«Que se trunque la cadena del odio» ¡Cuántos hermanos y hermanas nuestros están reviviendo en su carne el drama del Calvario! ¡Qué numerosos son los "vías crucis" olvidados! Pienso en las trágicas imágenes de violencia, de guerras y de conflictos, que diariamente nos llegan desde tantos lugares; en la angustia y el dolor de individuos y de pueblos de todo continente; en la muerte por hambre y por privaciones de miles de adultos y de niños inocentes; afrenta de la dignidad humana, perpetrada por desgracias en ocasiones en nombre de Dios. CIUDAD DEL VATICANO, 20 abril 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el Mensaje de Pascua que pronunció Juan Pablo II a mediodía de este domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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1. «Surrexit Dominus de sepulcro
qui pro nobis pependit in ligno» (de la Liturgia).
«Ha resucitado del sepulcro el Señor,
que por nosotros fue colgado de la cruz». ¡Aleluya!
Resuena alegre el anuncio pascual:
¡Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente!
El que «padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado»,
Jesús, el Hijo de Dios nacido de la Virgen María,
«resucitó al tercer día, según las Escrituras» (Credo).
2. Este anuncio es el fundamento
de la esperanza de la humanidad.
En efecto, si Cristo no hubiera resucitado,
no sólo sería vana nuestra fe (cf. 1 Co 15,14),
sino también nuestra esperanza,
porque el mal y la muerte nos tendrían a todos como rehenes.
«Ahora, en cambio, –proclama Liturgia de hoy–
Cristo ha resucitado de entre los muertos,
primicia de los que han muerto» (1 Co 15,20).
Con su muerte, Jesús ha quebrantado y vencido
la férrea ley de la muerte,
extirpando para siempre su raíz ponzoñosa.
3. «¡Paz a vosotros!» (Jn 20,19.20).
Éste es el primer saludo del Resucitado a sus discípulos;
saludo que hoy repite al mundo entero.
¡Oh Buena Noticia tan esperada y deseada!
¡Oh anuncio consolador para quien está oprimido
bajo el peso del pecado y de sus múltiples estructuras!
Para todos, especialmente para los pequeños y los pobres,
proclamamos hoy la esperanza de la paz,
de la paz verdadera, basada en los sólidos pilares
del amor y de la justicia, de la verdad y de la libertad.
4. «Pacem en terris….».
«La paz en la tierra, suprema aspiración
de toda la humanidad a través de la historia,
es indudable que no puede establecerse ni consolidarse
sino se respeta fielmente
el orden establecido por Dios» (Encíclica «Pacem in terris», Introducción).
Con estas palabras comienza la histórica Encíclica,
con la cual hace cuarenta años
el beato Papa Juan XXIII
indicó al mundo el camino de la paz.
Son palabras actuales como nunca
al alba del tercer milenio,
tristemente oscurecido por violencias y conflictos.
5. ¡Paz en Irak! Que con la ayuda
de la Comunidad internacional,
los iraquíes se conviertan en protagonistas
de una reconstrucción solidaria de su país.
Paz en las otras regiones del mundo,
dónde guerras olvidadas y conflictos solapados
provocan muertos y heridos entre el silencio y el olvido
de no poca parte de la opinión pública.
Con profunda tristeza pienso en las huellas
de violencia y de sangre
que no parecen tener fin en Tierra Santa.
Pienso en la trágica situación
de no pocos Países del Continente africano,
que no puede ser abandonado a su suerte.
Tengo bien presentes los focos de tensión
y los atentados a la libertad del hombre
en el Cáucaso, en Asia y en América Latina,
regiones del mundo queridas igualmente por mí.
6. Que se trunque la cadena del odio que amenaza
el desarrollo ordenado de la familia humana.
Que Dios nos conceda ser liberados
del peligro de un dramático choque
entre las culturas y las religiones.
Que la fe y el amor a Dios
hagan a los creyentes de cada religión
valientes artífices de comprensión y perdón,
pacientes constructores de un provechoso diálogo interreligioso,
que inaugure un era nueva de justicia y de paz.
7. Como a los Apóstoles asustados en la tempestad del lago,
Cristo repite a los hombres de nuestro tiempo:
«¡Ánimo, soy yo, no temáis!» (Mc 6,50).
Si Él está con nosotros, ¿por qué tener miedo?
