Morir de hambre

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Lo más chocante de la nueva hambruna en el sur de Níger, y que afecta también a Burkina Faso, Mali, Mauritania y Chad, es que se produce cuando los Estados más ricos del mundo, reunidos a principios de julio en Gleneagles (Escocia), declararon (no sin cierto cinismo) que el 2005 sería el «año de África».

Por Ignacio Ramonet
17 de agosto de 2005

También escandaliza porque, hace apenas dos meses, cuando ya la catástrofe era evidente, Estados Unidos, ignorando el drama, no dudó en gastar millones de dólares en unas maniobras militares conjuntas con estos países en el marco de la Iniciativa Transahariana de Lucha contra el Terrorismo. Y, sobre todo, porque esas hambrunas eran previsibles desde que una plaga de langosta arrasó los cultivos en el Sahel el año pasado. Ya entonces, en agosto y septiembre del 2004, muchas organizaciones de solidaridad empezaron a avisar que una catástrofe se preparaba y que había que tomar medidas preventivas (léase, por ejemplo, mi crónica Plagas de langosta en La Voz de Galicia del 25 de agosto del 2004).

En octubre del año pasado, el Programa Alimentario Mundial (PAM) de la ONU constató que las cosechas, diezmadas por las langostas, no iban a alcanzar, y lanzó una llamada a la ayuda internacional. Se necesitaban unos 15 millones de euros. Pero casi nadie respondió a ese grito de auxilio. A principios del pasado mes de junio, apenas se habían obtenido unos 4 millones de euros. Suma insuficiente para ayudar a tantos hambrientos. Sólo en el sur de Níger, en la región de Maradi, frontera con Nigeria, se estima que 3,5 millones de personas (sobre un total de 11,5 millones de habitantes) están hambrientas. Miles de niños se hallan en peligro de muerte. Hace un año, menos de un euro por niño y por día hubiera bastado, ahora, a causa de la imprevisión, más de 70 euros serán necesarios para salvar a cada criatura.

Pero una parte de la culpa la tiene la lógica neoliberal que el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Unión Europea y otros organismos mundiales están imponiendo en esta región. Por ejemplo, presionado por estas instituciones, el presidente de Níger, Mamdiou Tandja, reelecto en diciembre del 2004, tuvo que instaurar -a pesar de la amenaza concreta de hambruna- una tasa del 19% sobre los alimentos de primera necesidad que está agravando el cataclismo entre los pobres. Por otra parte, los bancos cerealeros locales, subvencionados por el Estado, que impedían la especulación causada por la penuria, han dejado de funcionar por orden del FMI. Consecuencia: los precios del mijo (principal cereal consumido aquí) se han disparado. Antes de la crisis, un saco de cien kilos de mijo costaba unos 15 euros, hoy ese mismo saco cuesta casi 34 euros.

Según el Dr. Mego Terzian, coordinador de la ayuda de urgencia en el sur de Níger, y Johanne Sekkenes, jefe de la misión de Médicos Sin Fronteras: «A pesar de que, a causa de las malas cosechas del 2004, los graneros de mijo se han vaciado, hay alimentos en los mercados. El problema es que, por la penuria y por retenciones de carácter especulativo, sus precios alcanzan niveles prohibitivos para la mayoría de la población (un 63% de los nigerinos viven bajo el umbral de pobreza)».

Terzian y Sekkenes añaden: «En esas condiciones, las consignas de las agencias de la ONU que preconizan la venta de alimentos a precios moderados es criminal. Lo que habría que hacer es organizar de inmediato distribuciones gratuitas». Esto demuestra que, en situaciones de desastre humanitario, el dogmatismo neoliberal mata.

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