En el centenario de su nacimiento
Una vida dedicada a combatir las diversas lepras del mundo. Una personalidad que, aún hoy, inquieta y llama al compromiso: “Nadie puede ser feliz a solas”. Raoul Follereau nació en Nevers (Francia) el 17 de agosto de 1903 y murió en París el 6 de diciembre de 1977. El encuentro, en 1935, con la experiencia de Charles de Foucauld cambió su vida.
Por Luciano Ardesi
Fuente: Mundo Negro, septiembre del 2003
En estos tiempos de nuevas epidemias, la lepra parece un recuerdo lejano. Sin embargo, en el mundo existen todavía millones de leprosos y otros muchos que han estado afectados por la enfermedad pero han conseguido vencerla. La lepra ha dejado de producir miedo o, al menos, los leprosos ya no provocan el terror atávico que en el pasado acompañaba a la enfermedad. El mérito se debe, en gran parte, a un hombre que dedicó su vida a combatir la lepra y todas las demás “lepras” que afectan a la humanidad. Se trata de Raoul Follereau, de quien el pasado mes de agosto se cumplía el primer centenario de su nacimiento. La obra de este apóstol de los leprosos continúa viva a través de una vasta red de asociaciones y de grupos. Su pensamiento y su estilo de acción gozan de una extraordinaria actualidad.
Para él, “amar es actuar” y, al mismo tiempo, actuar sin amor no sirve de nada. En un mundo cada vez más materialista, Follereau rechazó el simple gesto –por bello y generoso que sea–, si no tiene motivaciones profundas. Para él, el motivo más profundo para la acción era el amor, el amor centrado en Dios; pero su fe, sin dogmatismos y rica en valores, lo llevará a aproximarse con facilidad a los no creyentes o a los seguidores de otras religiones.
Su acción, su amor, escondía una extraordinaria vitalidad y producía un optimismo incontrolable. Follereau tenía una fuerte personalidad, acompañada de una gran elocuencia y de un cierto anticonformismo, como el uso de una amplia corbata negra que lució siempre a pesar de los cambios de moda. Su horizonte fue amplísimo; quiso la globalización de la felicidad. “Nadie tiene derecho a ser feliz a solas”, fue una de sus frases más famosas.
Persiguió un tipo de compromiso en el que todos pudieran participar sin importar los medios de que dispusieran. Fue un método que inauguró en un momento difícil para todos por causa de la guerra. Lanzó las iniciativas “La hora de los pobres” (1943), “La Navidad del P. Foucauld” (1947), “La huelga del Viernes Santo” (1947). La entrega del importe de una hora del propio trabajo o la renuncia a un capricho, multiplicadas por miles de personas alcanzaron un efecto extraordinario. Además, Follereau utilizó su gran capacidad de oratoria y su genio de poeta y escritor amplificándolos con el uso de los medios de comunicación de masas existentes en esa época.
El método
Gran comunicador, Follereau no se limitó a lanzar llamamientos al público. Los poderosos tienen la responsabilidad de los grandes males del mundo, de los que la lepra era sólo una manifestación. La mayor responsabilidad de los dirigentes del mundo es la guerra, por eso Follereau los presionó para que pusieran su poder al servicio de la paz. En un cierto momento incitará, especialmente a los jóvenes, a “impedir dormir a los poderosos” inundándolos con peticiones. Su primer llamamiento tuvo lugar en 1944 y consistió en una petición al presidente norteamericano Roosevelt para que “prolongara imaginariamente” la guerra por un día y los millones de dólares que habría costado esa jornada bélica los dedicara a construir la paz. Fue el primero de los “balances de paz” que Follereau lanzaría en el curso de sus campañas. El más célebre de todos fue aquel que tuvo como lema “Dadme dos bombarderos” (1959) por el que pedía a las dos grandes potencias del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética, renunciar a un bombardero cada uno y poner su coste a disposición de la batalla contra la lepra. El “método Follereau”, como se le llamó, hizo escuela y aún hoy es adoptado en muchas campañas por la paz y la solidaridad internacionales.
La reconversión de los instrumentos de muerte no era suficiente. Para Follereau era necesaria una reconversión radical de las conciencias. En su incesante denuncia de los males, señaló la responsabilidad de los individuos. El egoísmo y el culto al dinero eran, para él, factores que impiden el triunfo del amor y de la justicia. Follereau puso tanto empeño en sacar a la luz las condiciones de vida de los leprosos, los marginados y los pobres como en denunciar los comportamientos individualistas de la sociedad y de las personas. Sus folletos y sus libros están repletos de figuras negativas por su egoísmo y su indiferencia hacia los demás; son personajes presentados como ejemplos a evitar.
