Muro: tema tabú

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Los dos candidatos (Obama | McCain) apoyaron construir 1.200 kilómetros de muro con México y no hablar de ello durante la campaña. (extracto)

El muro es el mensaje. El muro divide ciudades, provoca llagas sangrantes, avanza como una doble serpiente metálica por los cerros, muerde implacable el polvo del desierto. El muro es el horizonte cegado, la espalda impenetrable del norte, la barda definitiva entre dos mundos cada vez más distantes.


Obama y McCain votaron hace dos años a favor del nuevo muro de Berlín (lo llamó así el ex presidente mexicano Vicente Fox). Aunque la construcción se está retrasando, y los costes se han disparado, este corte metálico de 1.200 kilómetros dejará blindada una tercera parte de la frontera.


Ahora que la crisis económica hace estragos entre los inmigrantes, ahora que más de un millón y medio de indocumentados ha hecho las maletas, prefieren mirar hacia otro lado e ignorar el drama humano. Redadas a discreción, familias partidas, esposos deportados, hijos estadounidenses que se quedan al cuidado de los tíos o en hospicios infantiles…


Unos 130 congresistas demócratas y apenas 17 senadores votaron no al blindaje de 1.200 kilómetros en la frontera. Barack Obama y John McCain, que hasta entonces se habían pronunciado por una «reforma migratoria comprensiva», se abonaron al lema de «seguridad primero». El muro, según Obama, es solamente «una parte de la ecuación». Pero líderes latinos no perdonan su traición.


«ALLÁ NOS NECESITAN»


«Por más alto que nos pongan el muro, los mexicanos lo vamos a brincar», afirma Juan Carlos. «Allá nos necesitan para servir en los restaurantes, para levantar la cosecha…».


Norma Torres, 26 años, aguanta hasta el último segundo, antes de que caiga el sol sobre el océano truncado y la Border Patrol dé por concluido el cónclave de familia. «Todos los muros que hagan son una discriminación y nos están rebajando», lamenta su padre, José, desde el lado mexicano. Norma, que trabaja más de 12 horas al día cuidando niños y repartiendo periódicos al otro lado, tiene que esperar varios meses a que le renueven el visado para poder abrazar a los suyos.


A Dulce Soberanes, 49 años, la deportaron hace poco y ya no puede volver a cruzar: «Me mandaron de vuelta a Tijuana después de pasar media vida en San Diego, trabajando en todo lo imaginable». A su hija, Sonia, que quedó en el lado estadounidense, se le rompe el alma cada vez que la ve llorar entre los hierros. Los nietos se han quedado esta vez en casa «porque no soportan ver en estas condiciones a su abuela».


El muro entero impresiona. Llega a alcanzar los siete metros de altura. Las medidas de seguridad incluyen vigilancia aérea (aviones, helicópteros, incluso algún zeppelín) además de cámaras de infrarrojos y sensores de última generación… La doble y triple valla -de hierro sólido, alambre de espinos, con torretas y cámaras de vigilancia que le dan el aspecto de campo de concentración- viene avanzando por los cerros de Tijuana y, antes de fin de año, llegará previsiblemente hasta el mar.


VIDAS PARTIDAS


En ese momento, se consumará la separación histórica entre la Alta y la Baja California, divididas por la barrera artificial que penetra en el desierto y prosigue hasta Mexicali. Entonces proclamarán victoria los instigadores del miedo a los inmigrantes, capitaneados por el ultraderechista Tom Tancredo, que impulsó la idea del muro como reacción a las históricas marchas del sí se puede, que reclamaban la amnistía para los 12 millones de indocumentados.


El Departamento de Seguridad Interior no se conforma con sellar la frontera. Las deportaciones se han triplicado desde el 2006 y este año llegarán a las 200.000. Las redadas en las empresas que contratan indocumentados se han convertido en rutina diaria. Y las detenciones de inmigrantes cruzando furtivamente la frontera han caído un 39% desde el 2005, cuando se llegó al techo de 1.200.000, señal evidente de que muchos menos se atreven a intentarlo. Por primera vez en tres décadas, el flujo anual de inmigrantes ilegales (en torno a medio millón) es inferior al de inmigrantes legales.


California tomó la delantera: ya sólo queda por amurallar una franja del desierto camino de Caléxico. Allí conocemos a Víctor Monroy y a Jorge Duarte, que vienen de cerrar la jornada en la fábrica de National Beef en Burley. «Allá matamos del orden de 2.300 vacas al día, y todos somos puros mexicanos. Es un trabajo peligroso y duro, pero nos pagan 10 dólares a la hora».


Asistimos a uno de los últimos actos de hermanamiento en la vieja verja que desde 1974 divide los mundos. «Al menos las familias se pueden ver y tocar, y eso es lo mínimo que pedimos», sostiene el padre John Fanestil, que oficia la ceremonia en español. «Si el nuevo muro sigue avanzando, la vida de toda esta gente va a quedar truncada».


Entre San Luis Colorado y San Luis (Arizona) se levanta ahora uno de los tramos más demoledores del nuevo doble muro, de metal oscuro y siete metros de altura, con una franja de seguridad custodiada por la Border Patrol. «Ya no cruzan como antes, hay una grandísima diferencia», certifica el agente Wayne Attwell. «Hemos pasado de 700 apresamientos diarios a seis. Se lo estamos poniendo más difícil».


Nieves Riedel, ex alcaldesa del San Luis americano, nacida en el San Luis mexicano, no puede contener su ira contra la doble barrera metálica entre sus dos pueblos: «Estamos perdiendo la humanidad. En este país que presume de ser el centro de la democracia sigue muy vivo el racismo y por desgracia se puede tocar. El muro es la prueba. El sueño americano es un mito».


El muro divide ya sin remedio el desierto de Sonora. «Bush racista», dice una pintada en el lado mexicano. «Fronteras: cicatrices de la tierra», han escrito junto a unas cruces colocadas como recuerdo de los que murieron al dar el salto.


En Texas, la insospechada resistencia al muro está encabezada por el granjero Daniel Garza y por Eloísa García Támez, con sangre española y apache. Decenas de pequeños propietarios a orillas del Río Grande han seguido el ejemplo de los insurrectos y han llevado al Departamento de Seguridad Interior a los tribunales bajo una consigna que resonará en la era de Obama: «Construid puentes, no muros».