ORACION pronunciada por Don TOMAS MALAGÓN, el día 28 de febrero de 1964, en la capilla del Hospital Clínico de Madrid.

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´¿Quién no ha sido testigo de su amor a Cristo, que se manifestaba en su amor a los demás, dándose, y dándoles todo cuánto tenía: su vida, su profesión, su casa, su pan, su tiempo, hasta su cuerpo, en aquel pie que le fue amputado, en realidad, por el comportamiento lleno de caridad, que en momentos difíciles para él quiso observar?´
Rvdos. Sacerdotes.
Queridos militantes obreros y de toda la Acción Católica, Familiares y hermanos todos en Cristo.

Cuando todos esperábamos poder gozar todavía durante bastante tiempo de los ejemplos, de la compañía y del talento de este hermano mayor nuestro que era Guillermo Rovirosa, he aquí que hemos tenido que reunirnos por última vez con él, y por cierto no para sentirnos, como tantas veces, confortados con su palabra y con el espectáculo de su heroica virtud, sino para orar junto a los despojos que la muerte casi repentina nos ha dejado de él.

Quizás, por el hecho de ser yo uno de los pocos que de cerca han podido ver la grandeza de su alma, por haber convivido y trabajado en el apostolado en unión suya por espacio de muchos años (cosa que ha constituido para mí una gracia colosal del Señor), se me ha encargado dirigir unas palabras, como piadoso recuerdo del gran hombre que acaba de morir.

Vamos a fijar nuestra atención en tres aspectos de su vida:

1. PERDIDA Y REENCUENTRO DE ROVIROSA CON CRISTO.

De Rovirosa ha existido una leyenda, en nada acorde con la realidad, y de ella se sirvieron más de una vez ciertos críticos para desprestigiar su figura. Nos le presentaban como un obrero luchador en las filas de las organizaciones políticas de la extrema izquierda, misteriosamente llegado después, sin saber cómo, a la Comisión Nacional de la H.O.A.C.

Nada de eso, Rovirosa fue hijo de una bien acomodada familia catalana, que estudió el Bachillerato en un Colegio dirigido por Religiosos, que pasó después a cursar los estudios de ingeniero en la Escuela Industrial de Barcelona, de la que por entonces salieron unas cuantas promociones de hombres, cuyos servicios (aunque la Escuela Industrial no podía expedir el título oficial e ingeniero) fueron extraordinariamente codiciados por la industria española y por la de otros países. Por eso Rovirosa en plena juventud se situó envidiablemente, desde el punto de vista material, en París, en donde por espacio de varios años actuó como ingeniero en una poderosa empresa industrial.

Cuando después, en sus años de dirigente de la H.O.A.C., oía yo a ciertas personas hablar despreciativamente de Rovirosa, diciendo que era un obrero autodidacta y sin seria formación, yo, que le conocía, no podía menos de comparar su formación con la de sus despectivos desconocidos, y, testigo como yo era de los profundos conocimientos técnicos y científicos de Rovirosa, investigador y realizador de notables hallazgos en el campo de la electricidad, estudioso de cuanto se publicaba de valor en materia religiosa y filosófico-social, que hablaba correctísimamente el francés y era capaz de entenderse perfectamente en italiano e inglés, que seguía con toda facilidad la Suma Teológica de Santo Tomás, y las oraciones de la Liturgia en latín, conocedor como pocos de las actuales tendencias del pensamiento católico, amigo personal a quien visitaban en su casa Guitton Congar, von Balthasar, Michoneau y Voillaume, traductor al español de las obras de algunos de éstos, colaborador de las más importantes revistas técnicas y religiosas de varios países, yo no podía menos de sentir lástima al recibir la, en comparación con la suya, menguada talla cultural de sus engreídos detractores.

Pero dejemos este asunto y fijemos nuestra atención en el hecho del apartamiento de la Fe de Rovirosa. Ocurrió esto al terminar él su Bachillerato. Muchas veces tuve oportunidad de escuchar esta confidencia: «Me enseñaron todo, menos a Cristo». «Yo creía saber cuanto se puede saber acerca de la Religión; pero no había tenido oportunidad de penetrar en lo esencial de la figura y del mensaje de Cristo.» «Por añadidura, a mí, en aquella religiosidad para párvulos que me habían hecho aprender, se me había repetido que los malos siempre pierden y que los buenos siempre ganan. Yo veía, en cambio, a mi madre, que era una verdadera santa, paralítica toda su vida, hasta que murió, y creí sinceramente que todo en la Religión era falso, absurdo y contrario a los hechos. En consecuencia, no quise ver nada con cuanto significaba cristianismo».

