La “Gran Esperanza Africana”, por su riqueza petrolera y su joven democracia, se muere de corrupción y de luchas por el oro negro. España es el segundo socio comercial de Nigeria, de donde importa petróleo y gas por valor de 2.200 millones de dólares al año. La economía de Nigeria, dicen los expertos, está en manos de compañías como Shell, ChevronTexaco, AGIP y Totalfina Elf, que explotan la cuota de 2,2 millones de barriles diarios que la OPEP asigna a este país. En esta zona del África Occidental, que recuperó su independencia de Gran Bretaña en 1960, cien millones de personas pasan hambre. Dos tercios de su población sobrevive con menos de un dólar al día .
Por Mar Ramos
Dicen que si estallara Nigeria, toda África saltaría por los aires. Con sus 136 millones de habitantes y su sexto puesto en la producción mundial de petróleo, es uno de los países más ricos del continente negro. Sin embargo, la mayor parte de su población pasa hambre. La desgraciada combinación entre los intereses de las petroleras y la corrupción de sus mandatarios han llevado a este país al borde del abismo.
A Nigeria se la ha llamado muchas veces en estos últimos años “la gran esperanza de África”. Por un lado, es una de las naciones del continente negro que con más entusiasmo se lanzó, a finales de los años 90, a la conquista de la democracia, después de treinta años de dictaduras militares que entre otros desastres dejaron las arcas públicas llenas de telarañas; por otra parte, por ser este país del África Occidental uno de los más ricos del continente. Su territorio, con una superficie dos veces mayor que la de España, posee un auténtico tesoro en materiales estratégicos, de los cuales el más importante es el petróleo. Es el primer productor africano de oro negro, y el sexto en el “ranking” mundial. Uno de sus mejores clientes es nuestro país. Para ser más exactos, España es el segundo socio comercial de Nigeria, de donde importa petróleo y gas por valor de 2.200 millones de dólares al año.
En total, el crudo de Nigeria genera unos 300.000 millones de dólares en todo el mundo, de los cuales se quedan en el país africano unos 5.000 millones al año, lo que representa alrededor del 90 por ciento de sus ingresos. Sin embargo, muy poco o apenas nada de este dinero va a parar a su población, que malvive de la ayuda exterior. En esta zona del África Occidental, que recuperó su independencia de Gran Bretaña en 1960, cien millones de personas pasan hambre. Dos tercios de su población sobrevive con menos de un dólar al día.
¿A dónde va a parar entonces la fortuna que genera el petróleo? “Desde luego, no a las arcas públicas”, contesta Gerardo González, redactor jefe de la revista “Mundo Negro” y autor, entre otros, del libro de reciente publicación “África, ¿por qué?”. “Nigeria, que podría ser el gran motor del África Occidental, pertenece a la esfera de los países que son democráticos sólo formalmente, cuando no son sencillamente corruptos hasta la médula. Y las multinacionales azuzan esta situación, porque siempre es más fácil tratar con autoridades corruptas que vérselas con sociedades estructuradas y gobiernos democráticos”. La economía de Nigeria, dicen los expertos, está en manos de compañías como Shell, ChevronTexaco, AGIP y Totalfina Elf, que explotan la cuota de 2,2 millones de barriles diarios que la OPEP asigna a este país. Según un informe publicado por “Mundo Negro”, sólo la Elf destina, a través de cuentas clandestinas, 25,6 millones de euros al año al tráfico de influencias en África. El mismo documento revela cómo el ex dictador nigeriano Sani Abacha, que dirigió un imperio de terror desde 1993 hasta su muerte en 1998, llegó a ingresar en cuentas suizas entre 4.500 y 5.000 millones de dólares. La presión de los organismos financieros internacionales y los grupos anticorrupción, cada vez más fuerte contra la figura del sátrapa-saqueador, consiguió que la familia de Abacha (que murió, según algunas versiones, en mitad de una orgía sexual) prometiera devolver 1.000 millones de dólares a las arcas nigerianas. En cuanto al resto del dinero, como ocurre aún con las cuentas de otros tantos dictadores africanos, parece haberse desvanecido en el aire.
Ken Wiwa, un periodista nigeriano hijo del poeta Ken Saro Wiwa, que fue ejecutado por Abacha por sus críticas al régimen, escribió en una ocasión: “Nigeria es un país donde se recompensa el robo, un país donde sucesivos regímenes militares han caído en profundidades cada vez mayores de incompetencia y corrupción. En palabras del escritor Wole Soyinka (premio Nobel de Literatura), un país que necesita terapia. Porque el efecto del robo continuado de los dirigentes ha creado una mentalidad corrosiva en la sociedad, que ha llegado a considerar como únicos malhechores a aquellos que no hacen nada malo”.
Estas palabras, que resumen el sentir de gran parte de los nigerianos, fueron escritas en 1998, un año antes de que se celebraran las primeras elecciones democráticas tras décadas de dictaduras. En aquel año 1999, todas las miradas de esperanza para África se volvieron hacia Nigeria y hacia el presidente elegido, Olusegun Obasanjo (que hace un mes renovaba mandato). Sin embargo, Obasanjo, que contaba con un considerable respaldo internacional, no ha respondido las expectativas que despertó su llegada a la Presidencia.
La violencia étnica, otro de los obstáculos para la democratización y el desarrollo del país, parece estar fuera de control. En Nigeria conviven 250 grupos tribales, en continua lucha por motivos políticos, económicos o religiosos. En lo que se refiere a estos últimos, los más sangrientos se registran en el norte, de mayoría musulmana. El presidente, cristiano, nada ha podido hacer por el momento contra el poder de los imanes. Los tribunales de esta región aplican la “sharia”, la ley islámica, con mano de hierro. Así ocurrió en el caso de la joven Amina Lawal, condenada a morir a pedradas por haber tenido un hijo fuera del matrimonio.
En el Delta del Níger, la región más rica en petróleo, las distintas etnias mantienen sangrientas batallas detrás de las cuales está siempre el mismo motivo: el oro negro. En algunos casos, los grupos tribales pelean por el reparto de las indemnizaciones multimillonarias que deben pagar las petroleras por los daños que han provocado al sistema de vida de las tribus. La agricultura y la pesca han desaparecido; las aguas están contaminadas; las explosiones de oleoductos y gaseoductos provocan millares de muertos…
Otras veces, la guerra la provocan las mafias, en estrecha colaboración con autoridades locales corruptas, que han montado su propio negocio del petróleo con el llamado “bunkering”. Esta práctica consiste en el robo de crudo por el procedimiento de abrir una brecha en un oleoducto, e introducir el petróleo en buques cisterna. El crudo se vende luego en el mercado negro internacional. Otra especie de “bunkering”, solo que a pequeña escala, es el que practican los habitantes de la zona del Delta, porque se da la paradoja de que las áreas más pobres son precisamente las que rodean las grandes explotaciones petroleras. De nuevo, las ganancias no repercuten en absoluto en la población: el dinero se va directo a las cuentas de la compañía explotadora, y a las industrias de su país de origen, o al bolsillo de los sobornados de turno.
Esta circunstancia, que desde hace años contribuye a empobrecer cada vez más a la población nigeriana, ha provocado también graves estallidos sociales entre las tribus de la zona. Los líderes de las distintas etnias han amenazado varias veces con boicotear las plataformas de crudo si el Gobierno no hace algo para que sus respectivos pueblos puedan participar en la riqueza que genera el oro negro. Porque, como dice el Nobel de Literatura Wole Soyinca, Nigeria no resolverá sus problemas hasta que consiga controlar su propio destino.