Los rohingyas, acorralados en la frontera del odio

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Sin velas, sin flores, sin rezos, sin la santa indignación de los justos, una vez más docenas de cadáveres se pudren en las pantanosas tierras del norteño estado birmano de Rakhine, la comunidad rohingya sigue esperando justicia

Según la Consejera de Estado, la premio nobel de la paz, Aung San Suu Kyi, la verdadera jefa del país, al menos 70 personas murieron tras los ataques de milicianos de la etnia rohingya contra una treintena de aldeas en los municipios de Maungdaw, Buthidaung y Rathedaung, en Rakhine.

La versión oficial indica que los ataques se iniciaron este último jueves, cuando un grupo armado de “extremistas bengalíes” atacaron una comisaría en la región de Maungdaw, con bombas de fabricación casera, al tiempo que se registraron una serie de ataques coordinados contra varios puestos policiales. Pocas horas después en el poblado de Taung Bazaar, unos 150 miembros de la etnia rohingya, atacaban e incendiaban la comisaría. Hechos similares se reproducían en toda el área. Según fuentes oficiales se esperan nuevos ataques.

Tras nuevos ataques del Tatmadaw, que provocó la llegada de más de 70 mil rohingya a Bangladesh, llegando ya a los 450 mil que viven en diferentes campos de refugiados

Esta inusitada e incomprobable ofensiva rohingya, abrirá pasó a una nueva oleada represiva por parte de las autoridades de Naypyidaw, que desde siempre han tenido como política de estado la aniquilación de esa etnia, perseguida y excluida de cualquier tipo de derecho civil, (ver Los rohingyas se hunden en el olvido.)

El pueblo rohingya, es obligado a vivir en campos de concentración a los que la prensa no tiene acceso y los que constantemente sufren progroms por parte del Tatmadaw, el ejército birmano y otras organizaciones budistas como el Ma Ba Ta, o el 969 que prácticamente son la misma organización y miembros del Partido de Desarrollo de Nacionalidades. En estos intentos de limpieza étnica, se sabe de reiterados casos de incineración de cadáveres, por parte del Tatmadaw, intentado borrar los rastros de las masacres.

Birmania, un país de mayoría budista, se niega a admitir el casi millón trecientos mil miembros de esta etnia musulmana como connacionales, impidiéndoles el acceso a la educación, los servicios médicos, el trabajo y fundamentalmente la nacionalidad.

Estos recientes ataques, que tienen un fuerte olor a una operación de falsa bandera, fueron documentados por el gobierno en las redes sociales, donde podían verse imágenes de poblados incendiados, un recurso típico del Tatmadaw cuando ataca a los rohingyas. Otras fotografías muestran civiles escapando por un río, que podría ser el Maungdaw, armas blancas y varios soldados heridos tras los presuntos ataques por parte de los musulmanes.

Según fuentes gubernamentales la ola de asaltos iniciada el jueves fue reivindicada, por el Ejército Rohingya de Salvación Nacional (ERSN), en protesta por los hechos de la ciudad de Rathedaung, donde desde hace semanas se han incrementado las acciones contra la minoría islámica.

En todas las zonas donde se asienta la comunidad rohingya, desde hace casi tres meses se han vuelto a repetir actos de violencia contra ellos, impidiéndoles llegar a sus campos de cultivos y la adquisición de insumos básicos como alimentos y medicamentos.

Este último sábado el Tatmadaw utilizó morteros y ametralladoras contra un importante grupo de rohingya, que huía rumbo a Bangladesh, cerca del puesto fronterizo de Ghumdhum.

Frente al temor de que se vuelva a repetir la oleada de refugiados, que en octubre del año pasado, tras nuevos ataques del Tatmadaw, que provocó la llegada de más de 70 mil rohingya a Bangladesh, llegando ya a los 450 mil que viven en diferentes campos de refugiados como los de Teknaf, Kutupalong, Balihkali, o el de isla de Thengar Char, algunos desde 1978 y donde la falta de instalaciones higiénicas y agua potable hace que el cólera, la disentería y la malaria se expandan de manera incontrolada. Sin posibilidades de trabajo se ha detectado que algunos miembros de esta comunidad se han empleado con carteles de la droga para trasportar como mulas una metanfetamina muy popular por estos días, conocida como yaba, en tailandés “medicamento loco” un negocio que mueve cerca de 3 mil millones de dólares al año. Mientras que el Gobierno bangladesí culpa a los rohingyas del aumento del tráfico y consumo.

