Todo ha sido irregularidades, denuncian las ONG.
Se trata de un procedimiento habitual. Las fuerzas de seguridad marroquíes meten a los inmigrantes en autocares, los llevan a la frontera, les indican que caminen hacia el desierto, y que entren sin más en Argelia. Ellos, tan pronto pueden —o cuando así se lo indica el primer guardia argelino que los ve—, se dan la vuelta y vuelven a Marruecos. Un ritual con escaso sentido práctico. Cuando llegan a Oujda, como hicieron ayer los de Isla de Tierra, se asientan en el campus de la Universidad, un espacio en el que no entra la policía, o en alguno de sus montes cercanos. Y desde allí buscan la manera de acercarse de nuevo a la frontera con España.
Las posibles irregularidades son múltiples. Las ONG también critican que ni siquiera se haya escuchado a aquellos inmigrantes que querían solicitar asilo.
Los 73 restantes permanecieron en el peñasco hasta que se inició la operación de desalojo. La Guardia Civil los buscó con linternas por todo el islote y, después, los entregó en mano a Marruecos. O casi en mano, porque los agentes españoles no abandonaron en ningún momento sus lanchas ni tocaron suelo marroquí. Cada uno sabía con precisión cuál era su papel en la intervención. Sobre la arena, un monumental despliegue de militares, policías y gendarmes marroquíes aguardaba a los subsaharianos.
En Isla de Tierra ya no queda apenas rastro de lo sucedido. Unos soldados limpiaban los restos que había dejado en el islote el casi centenar de inmigrantes que lo había ocupado durante la última semana. Algunos llevaban allí seis días, durmiendo a la intemperie y soportando un calor sofocante durante el día, sin sombra alguna en la que resguardarse.
* Extracto