Viaje hasta un lugar remoto de China donde los hombres compran esposas esclavas. La Corea del Norte de Kim Jong II pasa hambre y en China faltan mujeres para millones de solteros: ambas necesidades se han unido en la frontera chino-norcoreana para crear un inmenso mercado de subasta y venta de mujeres. «Siete mujeres dieron a luz los días siguientes a mi ingreso en prisión. Los bebés fueron envueltos en plásticos con los cordones umbilicales y colgados boca abajo en el patio.Estuvieron así hasta que fueron muriendo. Uno de los recién nacidos sobrevivió tres días. Finalmente fue asfixiado», recuerda Kim.
Por David Jiménez
El río Tumen, que dibuja la frontera entre Corea del Norte y China a través del remoto noreste de Asia, ofrece una oportunidad ahora que se acerca el invierno. Las bajas temperaturas han empezado a congelar sus aguas plateadas, los militares han bajado la guardia y miles de refugiados se agazapan durante la noche esperando la ocasión para cruzar caminando sobre el hielo hacia lo que creen será la libertad. Si los militares apostados en decenas de torres de control les descubren o el hielo se rompe bajo sus pies, el sueño habrá terminado antes de empezar. La mayoría son mujeres y, aunque no lo saben, a este lado les esperan con los brazos abiertos…. Los traficantes de esposas.
La Corea del Norte de Kim Jong II pasa hambre y en China faltan mujeres para millones de solteros: ambas necesidades se han unido en la frontera chino-norcoreana para crear un inmenso mercado de subasta y venta de mujeres.
Soo-Yun cruzó el río hace un año. Llegó a China hambrienta y sin apenas fuerzas, y nada más pisar territorio chino fue recogida por unos hombres que se ofrecieron a ayudarla. Durante tres semanas fue alimentada, le dieron ropas limpias y cuidaron de ella. Creía que, por fin, su suerte había cambiado. Un día la llevaron a una fábrica abandonada en las afueras de la ciudad de Yanji, a una hora de camino del río Tumen y principal centro de subasta de refugiadas norcoreanas.
«Había otras mujeres y muchos hombres. Nos pusieron en línea y nos obligaron a quitarnos la ropa ante ellos. Uno de aquellos hombres ofreció 3.000 yuanes (300 euros) por mí. Me llevó con él y dos días después nos casamos con toda su familia y los vecinos del pueblo presentes», recuerda Soo-Yun.
La joven norcoreana, de 23 años, vive hoy en una pequeña villa de las afueras de Yanji, en la provincia china de Jilin. A punto de dar a luz al primer hijo de su matrimonio forzado, dice haber aceptado su situación y rechaza la posibilidad de huir. «¿Adónde? ¿A Corea del Norte? Allí la gente se muere de hambre y frío», se lamenta. Aquí, al otro lado del río, no tiene amor, pero tampoco hambre. En el último año ha tratado de olvidar a la familia que dejó atrás para pasar 12 horas al día trabajando el campo y sirviendo a su marido, un campesino de maneras rudas y cojo de nacimiento.
La tradicional preferencia por el nacimiento de bebés varones, el infanticidio y aborto de las niñas han evitado el nacimiento de 40 millones de mujeres en China desde 1980, condenando a toda una generación de hombres a la soledad.
La solución a sus problemas llega estos días a través del río Tumen gracias a las miles de mujeres que huyen del último Estado estalinista del mundo en busca de comida y refugio. La mayoría encuentran un marido no deseado y una vida de esclavitud.
Como al ganado
Los clientes de las subastas de mujeres son casi siempre los rezagados en la difícil carrera por encontrar esposa en China: hombres de más de 40 años, los que tienen alguna tara física o psíquica, quienes son rechazados por falta de medios económicos o campesinos sin educación. Los traficantes completan su oferta buscando en las estaciones de trenes y autobuses a las refugiadas que entraron en el país sin ser descubiertas y que tratan de abandonar la región con la esperanza de alcanzar Corea del Sur.
Las mujeres son catalogadas en ciudades como Yanji según su peso, edad, belleza y salud antes de ponerlas un precio que va de los 300 euros de una joven en buen estado a los 100 de las que llegan con claros signos de hambruna o enfermedad. Las consideradas excepcionales, algo así como si fueran las purasangres -piel blanca, pómulos pronunciados, buen peso, pelo largo y cuidado- pueden alcanzar un precio de hasta 800 euros, si varios hombres pujan por ellas. Las que están demasiado débiles o arrastran enfermedades irreversibles tras su odisea son abandonadas en la frontera, donde los soldados norcoreanos las detienen y envían a campos de trabajos forzados. En el mercado de esposas del río Tumen no hay sitio para sentimentalismos.