Para evitar que esta problemática continúe creciendo, las autoridades de Dacca han ordenado el cierre de la frontera con Birmania, unos 272 kilómetros, en que una gran parte están surcados por río Naf, por donde cruza la mayoría de los rohingya que intentan dejar Birmania.

Lo paradójico de esta situación es que mientras Dacca les cierra su frontera, ya que son ciudadanos birmanos, Naypyidaw, sostiene históricamente, que toda la cuestión respecto a los rohingyas se inició cuando estos se instalaron en la provincia de Rakhin, llegados desde Bangladesh, según algunos durante la segunda guerra mundial, según otros varios siglos antes.

Como si de un designio maldito se tratase, en mayo último el huracán Mora, asoló el campo de Kutupalong, donde vivían más de cien mil refugiados rohingyas, destruyendo más de 10 mil chozas.

El fundamentalismo como salida

Si bien no hay informes que puedan vincular al pueblo rohingya con el fundamentalismo y mucho menos con el terrorismo encarnado por al-Qaeda o Daesh, pareciera que las acciones de Birmania y la inacción de los organismos internacionales y las grandes potencias no están dejando otra alterativa que la violencia para los rohingyas.

Cuando estalló la crisis migratoria de abril de 2015, en que miles de rohingyas se lanzaron al mar procurando escapar de la represión en Birmania, infinidad de reuniones, congresos y foros auspiciados por organizaciones regionales y la propia Naciones Unidas, se realizaron intentando buscar una solución, que finalmente naufragó como muchas de las embarcaciones rohingyas, a las que le eran negados los puertos de Tailandia, Malasia, Filipinas, Indonesia y Bangladesh. Nunca se conocerá el número de aquellos muertos a los que le habían dejado como única opción el naufragio o el suicidio.

Aunque los rohingyas, se les ha cargado en san Benito de traficantes, son miembros de la clase política de Bangladesh, los que instrumentan y usufructúan todo el negocio con la yaba.

También se han conocido denuncias de la compra de órganos a los rohingya, particularmente córneas y riñones, a 20 mil takas, poco más de 250 dólares, mientras que muchas jóvenes rohingyas, caen en manos de tratantes, que las venden como prostitutas, al tiempo que muchos jóvenes son colocados en el mercado de la mano de obra esclava desde los países del Golfo Pérsico al sudeste asiático.

Las penurias del pueblo rohingya, dentro y fuera de Birmania no ha pasado desapercibido para las organizaciones wahabitas, siempre dispuestas a ampliar sus frentes e incorporar más combatientes. Es por ello que desde principios de 2016 tanto al-Qaeda, como el Daesh, están extendiendo su influencia tanto a los rohingyas que aún viven en Birmania, como todos aquellos que se encuentran en el exilio.

Se ha detectado que miembros del Daesh en Bangladesh están alentando a los rohingyas a iniciar la lucha en Birmania. Mientras algunas células intentan entregar armas y dar entrenamiento a los rohingya intentado la creación de Wilayah Arakan (provincia de Arakan) como llama los musulmanes a la provincia de birmana de Rakhin y abra un frente de combate. Otra publicaciones vinculadas a al-Qaeda en el sudeste asiático llama a los musulmanes a apoyar la causa rohingya atacando objetivos birmanos.

Una organización militar conocida como Haraqah al-Yakin, (Movimiento de la Fe) aparentemente fundados por miembros de los rohingyas, que contaría con unos 400 milicianos y su cúpula habría sido entrenada en Arabia Saudita, se han adjudicado varios ataques contra puestos policiales cerca de la frontera con Bangladesh, aunque estas operaciones deben ser tomadas con pinzas ya que bien podrían ser acciones encubiertas del ejército birmano o alguna organización paramilitar, o incluso uno de los tantos grupos guerrilleros nacionalistas, budistas y marxistas que operan en el Birmania, que de todas maneras se podrían utilizar para reprimir a los rohingyas, acorralados en la frontera del odio.

Autor: Guadi Calvo (escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central)