Son 160 millones de personas en la India, pero su situación de esclavitud, marginación y trato denigrante sigue siendo desconocida para gran parte de la comunidad internacional. La India es la democracia más grande del mundo, con alrededor de 1.000 millones de habitantes. Pero su sistema de libertades no ha logrado, desde su independencia de Inglaterra en 1947, lograr romper las ataduras sociales de un sistema de castas que condena a millones de habitantes a un apartheid cotidiano, cargado de violencia, esclavitud y pobreza extrema.
Por Marta Caravantes
Agencia AIS
Son 160 millones de personas en la India, pero su situación de esclavitud, marginación y trato denigrante sigue siendo desconocida para gran parte de la comunidad internacional. La India es la democracia más grande del mundo, con alrededor de 1.000 millones de habitantes. Pero su sistema de libertades no ha logrado, desde su independencia de Inglaterra en 1947, lograr romper las ataduras sociales de un sistema de castas que condena a millones de habitantes a un apartheid cotidiano, cargado de violencia, esclavitud y pobreza extrema.
Los llamados dalits o ‘intocables’ representan un 18% de la población de la India y su status social es tan bajo que no pertenecen siquiera a la ‘sociedad humana’ y son considerados tan impuros –de ahí la expresión ‘intocables’- que hasta se dice que sus sombras están contaminadas. Nacer dalit significa estar discriminado en todos los órdenes de la vida y soportar que los derechos esenciales en materia de vivienda, trabajo, alimentación, salud y educación, sean boicoteados cada día. Relegados a los trabajos más deshumanizados siguen siendo, en la India del siglo XXI, apartados de la sociedad, denigrados y despojados de derechos.
Los safai karamcharis, también conocidos como manual scavengers, son personas ‘empleadas’ en limpiar manualmente las letrinas públicas y privadas, algunas de las cuales tienen más de 400 ‘asientos’. Alrededor de 800.000 dalits, la mayoría mujeres, se dedican a esta labor, que no es un trabajo de limpieza cualquiera. La legislación india lo considera «una práctica deshumanizada». Los excrementos humanos son limpiados manualmente con una escobilla y un recipiente de hojalata. Después son vertidos en una cesta que los dalits cargan a su cabeza hasta lugares que distan hasta 4 kilómetros de las letrinas. Algunas veces, en especial en época de lluvias, el contenido de la cesta se desborda y cae en la cabeza y el cuerpo de los dalits. Por si fuera poco, en muchos casos este tipo de ‘profesión’ es hereditaria y pasa, generalmente, de madres a hijas. Los safai karamcharis son considerados intocables hasta para los propios intocables.
Los dalits también limpian las calles y retiran los animales muertos. Muchos de ellos viven en guetos y tienen prohibido beber agua de los pozos públicos, lo que les obliga a caminar kilómetros cada día para conseguir agua. Los niños tienen que sentarse en las últimas filas de las escuelas y muchas niñas son forzadas a entrar en burdeles. Se sabe que cada año, entre 5.000 y 10.000 niñas dalits son vendidas en los burdeles de Mumbai y otras grandes ciudades. La esclavitud, junto con la impunidad, es una de las lacras habituales con la que tienen que combatir los dalits. Se estima que en la India existen 40 millones de trabajadores en condiciones de esclavitud (de ellos 15 millones de niños) de los cuales la mayoría son intocables. «Es una sociedad totalmente enferma», afirma Yogesh Varhade, presidente del Centro Ambedkar para Justicia y Paz, dedicado a la defensa de los dalits.
Aunque la ‘intocabilidad’ está prohibida en el artículo 17 de la Constitución india, en la práctica continúa sustentada por los latifundistas, la policía y las autoridades locales. Los dalits han sido víctimas de numerosas matanzas, como la sucedida en 1997 en Bihar, donde murieron 60 intocables a manos de las guardias privadas de los terratenientes. En la matanza perecieron 33 mujeres, ocho de ellas embarazadas, y 16 niños. La policía, según la organización Human Rights Watch (HRW), en vez de defender a los dalits, vulnera sus derechos con detenciones ilegales, torturas y chantajes. Cada año, como confirma HRW, son registrados en la India más de 100.000 casos de violaciones, asesinatos y otras atrocidades contra los dalits, muchas de ellas cometidas por la propia policía.
La actitud del gobierno de la India tampoco es el aliado fiel que los intocables necesitan y, muchas veces, las organizaciones sociales dedicadas a la defensa de los dalits se han visto boicoteadas. Por ejemplo, en la Cumbre Mundial sobre Racismo, celebrada en Durban (Sudáfrica) en 2001, el gobierno indio sacó de la agenda el tema de los intocables argumentando que era un problema que no tenía que ver con el racismo.
A pesar de todos los obstáculos, los dalits no cejan en su empeño de ser reconocidos como seres humanos. En el pasado Foro Social Mundial celebrado en Mumbai, participaron 25.000 dalits de más de 20 estados para que su voz fuera escuchada más allá de las fronteras de la India. Otras organizaciones trabajan de forma similar al Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, ocupando extensiones de tierra de los latifundistas.
Es difícil de asimilar que después de tantos siglos en la lucha por las libertades y derechos, haya que reivindicar todavía la condición de ‘seres humanos’ para millones de personas. Se acaban de cumplir diez años del fin del apartheid en Sudáfrica. Ojalá veamos pronto que el mayor apartheid del mundo se desvanece y los ‘intocables’ puedan ser acogidos en la sociedad que les pertenece, y sus sombras dejen de ser proscritas para habitar en igualdad en la tierra donde nacieron.