Revista Autogestión 136 «La injusticia también es un virus»

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El mismo día que empezó el verano, el gobierno decretó la “nueva normalidad” para que nos olvidásemos del virus, de las cantidades apocalípticas de muertos y que saliéramos a divertirnos. ¡Los bares también tienen que vivir!, aunque sean el último reducto de la economía española…

Estamos atrapados hasta el agotamiento en los reflejos antagónicos del “lucha o huye”, del “lánzate a salir o protégete” que no nos damos cuenta de que vivimos en el lado de los fuertes, de los “ganadores” de la historia gracias a unas estructuras que aplastan a los débiles.

En tres meses de confinamiento, los poderes dominantes han conseguido imponer más que en toda la década previa: terminar de plataformizar la economía, digitalizar la cotidianeidad y el control social, invisibilizar a los excluidos de estos procesos para normalizar su eutanasia y eugenesia “de hecho”.

Las dos primeras tendencias son facilitadoras de la última, la de convertir las personas débiles sigilosamente en desechables. No tenemos que irnos muy lejos: la propaganda oficial tapa el crimen del abandono de los ancianos en las “residencias” con luto edulcorado mientras prohíbe despedirnos de ellos. De la precariedad mortal en los campos de refugiados o en los barracones de los “trabajadores prestados” en Alemania o los trabajadores del campo español apenas se habla.

Pero la verdadera catástrofe está ocurriendo en los países más empobrecidos. Mientras aquí parcelamos las playas para no perdernos los placeres del verano, la OMS -organización al servicio de los poderes globales- advierte que la pandemia se está acelerando. Vivimos la “Operación Gran Distracción” para ocultar los actuales crímenes contra la humanidad.

Las industrias armamentísticas españolas fueron las primeras en rescatar a sus trabajadores de los ERTEs. Un reportaje del diario chino SCMT destaca que “las guerras en tiempos del COVID”, a diferencia de las del pasado, no se ralentizan. Son robotizadas, sin soldados que puedan enfermar. Los muertos los pone la población civil. Si no es por el ataque de los drones, es por la imposibilidad de sobrevivir en condiciones saludables. En el Yemen, el coronavirus es el arma más perversa de una guerra de alta tecnología. En Brasil, mueren las Favelas y la Amazonía, en Perú, los mercados de productores, donde venden y compran los pobres, están infectados en un 99%.

La lista de ejemplos de cómo el Coronavirus sirve para tapar guerras civiles, agresiones a los empobrecidos y colar grandes cambios sociales y culturales es infinita.

Las élites globales aceleran con la pandemia la imposición de su programa eugenésico y transhumanista con el discurso de “reorientar las finanzas al servicio del Bien Común” (palabras del ex directivo del Banco Mundial Bertrand Badré, parafraseado por Patricia Botín para dar cobertura del IBEX35 a la coalición entre PSOE y comunistas en España). Así los illuminati billonarios de Davos pretenden imponer su nueva tiranía mundial “ilustrada” bajo la etiqueta de “nuevos modelos de gobernanza colectiva mundial” mientras luchan entre ellos a muerte por dominar este proceso.

En su universo, el mundo está “superpoblado”: demasiado lleno de gente contrarios a sus intereses. Su estrategia: matar “dejando morir” a los que “sobran”, los que “no aportan valor” en su modelo de la economía 4.0 robotizada y gestionada por la inteligencia artificial. Sigue la guerra del hambre, de la pandemia, del abandono y del olvido de los dominantes contra esa “población sobrante” que no llega ni siquiera a categoría de “dominados”.
Pero no cuentan con que el ser humano quiere, por encima de todas las cosas, amar y ser amado: a pesar de, o precisamente a causa de todos los intentos de deshumanizarnos, los seres humanos nos resistimos frente al intento de bagatelizar la vida humana y convertirla en mero objeto descartable comercial y de consumo.

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La Iglesia es centro natural de esta resistencia puesto que ha defendido siempre la dignidad sagrada de la persona humana en todas las condiciones y fases de su vida frente a agresiones e intereses de los grandes poderes del mundo y sus correas de transmisión locales. Por eso los grandes poderes y sus falsas disidencias construidas para blanquear su imagen la siguen desprestigiando, difamando, ridiculizando y persiguiendo. Precisamente por ese testimonio de lucha institucional, comunitaria y personal sigue siendo la gran esperanza de las personas a las que estos poderes están robando la libertad, la moral, los ahorros y hasta la propia vida.

Editorial Revista Autogestión