Populismos viejos, populismos nuevos

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Los populismos del siglo XXI toman nuevas formas o se adaptan a los tiempos. Plantean nuevos desafíos a la vida política, ante una débil democracia formal representativa, ante fenómenos como la corrupción, las migraciones o el aplastamiento del mundo del trabajo por la “globalización” en las sociedades enriquecidas. Trump, Marine Le Pen, Podemos, Campaña del Brexit, etc, son algunas muestras de nuestros días

Hasta el siglo XX este término (Populismo) apenas fue utilizado.

En 1950, el sociólogo Edward Shils introdujo un sentido completamente novedoso de esta forma de hacer política o de poner en práctica una ideología. En la formulación de Shils, “populismo” no refería a un tipo de movimiento en particular, sino a una ideología que podía encontrarse tanto en contextos urbanos como rurales y en sociedades de todo tipo.

“Populismo” para Shils, designaba “una ideología de resentimiento contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente, de la que supone que posee el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura”. Como un fenómeno de múltiples caras, tal “populismo” se manifestaba en una variedad de formas: el bolchevismo en Rusia, el nazismo en Alemania, el Macartismo en Estados Unidos, etc.

Movilizar los sentimientos irracionales de las masas para ponerlas en contra de las élites: eso era el populismo. En otras palabras, “populismo” pasó a ser el nombre para un conjunto de fenómenos que se apartaban de la democracia liberal o formal, cada uno a su modo.

En las décadas de 1960 y 1970 otros estudiosos retomaron el término, en un sentido algo diferente, aunque conectado con el anterior. Lo utilizaron para nombrar a un conjunto de movimientos reformistas del Tercer Mundo, particularmente los iberoamericanos, como el peronismo en Argentina, el Varguismo en Brasil y el Cardenismo en México.

Incluso algunos académicos valoraban positivamente la expansión de nuevos “derechos para los pobres” habían venido de la mano de estos movimientos, su tipo de liderazgo era el rasgo distintivo: era personal antes que institucional, emotivo antes que racional, con unanimidades, no en pocas veces forzadas.

Así, el concepto de “populismo” mutó de un uso más restringido que refería a los movimientos de campesinos o granjeros, a un uso más amplio para designar un fenómeno ideológico y político más o menos ubicuo. Para la década de 1970 “populismo” podía aludir a tal o cual movimiento histórico en concreto, a un tipo de régimen político, a un estilo de liderazgo o a una “ideología de resentimiento” que amenazaba por todas partes a la democracia. En todos los casos, el término tenía una connotación negativa.

En un artículo reciente en el diario El País, Manuel Arias Maldonado, afirma que “es populista quien despliega un discurso antielitista en nombre del pueblo soberano” “En otras palabras, quien sostiene que el pueblo virtuoso ha sido víctima de una élite corrupta que ha secuestrado la voluntad popular” “Y lo es, en fin, quien se arroga la potestad de determinar quién pertenece a cada una de esas entidades: quién es gente, quién es casta. De ahí que el contenido de esos contenedores de indudable fuerza simbólica no se encuentre prefijado: entre los enemigos del pueblo pueden contarse empresarios, inmigrantes, periodistas; pero bien pueden ser pueblo, como a menudo sucede en el populismo”. También afirma en su artículo que el populismo afirma la dinámica “pueblo contra o frente a élite”, y muchos políticos se mueven muy bien en esta frontera.

Para Daniel Innerarity, se equivoca quien juzga este incremento de los extremismos actuales a partir del precedente de los movimientos antidemocráticos que dieron lugar a los totalitarismos del siglo pasado. A diferencia de aquellos, estos utilizan un lenguaje democrático. Lo que ocurre es que tienen una idea simplista de la democracia y absolutizan una de sus dimensiones… despreciando el resto.

Pero parece claro que el populismo arraiga donde el pueblo ha sido apartado de su protagonismo cultural y político. Y lo más triste de esto es que en la mayoría de las ocasiones lo han generado democracias liberales representativas que no han creído en la promoción del pueblo, sino en favorecer intereses cruzados de los grandes y suyos (corrupción).

Diría Guillermo Rovirosa de la promoción en los países ricos…que “teóricamente, en los países de Occidente, el pueblo está promocionado desde la Revolución Francesa en todos los casos en los que la Constitución afirma la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. ¿Puede aspirar a algo más la promoción del pueblo? Lo malo es que esto no pasa de ser una declaración puramente teórica, con poquísima repercusión en la práctica

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Manuel Arias Maldonado es profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Málaga.

Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y profesor invitado en la Universidad de Georgetown.

Autor: Redacción Solidaridad.net