Las críticas de Raoul Follereau al consumismo y a sus paradojas fueron feroces y anticipó en muchos aspectos los temas de la contestación social que surgió a finales de los años sesenta. Además, prestó una atención especial a los jóvenes para prepararlos a sus responsabilidades futuras mediante una educación que les hiciera –diríamos hoy– ciudadanos del mundo.
Al haber vivido la experiencia de dos guerras mundiales, la primera de las cuales lo dejó huérfano a la edad de catorce años, Follereau maduró la necesidad de formar a algunos jóvenes en el ideal de la paz mediante el recurso al servicio civil en lugar del servicio militar que, según él, debería llegar a suprimirse. Esta propuesta, formulada ya en 1948, era entonces altamente revolucionaria.
El compromiso de Raoul Follereau pretende dirigirse a la raíz de los problemas, sacando a la luz las distintas responsabilidades. La misma lepra es tan sólo el aspecto más aberrante de una condición humana que exploró en el curso de los innumerables viajes que realizó en compañía de Madeleine, su inseparable esposa. La lepra era el símbolo de una marginación desesperante que afectaba a todos los enfermos, fuera cual fuera su condición social, debido a la creencia entonces imperante de que esa enfermedad es siempre contagiosa. Follereau no era médico, y sólo tenía una forma de combatir esa concepción equivocada para romper el aislamiento de los enfermos de lepra: abrazándolos y estrechando sus manos.
Un argumento tabú: no sólo no se podía ver a los leprosos, sino que se evocaba la enfermedad con repugnancia y miedo; en general, las instituciones y los medios de información ignoraban la existencia de la enfermedad. Follereau sacó la lepra a la luz pública de forma impactante, publicando imágenes de rostros y cuerpos deformados. Se negó a aceptar la caridad como medio para liberar las conciencias del peso de esas imágenes. A los bienintencionados, a quienes dedicó las páginas más afiladas de su elegante polémica, quería impedirles que el egoísmo los llevara a desentenderse de los males del mundo.
No es sorprendente que, aunque católico practicante, Raoul Follereau dedicara a cierto tipo de cristianos, a quienes llamaba “pequeños burgueses de la eternidad”, las críticas más severas. Se trataba de los cristianos que son escrupulosos en sus prácticas religiosas, pero que luego se cierran a las necesidades de los demás: “Estos cristianos son personas no evangelizadas. Aún deben aprender a amar”.
La Jornada Mundial
Hambre y pobreza constituyen el origen del ambiente económico y social en el que la lepra y otras enfermedades endémicas se desarrollan más fácilmente. Follereau fue uno de los pioneros de lo que más tarde se llamará acción por el desarrollo integral. La Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra, que él mismo instituyó, tenía como objetivo promover el compromiso por el desarrollo integral de los enfermos. La Jornada se celebró por primera vez el último domingo de enero de 1954, cuando en las iglesias se leía el pasaje evangélico en que Jesús cura al enfermo de lepra.
La movilización generada por los llamamientos de las sucesivas jornadas mundiales de los enfermos de lepra, puntualmente apoyadas por los Papas, suscitaron la creación de numerosos grupos de solidaridad con los leprosos en todo el mundo. Tuvo un impacto especial la recogida de firmas en apoyo del llamamiento que los jóvenes hicieron a las Naciones Unidas pidiendo que se instituyera una Día Mundial de la Paz. La iniciativa, lanzada en 1964, concluyó con la recogida de más de tres millones de firmas de jóvenes de 125 países. La Asamblea General de la ONU aprobó la petición con una resolución de diciembre de 1969.
En un momento en el que lo efímero y el espectáculo se imponen en la atención del público, la solidaridad del trabajo iniciado por Raoul Follereau se confirma con el paso del tiempo como algo duradero, incluso después de su muerte, acontecida en diciembre de 1977. “El futuro será como vosotros lo construyáis”, decía Follereau a los jóvenes. Tenía fe en ellos y éstos no le han defraudado.
SI CRISTO, MAÑANA, LLAMASE A TU PUERTA…
Por Raoul Follereau
Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta,
¿lo reconocerías?
Será, como entonces, un hombre pobre,
ciertamente un hombre solo.
Será, sin duda, un obrero,
quizá un parado,
o, incluso, si la huelga es justa, un huelguista.
