PARABOLAS DE VIDA Y ESPERANZA

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LEYENDA CHINA.

Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado: Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.

Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.

PARÁBOLA DEL GUSTO

» La madre: ¿ Qué es lo que le gusta a tu novia de ti?
El hijo: Piensa que soy guapo, inteligente y simpático y que bailo muy bien.
La madre: ¿y qué es lo que a ti te gusta de ella?
El hijo: Pues, que piensa que soy guapo, inteligente y simpático y que bailo muy bien.

PARÁBOLA DEL ESPLENDOR DEL DÍA

Preguntó un viejo militante a unos jóvenes si sabrían decir cuando acababa la noche y cuando empezaba el día.
– Uno de ellos dijo: Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo.
– No, dijo el viejo.
Contestó otro. Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir qué árbol es:
– Tampoco, dijo el viejo.
– Está bien, dijeron los jóvenes, dinos cuando es.
– Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces a él a un hermano; cuando miras a la cara de una mujer y reconoces en ella una hermana. Si no eres capaz de esto, entonces sea la hora que sea, aún es de noche.

PARÁBOLA DE JOSUÉ
DE CASTRO

-Pregunté a los hombres: ¿Qué lleváis envuelto en ese fardo, hermanos?

-Y ellos me contestaron: » Llevamos un cadáver, hermano».

-Así que les pregunté: ¿Lo mataron o murió de muerte natural?

-» Lo que preguntas tiene difícil respuesta, hermano. Pero más bien parece haber sido un asesinato».

-¿Y cómo fue el asesinato? Acuchillado o con bala, hermanos?, les pregunté.

-No fue un cuchillo ni una bala, ha sido un crimen mucho más perfecto, un crimen que no deja huella alguna.

-Entonces, ¿cómo lo han matado? Pregunté.
Y ellos me respondieron con calma:

-A ESTE HOMBRE LO HA MATADO EL HAMBRE, HERMANO.

Josué de Castro.

PARÁBOLA DEL CHINO Y EL CABALLO.

Un chino tenía un caballo. El caballo se le escapó. Los vecinos fueron a darle el pésame. ¿ Quién dice que sea una desgracia? Les contestó el chino. En efecto, a la mañana siguiente el caballo vino trayendo una yegua salvaje. Los vecinos le felicitaron. ¿Quién dice que sea una fortuna? Respondió el chino. A los dos días su hijo primogénito, montando la yegua, se cayó y quedó cojo. Los vecinos expresaron su sentimiento de dolor. ¿Quién dice que sea una desgracia? Volvió a preguntar el chino. Al año siguiente hubo una guerra en el país. El primogénito, por estar cojo no tuvo que alistarse en el ejército. Y la vida siguió con sus episodios…

PARÁBOLA DEL SUPUESTO CIEGO.

Dos hombres enfermos de gravedad compartían la misma habitación del hospital; a uno de ellos, cuya cama estaba al lado de la única ventana de la habitación, se le permitía sentarse durante una hora por la tarde para drenar el líquido de sus pulmones; el otro tenía que permanecer acostado durante todo el día mirando a la pared. Cada tarde, el compañero sentado cerca de la ventana relataba al otro lo que veía a su través: un parque con un lago donde se deslizaban hermosos cisnes y donde los enamorados entrelazaban sus manos mientras paseaban entre árboles y flores multicolores. Allá al fondo, una hermosa vista de la ciudad. Un día era esto, otro día era aquello, y siempre había novedades que relatar, las suficientes para mantener viva la esperanza.

Un día murió el enfermo situado cerca de la ventana, siendo el otro trasladado a la cama del difunto junto a la ventana, mas cuando logró apoyarse sobre un codo para contemplar por sí mismo los paisajes relatados por el añorado compañero no vio sino la oscura pared de un patio interior. Preguntó entonces a la enfermera cómo era posible el cambio del decorado, a lo que aquella respondió que el señor anterior era ciego, añadiendo en voz baja: «quizá solamente deseaba animarlo a usted».

PARÁBOLA DEL PEQUEÑO CARACOL.
Aquel pequeño caracol emprendió la ascensión a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera. Al verlo, unos gorriones de un árbol cercano estallaron en carcajadas: ¿no sabes que no hay cerezas en esta época del año?. El caracol, sin detenerse, replicó: «no importa. Ya las habrá cuando llegue arriba».