Manuel Altoaguirre: Una respuesta a la división y al sectarismo a través de los libros.

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Queremos presentaros, en nuestra sección de artículos de la campaña por la promoción de lectura social, una  serie de testimonios,  que a través de la importancia que han tenido en sus vidas la lectura y los libros,  han podido salir de situaciones difíciles y comprometerse socialmente para hacer de este mundo, una vida digna para todos.  

Este testimonio lo podrás leer más ampliamente en nuestro libro

«Voz de los sin Voz»: Medio pan y un libro.  Nº 809.

Manuel  Altoaguirre nació en Málaga en 1905 y falleció en Burgos en 1959, poeta, impresor y productor. Fue el más joven escritor de la generación del 27. Seguramente sea el que hoy goce de menor reconocimiento, pero si no hubiese sido por su amor incondicional a los libros, los más destacados compañeros de generación, no hubiesen visto publicar sus obras. Consideraba la labor editorial como “un auténtico rincón de poesía” y llevó a la imprenta “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca y “La realidad y el deseo”, de Luis Cernuda, entre otros. También publicó a Rafael Alberti, Pablo Neruda y a Vicente Aleixandre, tradujo a Aleksander Pushkin y a P.B. Shelley por citar a algunos destacados autores foráneos.

Sacó a la calle varias revistas literarias donde dio a conocer a insignes poetas, una de ellas fue “ Poesía Humana” con Pablo Neruda, también recogió el testigo de Lorca, para dirigir “La barraca”, por toda España, dando a conocer al pueblo una cultura que para él era tan  indispensable como el pan y la libertad:

“La poesía…me muestra el mundo y con ella aprendo a conocerme  a mí mismo… sirve para rescatar el tiempo, para levantarnos la moral, para tener el alma completa, en vez de fugaces momentos de vida. En ella experimentamos más la muerte que el sueño y nos liberamos de lo contingente, de lo efímero. Ella nos hace unánimes y comunicativos”.

Todo esto en medio de las más crueles circunstancias, porque le pilló la guerra cuando empezaba su labor, y pudo ver a España desangrarse. Vivió la muerte de su amigo Federico, el fusilamiento de dos de sus hermanos, la persecución religiosa por las calles de Madrid, fue internado en un manicomio y en un campo de concentración, sufrió el exilio y la separación de su familia. Pero todo ello lo supo “Capear” con serenidad y esperanza, alejado en todo momento de la tentación del odio y de la venganza.

En sus memorias tituladas “El caballo griego”, que no pudo terminar por su fallecimiento, nos habla sobre alguno de sus momentos más dolorosos, como la muerte de sus hermanos:

“Invierno de 1936, un teatro de Castellón…Era yo el director de la compañía y eran los actores de “La barraca” de Federico García Lorca los que esa noche debían de representar, en homenaje suyo, su drama romántico “Mariana pineda”…Fui bruscamente sorprendido por un individuo vulgar y misterioso.. Me preguntó: ¿Es usted Manuel Altolaguirre?.. acercó su cara a mi oído: Su hermano Federico era un hombre muy bueno..se quedó mirándome a los ojos y luego, apretando mi mano con la suya, me entregó un papel muy doblado. Aquí tiene la lista de los asesinos de su hermano. Son del ateneo Racionalista de Castellón…El teatro estaba ocupado por un público enardecido.. Me costaba trabajo encontrar alguna palabra que decir. Lentamente levanté la vista del suelo, avanzaba hacia mis ojos un enorme letrero “Ateneo racionalista de Castellón de la Plana”.

Al apretar los puños, encontré entre mis dedos el papel de la denuncia. Cada bando de la guerra civil había asesinado a un hermano mío. Y yo estaba allí para protestar de la muerte de Federico García Lorca ante los hombres responsables de la muerte de mi hermano Federico”.