Con este espíritu, Rovirosa estudió en la Escuela Industrial y pasó los años de su estancia en París, inquieto, esto sí, por los problemas religiosos, pero buscando saciar su curiosidad e interés fuera del cristianismo, en las religiones de la India y en los desvaríos de Allan Kardec, hasta que por efecto de un sermón del Cardenal Verdier, oído por pura casualidad, en 1933 se inició el proceso que había de terminar con su reencuentro con Cristo, en 1934, después de un largo período de discusión, estudio y reflexión, retirado en El Escorial durante largos meses, en donde uno de aquellos Padres Agustinos fue el medio de que Dios se valió para su conversión. Es falso que Rovirosa durante ese tiempo, ni nunca, militase en organizaciones obreras de extrema izquierda. Conocía el marxismo por pura inquietud intelectual, pero no

se interesaba entonces por estos problemas. Su dedicación a los problemas obreros fue posteriormente y constituyó uno de los frutos de su conversión.

2. LA LABOR APOSTÓLICA DE ROVIROSA.

Rovirosa, después de su conversión, quiso pagar de algún modo el mal que, quizás, había hecho y el desprecio a Cristo que, sin duda, su vida había significado anteriormente. Fue entonces cuando realizó lo que él llamaba su contrato con Dios, en virtud del cual Rovirosa se comprometió a dedicar al apostolado todas sus actividades, si Dios le ayudaba a cubrir sus necesidades materiales viviendo él pobremente.

Aquí debemos referirnos a otro punto que ha servido a algunas personas de elemento de ataque contra él: su matrimonio.

Rovirosa estaba casado y su esposa fue siempre fervorosamente devota. El no quiso jamás, ni aún en sus tiempos de alejamiento de la Iglesia, entrometerse en su vida de piedad. Las oraciones de la esposa influyeron, quizás, en la conversión de Rovirosa.

Cuando se produjo el definitivo acercamiento de éste a Jesucristo, su esposa (ellos no habían tenido hijos) insistió mucho más en su vida de oración e, incluso, de ayunos y penitencias corporales. Repetía también frecuentemente que ella era un obstáculo para el apostolado de su esposo y buscaba siempre vivir apartada. Poco a poco aquella piadosísima mujer, fue ofreciendo ciertos síntomas de perturbación mental, hasta que poco después de volver Rovirosa de la Segunda Semana Nacional en 1947, se encontró un día con que su esposa, retirada en un convento de Religiosas, desapareció de allí, sin volver a la casa. Fueron inútiles cuantos esfuerzos se hicieron por hallarla. Era ésta, con seguridad, la más honda herida que llevaba dentro. Y creía que su dedicación al apostolado era un modo de fidelidad matrimonial a su amadísima esposa, que quizás viviera en algún lugar ignorado.

Así, pues, después de su conversión, de acuerdo con su esposa, realizó aquel contrato suyo con Dios de que hemos hablado antes, y creyeron los dos que el mejor modo de servir a la Iglesia era marcharse a la Misiones. Fue después cuando Rovirosa pensó, inducido por la lectura de la Encíclicas Sociales, que el mejor servicio que podía prestar a la Iglesia era dedicarse al apostolado en el mundo obrero, y fue alumno del Instituto Social Obrero.

Pero, mientras tanto que Dios le ofreciese para todo esto alguna oportunidad, se hizo socio de la Acción Católica en la Parroquia de San Marcos, y determinó seguir trabajando en su especialidad profesional, y, en efecto, pasó a ejercer un destacado cargo técnico en los Laboratorios Llorente. Allí le sorprendió la guerra civil en el año 1936, siendo elegido por el personal, él, sin antecedentes en España de ninguna clase y con gran prestigio profesional, para un cargo de responsabilidad técnica en una entidad que entonces se creó. Su gestión fue considerada y apreciada como magnífica en lo técnico y ejemplar en lo apostólico por cuantos la conocieron. Pero, al terminar la guerra, a Rovirosa se le siguió un expediente, durante cuya tramitación hubo de pasar varios meses en prisión, continuando después trabajando, primero en el mismo Laboratorio Llorente, rodeado del afecto y del respeto de todos, y después en el Monasterio de Montserrat, del que hasta su muerte se consideró un obrero, en el que siempre fue tan cariñosamente recibido, y al que profesaba un amor entrañable.

Durante la guerra leyó cuanto pudo, y fue muchísimo, y meditó asiduamente, acerca de la Doctrina Social de la Iglesia. De entonces proviene su entusiasmo, su conocimiento y su personalísima encarnación en el mundo obrero.

Fue llamado para desempeñar el cargo de Vocal Social en el Consejo Diocesano de los Hombres de la Diócesis de Madrid, y dirigió un curso de Acción Católica por correspondencia, y en estas actividades se encontraba cuando en 1946 fue buscado por el entonces Presidente del Consejo Nacional de los Hombres de A.C. para que le ayudase a poner en marcha la especialización adulta obrera en nuestro país. Así fue como Dios aceptó el ofrecimiento que Rovirosa había hecho de su persona para el Apostolado Obrero, y así fue como, porque Dios quiso, vino a ser el iniciador de la H.O.A.C.

