En el conflicto ucraniano de Malii Donbas se ha desatado una guerra interna entre clanes en la que también son protagonistas otros actores globales: Ucrania, Rusia, la UE y EE.UU.
Los choques armados entre el ejército ucraniano y las milicias prorrusas –fuertemente apoyadas por armas y unidades del ejército ruso– se vienen desarrollando en varios escenarios: en Luhansk por su proximidad a la frontera con Rusia, por su posición estratégica –está muy cerca del gasoducto ruso– y por los yacimientos de gas de esquisto que Ucrania quiere extraer para reducir su dependencia energética de Rusia; en Donetsk por ser una de las ciudades más industriales y desarrolladas de Ucrania, residencia de la élite local durante la presidencia del prorruso Yanukovich y de Rinat Ajmetov, la persona más rica (o al menos hasta hace poco) de Ucrania. Y ahora los combates se han desplazado hacia el importante puerto de Mariupol.
Esta guerra por el poder entre los clanes de Donetsk, desde el derrocamiento de Yanukovich y la elección del actual presidente Poroshenko, no ha concluido, y tendrá su reflejo en el incierto proceso de privatización de las empresas estatales anunciado por Poroshenko.
La reorganización en Luhansk podría ser algo parecido a la de Transnistria, pero todo dependerá del acuerdo final entre los grandes y los pequeños oligarcas, como Ajmetov, Firtash y Zhevago (cercano a la ex primer ministra Timoshenko), con Poroshenko. Hasta hace poco Ajmetov era también la persona más influyente en Donetsk, cuyo poder económico ha pasado a Igor Kolomoyskyi, quien con sus milicias se ha hecho con el control militar de algunos territorios cercanos a Donetsk. La cuestión ahora estriba en resolver el reparto de intereses entre Ajmetov, Kolomoyskyi y el propio Poroshenko.
Los principales clanes de oligarcas y sus recientes alianzas están centrados en varios frentes: Donetsk-Lujansk, con el acercamiento de Jarkov, donde se concentran tres cuartas partes de la industria; Dnipropetrovsk, que junto con Zaporozhie poseen el 16% de la industria; por último, Kiev y Galitzia, la primera como centro financiero y Galitzia que, aunque no tiene mucha influencia económica, políticamente es muy activa.
Entre los problemas internos en esta guerra de clanes está por ver cómo Kiev pacta acuerdos con las regiones conflictivas de Malii Donbas, cuya oligarquía espera obtener un estatus más ventajoso a raíz de este conflicto, como consiguieron después de la Revolución Naranja, en la que también plantearon acciones separatistas ante el cambio de las élites en Kiev. Su objetivo mínimo es la federación de Ucrania, pues ni la independencia ni la integración en Rusia parece que sean su deseo. Y menos pasar a ser títeres de Moscú.
En la guerra también participan otros actores internos como la policía y las fuerzas locales, estrechamente vinculados con los oligarcas, y que no quieren vivir peor que antes y ganar algo más; antiguos combatientes de la guerra de Chechenia y de otros conflictos, acostumbrados a la guerra desde niños y sin saber vivir de otra manera; los nacionalistas, fanáticos, chovinistas (contra los judíos como Kolomoyskyi o Yatcenuyk, contra los tártaros…), nostálgicos de la época soviética y antioccidentales, que combaten por diferentes ideas. Y finalmente la población civil, que es la que sufre de manera traumática las consecuencias de la guerra, con la muerte de civiles y la destrucción de sus hogares y medios de vida –convertidos en refugiados–, y machacados por la acción de la propaganda.
