Papa Francisco: Cristo puede curar incluso el “dolor imborrable” de vuestras heridas

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La fe raramente nace en el corazón de las personas “leyendo un libro nosotros solos en un salón”. Normalmente “se difunde en un clima familiar, se transmite en la lengua de las madres, con el dulce canto dialectal de las abuelas”

Palabras del Papa Francisco en su visita a Canadá

El léxico concreto de gestos y palabras que pueden anticipar, aún hoy, el cristianismo como experiencia de curación, realizada por el mismo Cristo a través del corazón de las madres y abuelas que transmiten la fe, dan vida y curan las heridas. Este es el “nuevo inicio” sugerido por el Papa Francisco a los pueblos nativos de Canadá, al final del tercer día de su visita apostólica al gran país norteamericano: El retorno a las fuentes de la propia fe, propuesto de nuevo durante la liturgia de la palabra celebrada en el marco de la tradicional peregrinación indígena que tiene lugar a finales de julio al Lago de Santa Ana, en la fiesta litúrgica de Santa Ana, madre de la Virgen María y abuela de Jesús. En el sugestivo marco que ofrece el espectáculo de la devoción popular indígena, el Obispo de Roma ha expresado su asombro conmovido ante el “el latido coral de un pueblo peregrino, de generaciones que se han puesto en camino hacia el Señor para experimentar su obra de sanación”.

“¡Cuántos corazones – ha remarcado el Papa – llegaron aquí anhelantes y fatigados, lastrados por las cargas de la vida, y junto a estas aguas encontraron la consolación y la fuerza para seguir adelante!”. Sacando fuerza del mismo tesoro de gracia – ha sugerido el Sucesor de Pedro – los pueblos nativos de Canadá pueden pedir la curación de las heridas causadas por “los terribles efectos de la colonización, el dolor imborrable de tantas familias, abuelos y niños”. Un camino de sanación “requiere esfuerzo, cuidado y hechos concretos de nuestra parte”, pero también está marcado por el reconocimiento porque “solos no lo podemos hacer”.
El milagro de la curación realizada por Cristo tiene como paradigma las curaciones realizadas por Jesús en los Evangelios. En su discurso, el Papa establece una evocadora conexión entre el lago de Santa Ana y el mar de Galilea, donde Jesús desarrolló gran parte de su ministerio: “Allí escogió y llamó a los Apóstoles, proclamó las Bienaventuranzas, narró la mayor parte de las parábolas, realizó signos y curaciones”. Y realizó todo esto en “una zona periférica, de comercio, donde confluían distintas poblaciones, coloreando la región de tradiciones y cultos dispares”. Un lugar alejado “geográfica y culturalmente, de la pureza religiosa, que se concentraba en Jerusalén, junto al templo”. Cristo mismo – ha querido hacer notar el Papa – dirigió su anuncio y predicó el Reino de Dios “no a gente religiosa seleccionada, sino a pueblos distintos que, como hoy, acudían de varias partes”, curando y sanando “leprosos, paralíticos, ciegos, pero también personas afligidas, descorazonadas, perdidas y heridas”. Asimismo, ha continuado el Pontífice – “Jesús ha venido y viene todavía a hacerse cargo de nosotros, a consolar y sanar nuestra humanidad sola y agotada”, ya que todavía hoy en día “todos nosotros necesitamos de la sanación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos”.

A lo largo de la historia –ha subrayado con énfasis el Papa Francisco – son sobre todo las madres y las abuelas las que aportan la fuerza sanadora de la gracia de Cristo: “sus corazones” ha dicho el Papa dirigiéndose a las numerosas ancianas que han acudido al lago de Santa Ana en peregrinación “son fuentes de las que surge el agua viva de la fe, con la que han apagado la sed de hijos y nietos”. Son las madres y las abuelas las que “ayudan a sanar las heridas del corazón”. Y esa primacía femenina también tiene poderosos y sugerentes paralelos en la historia de la proclamación del Evangelio a los pueblos nativos americanos. “Durante los dramas de la conquista” ha recordado el Papa, “fue Nuestra Señora de Guadalupe la que transmitió la recta fe a los indígenas, hablando su lengua, vistiendo sus trajes, sin violencia y sin imposiciones. Y, poco después, con la llegada de la imprenta, se publicaron las primeras gramáticas y catecismos en lenguas indígenas. ¡Cuánto bien – ha remarcado el Pontífice – han hecho en este sentido los misioneros auténticamente evangelizadores para preservar en muchas partes del mundo las lenguas y las culturas autóctonas!

En Canadá, esta ‘inculturación materna’ que se realizó por obra de santa Ana, unió la belleza de las tradiciones indígenas y de la fe, las plasmó con la sabiduría de una abuela, que es dos veces mamá”.

En la historia del cristianismo en el mundo – ha proseguido el Papa – “nunca hubo un momento en su historia en que la fe no haya sido transmitida, en lengua materna, por las madres y por las abuelas”. Los dolorosos acontecimientos históricos de los nativos canadienses, por los que se ha realizado esta “peregrinación penitencial” del Papa Francisco a Canadá, también tuvieron como trágica consecuencia el “haber impedido a las abuelas indígenas transmitir la fe en su lengua y en su cultura. Esta pérdida ciertamente es una tragedia”, Pero la misma presencia de las abuelas y madres indígenas ha sido vista por el obispo de Roma como “un testimonio de resiliencia y de reinicio, de peregrinaje hacia la sanación, de apertura del corazón a Dios que sana nuestro ser comunidad”. Un reinicio que sólo puede florecer desde la gracia y que debe ser constantemente implorado en cada paso del camino de la Iglesia en la historia: “todos nosotros, como Iglesia – ha remarcado el Papa – necesitamos sanación: necesitamos ser sanados de la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de elegir la defensa de la institución antes que la búsqueda de la verdad, de preferir el poder mundano al servicio evangélico”. Y solo con la ayuda de Dios podrá florecer “una Iglesia madre como Él quiere: capaz de abrazar a cada hijo e hija; abierta a todos y que hable a cada uno, a cada una; que no vaya contra nadie, sino que vaya al encuentro de todos”.
(GV) (Agencia Fides 27/7/2022)