Desde entonces, vestido ya y viviendo como un obrero pobre, ha realizado la labor incomparable que todos sabemos, y que abarca:

1) Su trabajo como propagandista. El dirigió muchos cientos de cursillos y pronunció miles de conferencias. ¡Ese maravilloso propagandista que era Rovirosa! Recorrió muchas veces toda España, viajando siempre en tercera, alojándose y viviendo como pobre entre los pobres, viviendo lo que decía, encendiendo entusiasmo inextinguible en muchos, mientras que en algunas personas, que no le conocían, se iba amontonando el recelo contra aquel que creían un autodidacta demagógico y hasta quizás oculto servidor del comunismo.

¡Cómo se han engañado estos desgraciados, que estaban lejos de poder medir la grandeza del alma de Rovirosa!

2) Su labor periodística. En el ¡TU! y en el BOLETÍN de la H.O.A.C. fue él su más constante y entusiasta colaborador. Añádase a esto sus folletos y otros escritos. En los viajes, por la noche, en todas
partes, Rovirosa leía y escribía sin cesar. ¡Aquella prosa popular, enérgica, sugestiva, de Rovirosa, que fluía sencillamente de su pluma sin hacer apenas tachaduras! Un buen número de volúmenes ocuparía la colección de escritos de Rovirosa.
3) Su labor organizadora. A la H.O.A.C consagró Rovirosa desde el primer momento todo su tiempo y su talento. El modo de ser de la H.O.A.C. y su vida a lo largo de sus primeros doce años dependía casi enteramente de Rovirosa.
Hemos de lamentar que ahora nos es imposible abarcar en esta semblanza la riqueza de matices de la labor desarrollada por este nuestro hermano mayor, y la influencia que ha ejercido en el Apostolado en nuestra patria. Esperamos, sin embargo, que llegará un día en que esto se podrá hacer y la Iglesia española habrá de reconocer la extraordinaria y meritísima labor de este hombre singular que hemos perdido para la tierra.

En 1957 Rovirosa tuvo que dejar la Comisión Nacional de la H.O.A.C. Pero siguió siempre muy cerca de nosotros con su ejemplo maravilloso, con su sacrificio y su oración.

3. LA ESPIRITUALIDAD DE ROVIROSA.

Nunca olvidaremos los que le hemos conocido las grandes virtudes de que estaba adornado nuestro querido Rovirosa.

Aquella espiritualidad centrada en el misterio de la Trinidad, del que en sus últimos años no cesaba de hablar de modo tan impresionante.

Su entusiasmo por el Bautismo, que era uno de los temas principales de su meditación diaria.
Su providencialismo tan desconcertante para los demás, pero que a él le llenaba de aquella paz y alegría que todos sabemos que expandía en torno suyo. Era Rovirosa un hombre de fe. Yo recordaba muchas veces a su lado a aquel coloso de la fe que fue Abrahám… Rovirosa ha ofrecido a Dios sacrificios dolorosísimos, como el que Dios pidió al Patriarca de Ur.

La caridad de Rovirosa. ¿Quién no ha sido testigo de su amor a Cristo, que se manifestaba en su amor a los demás, dándose, y dándoles todo cuánto tenía: su vida, su profesión, su casa, su pan, su tiempo, hasta su cuerpo, en aquel pie que le fue amputado, en realidad, por el comportamiento lleno de caridad, que en momentos difíciles para él quiso observar. Su caridad fue tal, que, de un misántropo que era por carácter, resultaba un hombre lleno de afabilidad.

Ni podremos olvidar el ejemplo sublime de su pobreza a que antes hemos aludido.

En cuanto a su oración y vida interior, ¿quién no recuerda su cara transfigurada cuando ayudaba a la Santa Misa, cuando comulgaba, o cuando rezaba el Santo Rosario?

Muchos ejemplos nos ha dado Rovirosa.

Reciba ahora el premio que el Señor concede a sus elegidos.

¡Mira, Señor, nuestras lágrimas y escucha nuestras plegarias. Otórgale la eterna paz!

Descansa en paz, noble luchador de Cristo.

Tu ejemplo admirable es para nosotros un sendero de luz. Nada podrá arrancarnos de tu camino, que es el de la Iglesia, en el que Juan XXIII y Pablo VI y el Concilio actual nos están, cada día más, asegurando.

Nuestro llanto y nuestra pena, al perderte para nosotros en esta vida, es muy grande. Pero creemos que, por la misericordia de Dios, nuestro gran hermano Rovirosa goza del Reino de los que sirvieron limpiamente al Reino de Dios y a la Justicia, y que siempre ya rogará en el cielo por la H.O.A.C., por toda la Acción Católica y por todos sus militantes.

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Publicado por el Boletín de la H.O.A.C, monográfico especial tras su muerte.
Publicado posteriormente en la Revista «Id y Evangelizad» Septiembre de 1997