«Nord Stream» Gas ruso para Alemania sin intermediarios

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Donald Trump ha puesto el dedo en la llaga al denunciar la dependencia alemana del gas ruso. El presidente de Estados Unidos ha venido a subrayar una verdad incontestable: la incoherencia que supone que Berlín sea, de un lado, uno de los más firmes defensores de las sanciones a Moscú y que, por el otro, esté construyendo el Nord Stream2, un nuevo gasoducto que unirá directamente ambos países y aumentará el volumen de gas licuado que importa de Rusia.

La congruencia, en política, parece acabar donde empiezan los intereses económicos.  Empezando por el propio Trump, que esconde tras esta andanada su mal disimulado anhelo de vender gas a Europa para reducir el déficit comercial estadounidense.

«Se han desecho de su carbón, de su energía nuclear y reciben su gas de Rusia», aseguró  el presidente de EEUU  y agregó que «el 70%» de Alemania «está controlado por Rusia a través del gas natural«. Poco después Angela Merkel  aprovechó su llegada a la cumbre para rebatir la denuncia. «Podemos decir que hacemos nuestra propia política independiente y tomamos independientemente nuestras decisiones», afirmó la canciller.

El Nord Stream2 se trata un macroproyecto, aún en fase inicial, que costará unos 9.500 millones de euros y que, paralelo al Nord Stream1 -un gasoducto ya en funcionamiento-, recorrerá 1.225 kilómetros por debajo del Báltico conectando la salida de Rusia a este mar con la costa alemana, evitando cruzar cualquier otro país de Europa del Este.

Al frente de esta importante infraestructura está Gazprom, la gasista rusa. Participan los grupos energéticos alemanes Uniper y Wintershall, la austriaca OMV, la francesa Engie y el gigante anglo-holandés Shell.

El gas licuado de EEUU, factor decisivo

Washington el pasado verano aprobó sanciones contra las empresas occidentales que trabajan con empresas estatales rusas. Gracias a la revolución del fracking, Estados Unidos va camino de convertirse en el tercer mayor exportador del mundo de gas licuado, por detrás tan sólo de Catar y Australia.

Y en la administración Trump están convencido que el LNG puede ser una de sus piedras de toque para darle la vuelta a la balanza comercial.

El nuevo gasoducto,  aportaría a Alemania una mayor seguridad en el suministro, al eliminar el riesgo de países intermedios. Además, podría darse el caso de que comprase más del que el que necesita, pudiendo revender este excedente a otros socios europeos. Pasaría a convertirse un centro distribuidor de gas en el continente.

Para muchos observadores internacionales, la posición alemana es difícilmente sostenible. Otro gasoducto desde Rusia no ayuda precisamente a que Alemania y la UE  reduzcan su dependencia energética de Moscú. La cuestión es especialmente controvertida en el actual escenario de confrontación entre Moscú y los 28. Además, la necesidad no apremia. La actual red de gasoductos funciona al 60% de su capacidad, según un estudio del think tank Bruegel.

Todos mueven ficha

Merkel ha garantizado a Kiev, que el flujo de gas que pasará por su territorio seguirá siendo el mismo. La cuestión no es baladí. Porque si el gas que llega actualmente a Alemania a través de Ucrania empezaba a fluir por el Nord Stream2, entonces el Gobierno ucraniano iba a dejar de percibir unos 1.800 millones de euros al año en concepto de tasas de paso, el equivalente al 2% de su producto interior bruto (PIB).

Mientras tanto, Washington sigue moviendo ficha para ampliar su mercado energético en el viejo continente. Polonia firmó en 2017 un acuerdo de suministro de LNG con Estados Unidos que prevé un total de nueve buques al año durante un lustro. Las naves atracarán en el nuevo puerto de Swinoujscie, en el mar Báltico, donde se ha levantado una planta regasificadora diseñada a este efecto.

EEUU está manteniendo contactos con los tres bálticos, que también se han opuesto ferozmente al Nord Stream2 y temen a su gran vecino del este (del que dependen energéticamente). El pasado abril, los presidentes de Estonia, Letonia y Lituania, Kaljulaid, Vejonis y Grybauskaite, viajaron juntos a Washington para entrevistarse con Trump. Y el suministro de gas fue uno de los temas claves en la agenda.

Los tres países han conectado en los últimos años sus redes de suministro entre sí y las han imbricado con las de sus vecinos Finlandia y Polonia. Además han tendido conducciones para importar gas desde Noruega. Asimismo han puesto en marcha una estación regasificadora en el puerto lituano de Klaipėda, un gran almacén en la ciudad letona de Inčukalns y están estudiando construir otra en el puerto estonio de Paldiski.

Varsovia ha propuesto construir un gasoducto para conectarse a Noruega, una conducción que podría llevar el gas del productor nórdico al centro y este de Europa. El Gobierno polaco, aspira así a convertirse en un polo distribuidor de gas natural en el continente. Por su parte, Hungría y Eslovaquia, han firmado una declaración de intenciones para construir un gasoducto norte-sur que facilite la llegada hasta sus territorios del gas procedente de Rumanía y Bulgaria.

                                

Antonio Martínez 16/07/2018

 *Extracto