Los intereses petroleros y la política seguida en la zona desde la época colonial ha generado una gran división y odio en el pueblo sudanés. Muchos niños son reclutados para luchar contra sus hermanos, en una espiral de violencia interminable y con miles de desplazados que van a morir de hambre o en las cunetas de los caminos.
Como muchos niños de 13 años, Gach Chuol es tímido, mirando hacia el piso mientras habla con un extraño.
Sin embargo, también está a punto de juntarse al esfuerzo bélico de Sudán del Sur para vengar la muerte de sus padres. Mientras explica por qué cambió sus libros de escuela por la lucha armada, agarra un rifle AK-47 en sus manos.
“Sólo quiero luchar por lo que hicieron a mis padres”, dice Chuol, hablando en un mitin organizado por el Ejército Blanco – una milicia que se ha levantado en armas contra las tropas gubernamentales de nuevo para combatir en la guerra civil de los últimos cuatro meses.
En una batalla brutal, las fuerzas del Presidente Salva Kiir han luchado contra las fuerzas más o menos aliadas del jefe rebelde Riek Machar (despedido como vicepresidente en 2013).
El conflicto se ha extendido desde la capital, Juba, hacia los estados petrolíferos, y los rebeldes han celebrado esta semana la recaptura del pueblo clave de Bentiu gracias a una ofensiva nueva que, según los rebeldes, tomará posesión de campos petroleros de alta importancia.
Desgraciadamente, a parte de los intereses petroleros, la guerra también tiene una dimensión étnica, ya que se ha convertido en una batalla entre la tribu del presidente – la Dinka – y la de las milicias de Machar – la Nuer.
Hasta un millón de personas pueden morir de hambre en la zona…
No obstante, siempre que existan adolescentes como Matt Thor, de 15 años, cuyo padre murió como resultado de la guerra poco después de su comienzo el 15 de diciembre, el deseo de venganza va a seguir. “Quiero salir a matar”, dice con un arma en sus manos que es demasiado grande para su cuerpo pequeño. “Quiero ir al campo de batalla porque quiero luchar contra los Dinka”.
Vestidos de civiles y posando con rifles y ametralladoras recogidos de las personas que han matado, los soldados del Ejército Blanco está libremente vinculado con el ejército de Machar, pero siguen sus propios reglamentos y estructuras informales. Embadurnan cenizas blancas en sus cuerpos, y de ahí viene el nombre de su grupo. El disfraz se usa como pintura de guerra aterradora y también para repeler los mosquitos que llenan los pantanos y sabanas que controlan. Para ellos, parece que la guerra se trata más de la etnicidad que de la política. Parece que su lucha de venganza perpetuará el conflicto, en el cual miles se han muerto ya y un millón ha tenido que huir.
Ninguna recluta es demasiado joven
A pesar del largo proceso de paz que se está realizando en Etiopía, muchos rebeldes dicen que seguirán luchando hasta que Kiir se encuentre fuera del poder. “Si esto significa una lucha hasta el último hombre, así tendrá que ser”, dice Koang Monying – un comandante del Ejército Blanco en Nasir, un pueblo en el estado petrolero de Upper Nile. Aunque insiste que no está reclutando niños de una forma activa, afirma que cualquier persona que se quiere juntar al grupo lo puede hacer. “Algunos de estos jóvenes han perdido parientes y se encuentran muy amargados”, dice mientras decenas de soldados cantan canciones de guerra y disparan al aire. “Decidieron unirse para vengarse de sus familiares”.
Los miembros del Ejército Blanco dicen que no luchan por Machar, cuyas ambiciones políticas son muy ajenas a sus vidas tradicionales de arrear vacas. “No luchamos por él. Luchamos por lo que pasó en Juba. Es venganza”, afirma un luchador armado que se llama Dama Gatech, refiriéndose a las masacres que ocurrieron a principios de la guerra.
Sin embargo, ni el Ejército Blanco ni las fuerzas regulares de Machar – soldados desertores del ejército gubernamental – tienen muchos recursos, y los dos dependen de pertrechos robados. “Nos obligaron a luchar, y por eso no tenemos recursos”, dice Garthoth Gatkuoth – comandante rebelde de Upper Nile que se viste en uniforme de faenas y zapatos deportivos.
No obstante, los comandantes dicen que decenas de luchadores del Ejército Blanco salen a la primera línea cada día. Nhial Lual, de 35 años, que se prepara para ir a los campos petroleros en cuanto su herida de bala de la última batalla se cure, dice que no tiene ningún problema en matar a sus compatriotas. “No son mis hermanos. Si toma diez años, los derrotaré”, dice Lual.
Chuol, mientras tanto, dice que quiere regresar a la escuela cuando se acabe la Guerra, pero por ahora se va hasta la primera línea, afirmando que ‘no tiene miedo’.
Fuente: AFP
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