Revista Autogestión 143: “Democracia y autogestión”

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DEMOCRACIA Y AUTOGESTIÓN – Editorial de la Revista Solidaria Autogestión 143

Desde estas páginas siempre hemos intentado transmitir que la democracia formal de corte liberal no era una democracia real, pero que no teníamos ninguna duda de que era mejor que cualquier dictadura y mejor que cualquier régimen totalitario. Actualmente seguimos afirmando que, si queremos que la democracia real crezca y se fortalezca frente a las tentaciones autoritarias y totalitarias, eso no se puede hacer simplemente defendiendo la democracia liberal. Ese camino es de muy poco recorrido como ha demostrado la historia política del siglo XX.

En primer lugar, habría que decir que la democracia formal representativa es muy débil porque carece de fundamentos metafísicos, antropológicos y morales fuertes. Sigue de actualidad el dictum de Böckenförde: “El estado libre y secularizado vive de presupuestos que él no puede garantizarse a sí mismo”. Por otro lado, desde el punto de vista de la filosofía y la historia política el concepto de estado moderno, vinculado a la democracia representativa, tiene su origen en el absolutismo centralista europeo de los siglos XVI y XVII que se constituyó básicamente para hacer la guerra y no el bien común de la sociedad. No es de menor importancia señalar que gran parte del éxito aparente de la democracia liberal de corte occidental se ha hecho a costa del empobrecimiento de la inmensa mayoría del planeta, primero con el colonialismo surgido de la Modernidad y luego con el imperialismo neocapitalista del siglo XX.  Al finalizar la II Guerra Mundial, EEUU con el 6% de la población mundial, controlaba más del 50% de la riqueza del mundo.

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No se puede aceptar, por lo tanto, que para mejorar la democracia actual frente a las tendencias totalitarias de la globalización digital neocapitalista haya que reivindicar el statu quo de la etapa anterior. Desde hace unos años a esta parte no es difícil darse cuenta del retroceso de la democracia formal en el mundo. Es una evidencia puesta de manifiesto por una multitud de hechos y de estudios. Como demostró la crisis financiera de 2008 una vez más, la democracia formal ha servido como estructura institucional de un estado al servicio del poder corporativo neocapitalista y no al servicio del Bien Común.

Por otro lado, ha habido un aumento de los regímenes autoritarios de todo tipo, especialmente los de corte nacionalista y fundamentalista, lo que además ha provocado un crecimiento exponencial de la violencia. Al mismo tiempo, se están incrementando el número de estados fallidos. Importantes zonas del planeta están, de hecho, bajo el control de fuerzas mafiosas o paramilitares, incluidos ejércitos privados de mercenarios.

Otro factor muy significativo ha sido la proliferación de conflictos armados y el levantamiento de más muros fronterizos para controlar los flujos migratorios y de refugiados. Finalmente, no por menos importante,  la influencia de China como gran potencia emergente está exportando una cultura política totalitaria de influencia planetaria donde la seguridad y el control priman, sin demasiada oposición social, sobre la libertad.

Sin embargo, nos atrevemos a apuntar que lo que más está debilitando el crecimiento y la profundización de la democracia real no son las tendencias totalitarias de la globalización digital y financiera del capitalismo actual sino la falta de una cultura del compromiso personal y social de la gente por el Bien Común. La democracia real es el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y ello no es posible si las personas, las familias, las asociaciones de base no asumen su responsabilidad.

La actual cultura social y política irradiada por los centros de poder capitalista promueve la indiferencia política, la iniciativa egoísta particular, el individualismo radical (con su otra cara, el corporativismo), el miedo y el conformismo resignado. En contraposición a esta dimisión del protagonismo y la responsabilidad, ofrece e instila hedonismo sin límites, los mundos virtuales y metaversos, así como adicciones de todo tipo. Este sería, para esta cultura, el principal campo de juego de la “libertad”. Recientes encuestas señalan un crecimiento constante de sentimientos sociales antidemocráticos en las sociedades occidentales muy relacionados con sociedades envejecidas donde, además, la juventud carece mayoritariamente de un proyecto vital consistente.

Creemos firmemente que la actual tendencia antidemocrática solo revertirá si se promociona una cultura política autogestionaria por el Bien Común en la base de la sociedad. Por autogestión entendemos una cultura política que prima el protagonismo de las personas en la gestión personal y colectiva de sus vidas en todas las dimensiones y ámbitos. Esto implica una educación y una formación, un compromiso, una entrega, un sacrificio del interés particular. Detrás de la cultura autogestionaria hay toda una antropología personalista que afirma que todo ser humano, por el simple hecho de serlo, desde la concepción hasta la muerte natural, es persona y por tanto tiene la máxima categoría ontológica independientemente de sus condiciones y circunstancias sociales o naturales. Esta categoría máxima es la dignidad humana y es el fundamento de los derechos y los deberes humanos y de la relación adecuada entre los mismos. Como decía Gandhi, el manantial de los derechos humanos nace en la cumbre de los deberes humanos. O como decía el movimiento obrero militante, no más deberes sin derechos y no más derechos sin deberes.

El ser humano es esencialmente un sujeto de deberes porque es un ser libre y moral por naturaleza. Su plenitud, felicidad, depende de su elección del bien frente al mal. Pero para poder hacer el bien se le tienen que respetar sus derechos inalienables e inviolables. Los derechos humanos se reconocen en la medida en que protegen a los deberes humanos. Un padre o una madre de familia tienen el deber de cuidar y proteger la vida de sus hijos por ello tienen derecho a un trabajo digno que le proporcione los medios necesarios. Y, en la misma línea, toda persona como ser social y comunitario, tiene una vocación política que le llama a implicarse solidariamente en la construcción del Bien Común de la sociedad; y para ello tiene derecho a la libertad religiosa, a libertad de expresión y reunión, etc. En definitiva, todo derecho humano auténtico está vinculado a un deber humano.

Toda esta perspectiva política autogestionaria hace que la democracia no sea un simple procedimiento de conformación de mayorías, sino una forma auténtica de compromiso político de la base de la sociedad fortalecida frente a las tendencias autoritarias y totalitarias que siempre están al acecho. De esta forma, todas las instituciones necesarias para hacer posible la comunidad social y política deberían surgir subsidiariamente desde abajo hacia arriba y coordinadas por el principio de solidaridad que no es otra cosa la decisión firme y perseverante de trabajar por el Bien Común, que es el bien de todos y de cada uno sin exclusión de nadie.