se ha propuesto la siguiente definición: «Técnica que permite abastecer a terceros de las informaciones generales erróneas, conduciéndoles a cometer actos colectivos o a difundir juicios deseados por los desinformadotes» (id.). Entre los medios de comunicación que se disponen a este proyecto encontramos a la radio y la televisión en cabeza.

Esta técnica, magistralmente analizada por el autor de Le montage, recupera la palabra orden de Mao: «Haced un molde para la conciencia de las masas adversas». Para preparar y orientar la opción a través de la información tendenciosa hay numerosos medios: la contra verdad no verificable, la mezcla falso verdadero, la deformación de la verdad, la modificación del contexto, la difuminación de la idea, las verdades seleccionadas, el comentario autorizado, la ilustración, la generalización, las partes desiguales, las partes iguales. Es necesario buscar un adversario para desviar la atención del público, habrá que buscar o inventar un chivo expiatorio. Ya que la mentira se alimenta del odio, sobre todo del odio a la verdad. Una vez encontrada su víctima, resulta fácil proporcionarle palabras ficticias creadas para disgustar. Un buen medio para este fin es el dar un valor peyorativo a las palabras cuyo sentido no lo es o, a la inversa, dar un sentido positivo a una realidad odiosa como en la expresión: «Liberalización» o «despenalización» del aborto. La devaluación lingüística, puesta al servicio de la intoxicación ideológica, se revela siendo fulgurantemente eficaz. Pero antes de instaurar el nuevo orden hay que saber esperar. Hay que sugerir, antes, al adversario las intenciones, que él, seguidamente, intentará realizar. Por ejemplo, ¿quiere asegurar su superioridad militar? Sugiérale sentimientos pacifistas. ¿Quién no desea la paz? Para derribar mejor al enemigo, no proponga nada preciso en lugar del orden combativo e instaure una nueva orden en cuanto la antigua se convierta en incapaz de ser defendida.

En resumen, el buen desinformador debe seguir estos mandamientos:

1. Desacredita el bien.
2. Compromete a los jefes.
3. Haz vacilar la fe de los hombres.
4. Utiliza hombres viles.
5. Desorganiza a las autoridades.
6. Siembra la discordia entre los ciudadanos.
7. Pon a los jóvenes en contra de los viejos.
8. Ridiculiza las tradiciones.
9. Perturba el avituallamiento.
10. Haz escuchar a músicos lascivos.
11. Extiende la lujuria.
12. Paga.
13. Sé informado.

La radio y la televisión sirven formidablemente como «caja de resonancia» para los objetivos de la desinformación. Basta escuchar la radio o ver la televisión para darse cuenta de ello. Los responsables de estos organismos, verdaderos agentes de su partido o del poder reinante, pretenden ser objetivos. Y en efecto, son objetivos, lo son, pero cara a un número de personas cada vez más restringido, que piensa cada vez menos como todo el mundo. El desinformador se encuentra sólo, con la nariz pegada al objetivo de la cámara, que es el único testigo, y nadie más puede afirmarlo. Se acaba al final por no creer nunca a los mentirosos y sólo ellos pueden creer sus mentiras. En verdad, su drama íntimo es tomar sus palabras por realidades y pensar que, informando, nos enseñan.

Platón distinguía entre el saber y la opinión. El desinformador los confunde, toma la opinión como fuente del saber. Su espíritu, fácilmente satisfecho, convierte un sondeo de opinión en el criterio de la verdad. ¡La estadística obliga! Sin embargo, tantear una opinión es, habitualmente, sinónimo de propagar un rumor. La opinión, de suyo, es versátil, superficial, influenciable, refleja el devenir y pasa con el tiempo. Pero esto le importa muy poco al desinformador, porque a sus ojos la verdad es puro devenir. Él se «las arregla» muy bien llamando mentira a la verdad de ayer y verdad a la mentira de hoy. Todo valor eterno se excluye en provecho del valor de uso. La imposición del desinformador es tanto más competente entre los espectadores cuanto que ninguno de ellos puede responderle. Se haría, aunque fuera demasiado tarde: «Los desmentidos pasan, las mentiras permanecen». El dictador dicta a las masas lo que tienen que pensar. Tiene la facultad de ponerse en el lugar del otro, «de asaltar la conciencia, e incluso el inconsciente de los otros de la misma manera que uno se hace con los mandos de un vehículo».

Ante tal amenaza para la libertad del espíritu, hay que afirmar con fuerza que sólo la verdad nos hará libres. Nunca lo repetiremos bastante: vivir libre es vivir sin mentir. El mentiroso vive encadenado a su mentira. Pero la verdad resiste al flujo de las palabras y tarde o temprano acaba emergiendo, sumergiendo en la confusión a aquel que la ha negado. ¡Las cosas son lo que son! «La bave du crapaud n»atteindra pas la Manche colombe»

Filósofo francés y escritor. Colaborador de La Libre Belgique y en otros medios de diversos países. Entres sus libros, en castellano se cuenta «Opinión y verdad», publicado en 1990 por ed. Rialp.