O tal vez irá ofreciendo pólizas de seguros o aspiradoras…
Subirá escaleras y más escaleras,
se detendrá sin fin piso tras piso,
con una sonrisa maravillosa
en su rostro triste…
Pero tu puerta es tan sombría…
Además, nadie descubre la sonrisa de las personas
que no quiere recibir.
“No me interesa”, dirás
antes de escucharle.
O bien la criada repetirá como una lección:
“La señora tiene sus pobres”,
y de golpe cerrará la puerta
ante el semblante del Pobre,
que es el Salvador.
Será, quizá, un prófugo,
uno de los quince millones de prófugos
con pasaporte de la 0NU;
uno de esos que a nadie interesan
y que van errantes,
errantes por este desierto del mundo;
uno de esos que deben morir,
“porque, a fin de cuentas, no se sabe de dónde vienen
las personas de tal calaña…”
O quizá también, en América,
un negro,
un triste negro,
cansado de mendigar un hueco
en los hoteles de Nueva York,
como entonces, en Belén,
la Virgen Nuestra Señora….
Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta,
¿lo reconocerías?
Tendrá un aire abatido,
extenuado.
agobiado como está
porque debe tomar sobre sí
todos los dolores de la tierra…
Y, si le preguntan:
“¿Qué sabes hacer?”,
Él no puede decir: “Todo”.
“¿De dónde vienes?”,
no puede responder: “De todas partes”.
“¿Qué pretendes ganar?”,
no puede responder: “A ti”.
Entonces se alejará,
más extenuado, más agobiado,
con la Paz en sus manos desnudas…
FOLLEREAU Y ESPAÑA
Por Gerardo González
La asociación española Amigos de los Leprosos, fundada por Raoul Follereau, tuvo su primera sede en las dependencias de la revista Mundo Negro. Su encargado fue el mismo director de la revista, el P. Romeo Ballan. Follereau y su mujer Madeleine, que no tenían hijos, mantuvieron siempre con el P. Romeo una relación paternal, patente en decenas de cartas que se conservan en el archivo de la revista. El mismo P. Romeo los trataba como “papá Raoul y mamá Madeleine”.
Mundo Negro, además de publicar puntualmente sus mensajes, editó las obras de Raoul Follereau y organizó las campañas de Un día de guerra para la paz. Los libros de Follereau, desde La única verdad es amarse hasta Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta… han tenido un éxito considerable. Son obras que rezuman la frescura de un cristiano inquieto e inconformista que captó, desde la experiencia con los enfermos de lepra, la estructura de un mundo injusto y egoísta, el absurdo de las guerras y de la carrera armamentista con sus gastos desmesurados, el contrasentido del hambre… Follereau no se limitó a denunciar, sino que hizo unas propuestas concretas y genuinamente cristianas para resolver los problemas. Como buen comunicador, acuñó su mensaje en frases cortas pero contundentes:“nadie tiene derecho a ser feliz a solas”, “bomba atómica o caridad”, “la única verdad es amarse”. Ya a los 17 años dijo con convicción:“Vivir es ayudar a vivir… Ser felices es hacer felices a los otros”.
Llamado “Apóstol de los Leprosos” y “Vagabundo de la Caridad”, Raoul Follereau sigue siendo un ejemplo de cristiano comprometido con su tiempo. Quienes tuvimos la suerte de conocerle, captamos una perfecta sintonía entre fe y vida. Su figura bonachona, adornada con una chalina que él consideraba un símbolo de libertad, está a la altura de otros grandes personajes del siglo XX como Charles de Foucauld, el abbé Pierre, Gandhi o el Dr. Schweitzer. Tenía talento para ser un gran escritor y un magnífico poeta, pero decidió dedicar estas aptitudes a la causa de los leprosos en el mundo, que en su época estaban doblemente marginados; como él solía decir, además de padecer la enfermedad de la lepra, eran leprosos. Follereau fue el primero en proclamar que la lepra es una enfermedad poco contagiosa y perfectamente curable y que los leprosos son enfermos como los demás.
La actual asociación Amigos de los Enfermos de Lepra, que sucedió a la asociación de Amigos de los Leprosos, tiene su sede en Madrid y sigue promoviendo los ideales de Raoul Follereau. Existe en Barcelona la asociación Ayuda Solidaria a los Leprosos –primero se llamó Jóvenes Amigos de los Leprosos (JAL) y después Junta de Acción contra la Lepra– que se inspira también en los postulados de Follereau.