De la persecución en Madrid:

Nos entregaron dos fusiles y municiones.. Manolo ¿tú sabes manejar esto? Y como yo le dije que no, se dispuso a enseñarme.. y disparó.. Resultaron heridas la portera y su hija. Afortunadamente sin gravedad. No me fue difícil conseguir un vehículo para llevarlas al hospital.. Durante el trayecto se mostraban inquietas, algo les preocupaba..al fin habló la madre: por favor, no nos vaya a dejar hospitalizadas, me miraban fijamente al rostro, yo les correspondía con un gesto que les inspirase confianza.. tenemos que volver a casa, porque en el sótano tenemos escondidas a siete monjas…Yo me comprometí a conducir a las religiosas al lugar seguro que ellas estimasen por más conveniente. Aquella misma noche las monjas abandonaron su refugio inadecuado y tal vez peligroso, después de que me prometieron al despedirse que me tendrían presente en sus oraciones. Y yo me hice la promesa formal de no volver a manejar un arma de fuego”.

Puede sorprender el carácter religioso de Manuel, pero era un hombre de profundas convicciones religiosas que mantuvo y le ayudaron en toda su vida. No es difícil hacerse una idea de las dificultades que tuvo para poder conjugar sus valores políticos con sus creencias.

Pronto llegaría el terror para él y su familia. Cruzaron la frontera francesa y tuvo que separase de su mujer y de su hija para poder asegurar la huida de estas. Fue detenido y encarcelado en un campo de concentración, poco después y tras varias crisis psicológicas fue internado en un manicomio:

“Cuando me encerraron en aquella celda yo no estaba loco pero debí parecerlo. Me preguntaban mi nombre y lo decía. Me ofrecían de comer y yo no comía. Podría decir el número de barrotes que tenían las rejas y cuántos eran los alambres de mi claraboya. La claraboya era mi única alegría… Me acordaba de mi niña de tres años, cuando la llevaba con su madre hacia la frontera, por un camino, por una alameda de sicomoros, mi niña miraba las altas ramas pidiéndome una bolita.

…Comprendí que debía elevarme por encima de las ruindades de este mundo. Recé con una sinceridad ajena, como si no fuera yo el que rezara, cosa que me ocurre con frecuencia, cuando logro salir de mí, extraviándome…..Entonces comenzaron las tentaciones del Diablo. Primero fue la soberbia.. Dios mío recé, ten compasión de mi, sálvame…Luego vino la envidia. Mientras me muero solo, allá en París unos hombres estarán con sus hijos y mujeres. Pero al poco exclamé, que sea verdad, que allá en París algunos hombres abracen a sus hijos y mujeres…Vencí al pecado de la ira. Me prometí ser fuerte..la claraboya era mí única alegría..de repente me invadió una claridad fría, misteriosa..me desperté, llevaba siete días sin comer ni beber.. Cuando volvió de nuevo la enfermera no pude responderla con palabras, me incorporé, junté las manos en ademán piadoso y luego mirando a las alturas señalé con el índice varias veces al cielo. Cuando se fue de la mirilla hice sobre mi frente la señal de la cruz y comencé mi examen de conciencia…

Fue rescatado por unos colegas y consiguió reunirse con su esposa e instalarse en casa del poeta Paul Eluard, donde también residían Max Ernst y Pablo Picasso. Todos ellos colaboraron para que la familia pudiese embarcarse hacia América en Marzo de 1939.

A partir de ese momento vino un largo exilio en Cuba y en México, donde continuó con sus trabajos de impresor y editor, además de escribir guiones para el cine y producir películas como “Subida al cielo” de Luis Buñuel.

En 1959 regresó a España para presentar en el festival de cine de San Sebastián, una adaptación al cine de “El cantar de los cantares” donde había participado como guionista y director. Cuando volvía a Madrid tuvo un accidente de coche en Burgos, falleciendo su esposa en el acto y él tres días más tarde.

Manuel Altolaguirre  supo mantenerse firme en medio de la barbarie y el sinsentido de una guerra civil, mostrando al mundo que se puede tener la respuesta adecuada incluso en los momentos de mayor frustración y dolor. Un hombre enamorado de  la literatura y de los libros, que hasta el final de sus días reivindicó el valor de la lectura por encima incluso de la propia escritura:

La poesía salva no solamente al que la expresa, sino  a todos cuanto la leen y recrean. Tiene más espíritu el buen lector que el buen escritor, porque el primero abarca mayores horizontes. Aún no he llegado a ser un buen lector de mi poesía. Aún no he logrado sentir todo lo que espero haber dicho.