El segundo piso de un bloque abandonado de las afueras de Yanji ha sido dividido en pequeños compartimentos donde una veintena de mujeres espera la llegada de compradores. Los dos traficantes que llevan el negocio aseguran que los tiempos son difíciles.En marzo de 2000 miles de policías chinos llevaron a cabo una de las mayores redadas que se recuerdan, deteniendo a más de 8.000 mujeres norcoreanas y deportándolas a su país. El delito de tráfico de personas, por el que antes podían escapar pagando una leve multa, les puede llevar ahora a la cárcel a perpetuidad e incluso costarles la vida. «Ahora tenemos coreanas y algunas locales. Esto es muy arriesgado, tengo que dejar este trabajo», espeta un desdentado y menudo traficante chino mientras varias jóvenes asoman la cabeza en la habitación contigua.
«Son peligrosos»
Las paredes han sido adornadas con viejos muñecos de peluche y fotografías de bellas actrices coreanas. Un radiador y mantas sirven para protegerlas de temperaturas que ya en noviembre rozan los 10 grados bajo cero. Todas aseguran, en presencia de los hombres que las trajeron hasta aquí, que viven en el piso voluntariamente.Ninguna de estas chicas que miran con ojos asustados se atreverían a decir lo contrario. Un norcoreano que lleva cinco años en China y se dedica al contrabando. «No tendrían ningún problema en hacerlas desaparecer a todas si no fuera porque perderían dinero haciéndolo». Yanji, con sus 300.000 habitantes, es la mayor ciudad junto a la frontera y el mejor lugar para que las mafias asienten su lucrativo negocio.
Las jóvenes reciben tres comidas al día para mantener su peso, algo de ropa no excesivamente llamativa, del agrado de quien viene buscando una esposa, y maquillaje para arreglarse cuando vienen clientes. Todos estos cuidados no tienen otro objetivo que el que la mercancía presente un buen aspecto cuando lleguen los clientes. El posible comprador puede recorrer un pasillo y detenerse en cada compartimiento para seleccionar a la mujer que desee.
Cuando los traficantes logran reunir a varios clientes, se organiza una puja para tratar de sacar el mayor dinero posible por las más jóvenes, cuyas fotografías son mostradas previamente en pueblos y ciudades por correos de las mafias. El piso es desmantelado nada más terminar la operación, las mujeres se marchan con sus nuevos esposos y los traficantes vuelven a la frontera en busca de más novias. La demanda es tan grande como la oferta.
«En realidad nosotros las estamos ayudando a encontrar una vida mejor. Sólo las entregamos a quienes demuestran que tienen una casa donde cobijarlas y suficiente dinero para darle de comer», asegura el jefe de la red mientras las mujeres bajan la cabeza o se dan la espalda
Si la policía lleva a cabo redadas, y la organización de subastas se vuelve por un tiempo demasiado arriesgada, los traficantes llevan a las mujeres en furgonetas por los pueblos donde hay más solteros, ofreciéndolas como si fueran una mercancía más.La mayoría son jóvenes de menos de 25 años, pero también las hay de más de 40 años.
Vendida cinco veces
El sistema de subastas tiene sus propias reglas comerciales.El cliente siempre tiene derecho a devolver a la mujer elegida hasta varias semanas después de realizada la operación. Las organizaciones de disidentes coreanos que recorren el noreste chino para tratar de ayudar a las víctimas aseguran haberse encontrado refugiadas que habían sido vendidas hasta en cinco ocasiones y otras que habían sido entregadas a hermanos que, escasos de dinero, habían decidido compartir la suya. «Muchas son vendidas a alcohólicos, jugadores o gente con un carácter anormal. Al haber comprado a su mujer con dinero, a menudo las encadenan y las encierran para evitar que escapen, pero muy pocas lo intentan por miedo a ser enviadas a Corea del Norte», asegura un informe elaborado por la Sociedad Jungto, la organización coreana que más ayuda presta a los refugiados en la frontera.
Corea del Norte está dirigido por un régimen arruinado y paranoico que tras décadas de aislamiento parece haber perdido contacto con la realidad del mundo que le rodea. Al frente se encuentra Kim Jong Il (el dictador más peligroso del mundo), que utiliza unas fuerzas armadas de 1,2 millones de soldados (el Ejército más represor) para mantener a su población en una inmensa cárcel de la que los ciudadanos tienen prohibido salir (el país más cerrado). Mientras la hambruna de los últimos años le costaba la vida a dos millones de sus compatriotas, el Querido Líder, como se hace llamar Kim Jong Il entre sus súbditos, emplea los pocos recursos disponibles en desarrollar armas nucleares, mejorar sus misiles de largo alcance y mantener la vida de un monarca de la Europa del siglo XVII.
El régimen, que se encuentra técnicamente en guerra con Corea del Sur y enfrentado a Estados Unidos por su programa nuclear, está considerado por los gobiernos occidentales como «un violador en serie de los derechos humanos».
Infanticidio
¿Caer en manos de Kim Jong II o de los traficantes de esposas?
