Mahamadou, niño esclavo

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El 16 de este mes que termina, celebramos el día de la esclavitud infantil. Ese día honrábamos y pedíamos perdón a los más 400 millones de niños sometidos a una de las peores crueldades de la historia

Tal día fue elegido por que ésa es la fecha en el que fue asesinado Iqbal Masih por la mafia de la alfombra por denunciar la Esclavitud infantil. Tenía tan solo doce años y había sido niño esclavo desde los 4 en Pakistán, su país natal. Su vida, que todos debíamos conocer, es un auténtico testimonio de solidaridad y lucha por la justicia.

Mahamadou, como Iqbal, sufrió la esclavitud de la miseria desde su nacimiento. Nunca fue a la escuela y su entorno vital se reducía a su casa, el campo y el bosque. El mayor de ocho hermanos, es hijo de un buen hombre, responsable de la oración en una de nuestras comunidades de etnia Gando.

Uno más de los “niños del Benin” (así llaman a nuestros niños esclavos en el vecino país de Nigeria), le conocí hace unas semanas, apenas recobrada su “pequeña libertad”. Allí malvivió los últimos cinco años, sin prácticamente conocer lo que es un rato de descanso. Se fue a la edad de 16 años, empujado por la crónica miseria familiar y después de caer en la apetecible, tramposa y envenenada tentación de regresar un día con una moto nueva (¡Pobre motos nigerianas!, a mil años de las fanfarronas Ducatti, Yamaha y cía), que te hace parecer alguien importante en la edad en la que más y mejor pesca consigue nuestra sociedad (algunos dirían suciedad) de consumo.

Mahamadou comenzó su triste periplo como pastor de vacas durante dos años. Al final le “pagaron” 100.000 francos CFA (152€), bueno no exactamente, porque el que le llevó a Nigeria se chupó 35.000 (53€). Todo el día y todos los días en el bosque con la “hermosa compañía” de serpientes, escorpiones, lobos. Y cuidadito con dormir por la noche, que los ladrones de ganado no son un cuento, y si por casualidad te falta un buey o una vaca, la pagas con otro añito más de bosque, vamos igual que cuando se lesionan Cristiano o Messi. ¿Y comer? ¡Aah!, arréglatelas como puedas, nadie te lo paga, o robas o te mueres de asco.

Otro de los grandes peligros del bosque son los forestales, sus verdaderos enemigos. Y ante él, sólo cabe vigilar y huir, que para algo tienen que valer los móviles (donde hay cobertura), a parte de para atontar y aislar a la gente. Si un forestal te coge, apañado vas, otro buey perdido y otro añito más de “diversión”.

Pero entre los pobres sí que existe la solidaridad. Además de la solidaridad del avisado móvil, está la necesaria compañía. Ninguno va solo con su rebaño, van todos en diversos grupos, eso sí, sin mezclar los rebaños para evitar el contagio de las enfermedades. Pues, más de lo mismo, si una res se muere, añade otro año más. ¿Y a ésto hay que llamarlo trabajo “para ayudar a la economía familiar”? (léase jocosamente, torciendo los labios, como lo haría el jesuita albañil Chércoles).

¡Qué milagro!, nuestro buen amigo Mahamadou (bueno, de verdad, y amigo mío, también) salió vivo de tan dura prueba, pero no libre. No podía regresar, pues aún no podía comprar la moto. Y fue entonces cuando decidió cambiar la esclavitud del bosque por la del campo.

Bembereke1No les fue mejor en el campo que en el bosque, ni a él ni a sus otros cuatro compañeros, el más pequeño de 13 años. Fueron contratados para trabajar en una granja no muy lejos de un pueblo, donde sólo podían ir los domingos para comprar algo de comer, pero hasta eso se les impedía pues no tenían dinero. Trabajaban de sol a sol, descansando únicamente unos 15 minutos por la mañana y un breve momento para comer hacia las 4 de la tarde. Siempre comían lo mismo, pasta de maíz.

Al final del primer año, el que les llevó a Nigeria vino a pedir el dinero ajustado, pero, y resumiendo mucho la historia, entre la comisión que debían pagarle a él y los 2000 CFA (3€) que el dueño del campo les descontó por cada domingo descansado, la moto seguía siendo un sueño. Y lo mismo ocurrió durante los dos siguientes años.

Nuestro buen Mahamadou sí que iba, a pesar de todo, consiguiendo algo de dinero y lo poco que había ahorrado, se lo confió a un hermano de su padre, que trabajaba en Nigeria desde hacia tiempo, para que se lo guardara. Pero, ya lo sabemos, el mal es insaciable, y hasta su propio tío le comió el pequeño “fruto” de tan salvaje esclavitud. Por todo lo cual, Mahamadou se vio una vez más obligado a prolongar un año más su estancia en ese infierno, preferible, en la mentalidad africana, a regresar al pueblo con la vergüenza en las espaldas.

Los últimos sietes meses fueron tal vez los más duros para nuestro amigo. Trabajó con otro chaval en otra granja, donde se tiraban hasta siete horas sin comer nada, siempre trabajando de siete de la mañana a siete de la tarde. Y en todo ese tiempo sólo tuvieron la gracia de poder descansar dos días: la fiesta del final del Ramadán y la fiesta del cordero, la Tabasquí.

Y, por fin, al cabo de cinco años y cansado ya de todo, Mahamadou pudo conseguir su moto. Pero no una nueva, como él quería, sino una pobre moto, ya bastante usada, con lo que pudo, al menos, un buen día regresar a su casa. ¿Y qué pasó después con la moto? Bueno, pues que su padre la vendió para poder comprar un buey, algo mejor para beneficio de toda la familia. Y ahora ¿qué hará el bueno de Mahamadou? ¿Se quedará viviendo en la miseria de su propia casa, o volverá a la tierra de la servidumbre infantil? Yo lucho para que se quede y trabaje aquí de una forma nueva, con otros y con nuevos métodos, algo más liberadores. De momento no falla a nuestras reuniones y oraciones y se le ve contento. Y tal vez un hermano suyo se venga a estudiar a nuestro hogar-internado el próximo curso. Un abrazo y luchemos juntos contra toda forma de esclavitud.

Autor: Alejandro Rodriguez Catalina