¿Y cuáles son los intereses de Rusia? Tras la caída de Yanukovich, Putin necesitaba un conflicto de pequeñas dimensiones del que aprovecharse para apoderarse de Crimea y presionar al presidente Poroshenko. Está apoyando a los separatistas y participando en la guerra, aunque nunca oficialmente, al tiempo que envía ayuda humanitaria y desea ser el mediador en el conflicto, como manifestó tras su breve encuentro con Poroshenko en Minsk. Putin intentará limitar al máximo las críticas y la pérdida de popularidad entre la opinión pública internacional y rusa. Además, tampoco desea nuevas sanciones por parte de la UE y de EEUU, y ni Rusia ni Europa necesitan nuevas tensiones que agraven sus respectivas crisis económicas. Tras la absorción de Crimea, la popularidad de Putin ha subido en la Federación de Rusia hasta el 85%, cuando estaba en unos niveles muy bajos e inaceptables para un líder ruso. Y con el conflicto de Donbas será muy difícil que aumente más. La anexión rusa de Donbas supondría la declaración de guerra a Ucrania, lo que no tuvo lugar con la de Crimea, que fue prácticamente pacífica. Sin embargo, la inestabilidad en Donbas es ventajosa para Rusia, porque automáticamente provoca debilidad en Ucrania y distrae la atención internacional sobre Crimea, aunque ambos conflictos tengan interrelación.
Si Ucrania sale muy debilitada de este conflicto, es posible que el proceso de su integración en la UE y en la OTAN pueda frenarse, o que se integre únicamente su parte occidental, del Dniéper hacia Polonia.
Así pues, parece evidente que a Rusia lo que le interesa es mantener un conflicto prolongado de baja escala para debilitar a Ucrania, algo similar a lo que ya vimos en los conflictos de Abjasia, Osetia del Sur y Transnistria, al manipular a Georgia y Moldavia.
Pero a Rusia tampoco le conviene repetir en Donbas los ejemplos anteriores, donde sus economías no han mejorado, ni hay perspectivas de que lo hagan al ser demasiado pequeñas y débiles. Donbas, con Donetsk y Lujansk, junto con otras ciudades, podrían constituir algo similar a lo que fue en su tiempo Nueva Rusia. En tal caso, estaría mejor conectado con Crimea y debilitaría aún más a Ucrania. Además, Rusia siempre tendrá en la manga la opción de jugar la carta de integrar a las autoproclamadas repúblicas de Donbas y/o establecer bases militares, al objeto de evitar posibles acciones de Ucrania para recuperar Crimea y de Moldavia hacia Transnistria.
Pero bajo su aspecto económico la anexión de Donbas en Rusia puede ser negativa, al ser necesarias grandes inversiones para recuperar su economía; la industria del carbón ya no resulta atractiva (a pesar de que Ucrania tuvo que importarlo recientemente) y su numerosa población minera tendría que ser reciclada en otros sectores. El año que viene se prevé que la situación económica en Rusia empeore, sin mencionar las posibles consecuencias de las sanciones internacionales.
Todavía no está claro del todo cómo y quién va a apoyar desde Donbas al oligarca presidente Poroshenko. Hay élites que han perdido su influencia y por ello están descontentas, pero Poroshenko deberá contar siempre con ellas, al ser éstas un factor clave y de cohesión interna.
Está claro que el conflicto va más allá de la defensa de la diáspora rusa en la región. Y es curioso que la compañía norteamericana Shell firmase un acuerdo con el Gobierno ucraniano para extraer gas de esquisto antes del inicio de la guerra civil-separatista, cuando gran parte de tales recursos se encuentran en Donbas, y son al parecer de los más ricos de Europa. Con su extracción Ucrania podría disminuir su dependencia energética de Rusia, reforzar su seguridad nacional impulsando su integración en la UE, y quizá debilitar la influyente posición de Rusia como exportador de gas a Centroeuropa.
Brzezinski afirma en El gran tablero mundial, que el alejamiento de Ucrania de Rusia sería un golpe considerable para Rusia, y algo muy conveniente para Estados Unidos por el excesivo acercamiento Rusia-China, un actor rival en el mundo globalizado para Norteamérica y otros países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Igualmente, el alejamiento de Ucrania sería un duro golpe para Rusia, que se vería lejos de poder colmar sus ambiciones de ser el eje de la reintegración del espacio post soviético. El problema de este conflicto radica en que todavía son posibles diferentes escenarios.
Autor: Alesia Slizhava, doctora en Ciencias Políticas, profesora de la Universidad Complutense y directora de la revista digital Kosmos-Polis.