Escuchando los testimonios de las norcoreanas que han sido deportadas y han logrado escapar para contar su historia, nadie se sorprendería de que la mayoría opten por los traficantes. Kim Kyong-ok llegó al centro de Detención de Hamkyong, en Corea del Norte, después de haber sido enviada de regreso a su país por las autoridades chinas en 2000. La prisión estaba dedicada casi en exclusiva a mujeres que habían sido detenidas en China y muchas de ellas estaban embarazadas. «Siete mujeres dieron a luz los días siguientes a mi ingreso en prisión. Los bebés fueron envueltos en plásticos con los cordones umbilicales y colgados boca abajo en el patio.Estuvieron así hasta que fueron muriendo. Uno de los recién nacidos sobrevivió tres días. Finalmente fue asfixiado», recuerda Kim.
Los testimonios recogidos por la organización Derechos Humanos sin Fronteras (HRWF) describen cómo los guardias obligan a las internas a deshacerse de los hijos de sus compañeras de celda para evitar castigos. El artículo 47 del Código Penal norcoreano declara a quienes abandonan el país «enemigos del Estado» y sus hijos, nacidos de la relación con hombres de otro país, son vistos como parte de la contaminación de la raza coreana.
La policía china no hace excepciones en su política de expulsión con las mujeres que están ya casadas y que en muchos casos han formado una familia en China. En algunos pueblos donde una de cada 10 esposas es de origen norcoreano, los vecinos se han enfrentado a los agentes para evitar que se llevaran a sus mujeres. «[Los policías] vienen buscando a esas mujeres y las interrogan. Se llevan a aquellas que no pueden hablar chino. Antes nadie tenía que ocultar su matrimonio con una mujer del otro lado. Pero ahora nadie lo admite por miedo», aseguran los vecinos de una pequeña villa situada a 20 kilómetros del río Tumen.
La persecución de las autoridades chinas ha empeorado, si cabe, la situación de las refugiadas. Los maridos, alarmados ante la posibilidad de perder su compra, prefieren encerrarlas día y noche. La mayoría reciben maltratos y los traficantes, preocupados por ser descubiertos, cada vez las venden en provincias más alejadas de la frontera, en el oeste y sur de China. A los niños nacidos de un matrimonio forzado les espera una vida sin nombre y sin derechos. Los hijos de padre chino y madre comprada son ilegales en su propio país de nacimiento, no pueden ser registrados, acudir al colegio o vacunarse. Para la ley, no existen ni existirán nunca.
La actitud de China refleja una de las grandes contradicciones a las que se enfrentan los inmigrantes norcoreanos: arriesgar la vida para abandonar una dictadura y entrar en otra.
Los habitantes de los pueblos chinos tienen las manos atadas porque el régimen ha convertido en delito asistir, dar cobijo o ayudar a cualquier refugiado norcoreano. Ninguna organización humanitaria está autorizada a ayudar a las miles de personas que llegan de Corea del Norte, y aquellas que lo hacen se arriesgan a ver a sus activistas encarcelados. Periodistas que han tratado de denunciar la situación, como el fotógrafo surcoreano Seok Jae-hyun, colaborador habitual del periódico estadounidense The New York Times, han sido detenidos y encarcelados.
El desarrollo económico de China en los últimos 25 años ha abierto, sin embargo, una brecha en la calidad de vida entre ambos países que hace que el viaje valga la pena, incluso cuando el destino es la China rural, pobre y atrasada que menos se ha beneficiado de las reformas económicas. En muchos puntos de la frontera los vecinos de un pueblo chino y otro norcoreano están separados por menos de 200 metros.
A este lado hay poco; en el otro nada.
Industria del sexo
Los traficantes recorren los pueblos más pobres y hambrientos del reino de terror de Kim Jong II en busca de jóvenes que estén dispuestas a marcharse. Con siete millones de norcoreanos dependiendo este año de la comida que llega del exterior, no faltan ni pueblos que visitar ni candidatas que sueñan con una nueva vida. «Un día mi madre me dijo que daba lo mismo cuánto trabajáramos, íbamos a morir de hambre de todas formas. Poco después me vendió a un traficante por 400 yuanes (40 euros). ¿Cómo podía una madre vender a su hija? Con el tiempo lo entendí, quería que me casara y tuviera la oportunidad de vivir una vida mejor en China», relata una joven de 24 años localizada por la Sociedad Jungto y que, tras meses de malos tratos, logró escapar y llegar a Corea del Sur.
«Una vida mejor» es a veces posible para las esposas del río Tumen. Las más afortunadas encuentran un hombre que las trata bien, un pueblo que las acepta y las oculta a los ojos de la policía y una vida que les permite enviar algún dinero a la familia que dejaron atrás. Algunas ya tienen marido e hijos en Corea del Norte y se han vuelto a casar para lograr salvarlos de la hambruna. Ahora, con la vida dividida en dos por el río Tumen, viven aterrorizadas ante la posibilidad de que la policía china las encuentre y las devuelva al otro lado del río.
No es fácil escapar del más peligroso de los dictadores del mundo.