Son ya bastantes los pensadores de final del siglo XX que señalan como notas características de este tiempo el consumo y el hedonismo. Por ejemplo, A. Finkielkraut, en «La derrota del pensamiento», afirma que los jóvenes son un pueblo de reciente aparición que se impone con sus músicas, su cultura y sus costumbres, de manera que la juventud parece constituir el imperativo categórico de todas las generaciones. Así recuerda el grito «¡El Burgués ha muerto, viva el Adolescente!». El primero sacrificaba el placer a las riquezas y a la apariencia moral, el segundo se quita la careta y quiere divertirse ante todo y escapar de los deberes de escuela de cualquier naturaleza por la vía del ocio y de las libertades. Y ésta es la manera de que la industria cultural y el comercio de la sociedad de consumo encuentran, en este recidivo «puerilismo», el clima adecuado para ampliar la clientela…
La evolución histórica con sus impresionantes progresos va congregando razas y etnias, lenguas y culturas, creencias e ideologías en esa aldea global que hace más patente nuestro tiempo el pluralismo humano como una realidad constitutiva de la convivencia mundial. J. Huitzinga, que auscultó el espíritu del medioevo en «El otoño de la Edad Media», descubrió en la vida diaria un ilimitado espacio para un ardoroso apasionamiento y una fantasía pueril, porque el odio y la injusticia aprisionan siempre al hombre, que, a pesar de todo, no carece de esa nostalgia de que pronto pueda acabar esa situación. Pero esa humanidad – así termina su análisis- no se convierte, a pesar de que predicadores y poetas claman y amonestan. Todo en vano.
Hacia mediados del siglo XX habla también Huitzinga de esa situación contemporánea que percibe en «Homo ludens» y que describe como «puerilismo» y juego. Afirma que hace algunos años, cuando creyó resumir gran número de fenómenos inquietantes con esa denominación de «puerilismo», apuntaba a una serie de actividades en las que el hombre de hoy, sobre todo como miembro de una colectividad en gestación, da la impresión de pararse según la escala mental de la pubertad y de la adolescencia. Y señala los hábitos contraídos por las técnicas de la influencia social, por el apetito nunca satisfecho de distracciones banales y la necesidad de sensaciones fuertes, el gusto por el alarde de la masa, etc.
Posteriormente, son ya bastantes los pensadores de final del siglo XX que señalan como notas características de este tiempo el consumo y el hedonismo. Por ejemplo, A. Finkielkraut, en «La derrota del pensamiento», afirma que los jóvenes son un pueblo de reciente aparición que se impone con sus músicas, su cultura y sus costumbres, de manera que la juventud parece constituir el imperativo categórico de todas las generaciones. Así recuerda el grito «¡El Burgués ha muerto, viva el Adolescente!». El primero sacrificaba el placer a las riquezas y a la apariencia moral, el segundo se quita la careta y quiere divertirse ante todo y escapar de los deberes de escuela de cualquier naturaleza por la vía del ocio y de las libertades. Y ésta es la manera de que la industria cultural y el comercio de la sociedad de consumo encuentran, en este recidivo «puerilismo», el clima adecuado para ampliar la clientela.
Pluralismo y puerilismo. Pluralismo, o si se quiere «interculturalidad», como reconocimiento de nuestra condición en el respeto a la diversidad de las personas y de los pueblos, pero que debería ayudarnos a madurar en la conciencia de la solidaridad y de la pertenencia a una misma familia que corre una suerte común que nos afecta a todos. Es un reto para el crecimiento en niveles de humanidad ante las relaciones de los seres humanos en cualquier parte del mundo, a fin de acudir en su socorro cuando se trate de desgracias y compartir bienes para poder crecer juntos en todo caso.
«Puerilismo», tal como se ha descrito, es una especie de puerilidad que supone un freno en el crecimiento natural y hasta una especie de regreso a niveles de evolución que impiden la maduración de individuos y sociedades. Si este «puerilismo» se socializase como constante o nota destacada en la aldea global, sería un mal servicio a las nuevas generaciones y a todos los que se dejasen influir por estos valores y pautas de comportamiento que invadirían poco a poco el cuerpo pluralista de ese mundo en el que todos hemos de convivir con clara conciencia de nuestra responsabilidad y de la necesaria convivencia solidaria. La maduración de la sociedad ha de orientarse en una verdadera educación de la libertad y los valores morales de todos, jóvenes y mayores, superando la seducción de los contrarios.
D. José Delicado Baeza, arzobispo emérito de Valladolid.