Aunque parezca muy oscuro el horizonte de la humanidad,
hoy celebramos el triunfo esplendoroso de la alegría pascual.
Si un viento contrario obstaculiza el camino de los pueblos,
si se hace borrascoso el mar de la historia,
¡que nadie ceda al desaliento y a la desconfianza!
Cristo ha resucitado; Cristo está vivo entre nosotros;
realmente presente en el sacramento de la Eucaristía,
Él se ofrece como Pan de salvación,
como Pan de los pobres, como Alimento de los peregrinos.
8. ¡Oh divina presencia de amor,
oh vivo memorial de Cristo nuestra Pascua,
Tú eres viático para los que sufren y los que mueren,
para todos eres prenda segura de vida eterna!
María, primer tabernáculo de la historia,
Tú, testigo silenciosa de los prodigios pascuales,
ayúdanos a cantar con la vida
tu mismo «Magnificat» de alabanza y agradecimiento,
porque hoy «ha resucitado del sepulcro el Señor,
que por nosotros fue colgado de la cruz».
Ha resucitado Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza.
Ha resucitado. ¡Aleluya!
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LA MEDIATACIÓN DEL FINAL DEL VÍA CRUCIS
La Cruz, respuesta al desgarrador grito de dolor del planeta; según el Papa
CIUDAD DEL VATICANO, 18 abril 2003 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que Juan Pablo II había preparado para el Vía Crucis de este Viernes Santo en el Coloseo, pero que no pronunció, pues prefirió ofrecer una meditación improvisada sobre la Cruz de Cristo, salvación para el mundo. Para los archivos de la Santa Sede, el texto preparado, es considerado como el texto leído.
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1. «Adoramus Te, Christe, et benedicimus Tibi, quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum» (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, pues con tu santa Cruz redimiste al mundo»). ¡Con tu Cruz! En cada estación del Via Crucis hemos cantado esta invocación que no sólo expresa el sentido del Viernes Santo, sino también el misterio mismo de nuestra salvación. Con la Cruz, Jesús nos ha arrancado del poder de la muerte y del pecado; con la Cruz nos ha redimido y ha vuelto a abrirnos las puertas de la dicha eterna.
Al final de este día de penitencia y de oración, nos quedamos en silenciosa contemplación de Dios que ha sacrificado a su Hijo, su único Hijo, por la salvación del mundo.
El Via Crucis nos ha hecho revivir la pasión de Cristo, pasión que misteriosamente continúa en nuestro tiempo y hasta el final de los tiempos.
2. ¡Cuántos hermanos y hermanas nuestros están reviviendo en su carne el drama del Calvario! ¡Qué numerosos son los «vías crucis» olvidados! Pienso en las trágicas imágenes de violencia, de guerras y de conflictos, que diariamente nos llegan desde tantos lugares; en la angustia y el dolor de individuos y de pueblos de todo continente; en la muerte por hambre y por privaciones de miles de adultos y de niños inocentes; afrenta de la dignidad humana, perpetrada por desgracias en ocasiones en nombre de Dios.
¿Podemos quedar indiferentes ante este desgarrador grito de dolor que se eleva desde tantas partes del planeta?
3. Con tu Cruz redimiste al mundo. Cuando los seres humanos callan impotentes ante estas inquietantes preguntas, la respuesta es ofrecida por la fe. Es una respuesta presente en el mismo acontecimiento que hoy conmemoramos: la muerte de Cristo. En efecto, mientras la noche es todavía oscura, se entrevé ya en la aurora del nuevo día, el día de la resurrección. La muerte no tiene la victoria definitiva. La última palabra la tiene Dios, que resucitará al tercer día a su Hijo unigénito, inmolado por nosotros.
4. «Stabat Mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa». A los pies de la Cruz estabas tú, Madre dolorosa, esperanza y apoyo de todos los hombres peregrinos sobre la tierra. También bajo la Cruz experimentaste el silencio y el abandono, pero tu fe no vaciló.
Virgen fiel, ayúdanos a permanecer en contemplación orante del misterio que hoy conmemoramos. Ayúdanos a abrazar con amor a Cristo crucificado, el tesoro más precioso que el Omnipotente nos ha dado.
«Adoramus Te, Christe, et benedicimus Tibi, quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum». Tu Cruz, Cristo, es nuestra salvación.