Sobre la noviolencia

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Alain J. Richard tiene asumido que es desde el interior de nosotros mismos de donde tiene que surgir el ánimo para caminar en la vida por la senda de la no violencia. Militante de la noviolencia desde hace más de 35 años, este franciscano francés afirma que superando los miedos que influyen en el ser humano podremos llegar a sentir que en nuestro interior hay luz para irradiar a los demás.
La aparente fragilidad de su cuerpo contras­ta con la fuerza que transmite cuando ha­bla. Seguramente porque Alain J. Richard tiene asumido que es desde el interior de nosotros mismos de donde tiene que surgir el ánimo para caminar en la vida por la senda de la no violencia. Militante de la noviolencia desde ha­ce más de 35 años, este fran­ciscano francés afirma que su­perando los miedos que influyen en el ser humano po­dremos llegar a sentir que en nuestro interior hay luz para irradiar a los demás.



¿Qué es la cultura de la no violencia?



Es una cultura que está na­ciendo y desarrollándose poco a poco. Fundamentalmen­te es una cultura que no acep­ta la dictadura de la violencia, que es el mayor peligro. Des­de hace miles de años, la vio­lencia se acepta como una so­lución a !os problemas que, si no buena, no se puede evitar. Por eso debemos impedir que sea un pensamiento común en toda la gente, incluidos los que forman los gobiernos del mun­do. Me parece muy interesan­te la ley aprobada en el Con­greso español que habla de la violencia en diferentes niveles, porque efectivamente la cultu­ra de la no violencia tiene que desarrollarse a diferentes nive­les. Dentro del ser humano hay distintas tendencias malas, pe­ro existen también tendencias buenas, que pueden hacer cre­cer la esperanza profunda de estar en paz con los otros se­res humanos y así estar en paz con uno mismo. Es un error enorme decir que el hombre es un lobo para el hombre.



¿Por qué hay violencia?


 


La violencia se produce por­que hay miedos. Hay tantas clases de miedo porque he­mos sido heridos de muchas maneras. Hay formas que son más conscientes -las sufrimos físicamente-pero hay también heridas que proceden incluso de cuando nuestra madre es­taba embarazada. Hay otras heridas por las relaciones con nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros compañeros del colegio. A veces nuestras palabras producen heridas en otras personas, pero en reali­dad ellas provocan heridas en nosotros mismos. Estas heridas luego producirán miedos de provocar algo negativo en el otro. Así se van formando un montón de miedos. También el miedo a perder el poder, la au­toridad, las pertenencias, la vi­da… tenemos miedo a las ac­titudes de los otros. Cuando educamos se produce mucho la comparación con los demás y eso es terrible, porque los ni­ños, y también los adultos, tie­nen miedo de no estar a la al­tura de los demás. Asimismo está el fantasma de lo que nos depara el futuro. Creo que el 95% del origen de la violencia está en estos miedos.



¿Cómo podemos quitarnos los miedos aceptando esos lados oscuros de nosotros mismos?



Es muy importante decir pron­to a los niños -también a los adultos- que cada ser huma­no tiene dentro de sí una par­te magnífica y una parte que no es buena, pero de la que no hay que huir. Tenemos que ca­minar paso a paso y conven­cernos de que no es terrible descubrir esta parte más os­cura. El hombre ideal no exis­te. Para Dios no hay personas ideales, hay personas. Si lee­mos las vidas de los santos ve­mos que también tenían su parte oscura. Lo mismo ocu­rre con grandes personajes como Gandhí o Luther King. Esta parte oscura no es un obstáculo para alcanzar una vi­da santa, una vida equilibrada. Los hombres que causaron grandes males, que asesina­ron, forman parte de la proble­mática de la sociedad: no son daños causados por Dios. Mi­rar esta parte más `fea' de nuestro ser es descubrir la ver­dad de mi vida: hay bueno y hay malo, pero sabiendo que en mí hay luz.



Persona en plenitud


  ¿Es posible llegar a ser una persona `completa?



No sé si existe la persona com­pleta, pero sí la persona. No me gusta hablar de una per­sona completa, pero sí de una persona en plenitud, porque es un camino que debemos re­correr. Vivimos en un mundo de cosas estables, pero como personas estamos siempre en camino. Los seres humanos se desaniman porque creen que no pueden llegar a este nivel. A mí, durante años, cuando empecé a estar involucrado en !a no violencia, o por lo menos a frecuentar a los no violentos, uno de mis hermanos francis­canos me dijo `cómo se pue­de hacer si tú eres un hombre violento'. Le respondí: ésa es la razón por la que estoy tra­bajando con los no violentos. Poco a poco tengo la espe­ranza de convertirme, de pro­gresar en la no violencia. Hay mucha gente que no ha em­pezado en la no violencia, por­que lo primero que desea es no ser violento. Ésta es la gran dificultad para los individuos y para las sociedades. Se dice que no es posible una socie­dad no violenta viendo el pasado del ser humano, pero ca­minemos paso a paso y vere­mos lo que es posible hacer.



Hasta qué punto la pasivi­dad individual acrecienta y nos hace cómplices de la violencia?



Es verdad que hay acciones de violencia con las que mucha gente no está de acuerdo, pero dejan hacer. Pero es sufi­ciente que una persona se le­vante para decir NO para que en este mismo momento mu­chos otros digan NO. La ac­ción pacificadora de una per­sona puede dar a muchos otros el coraje suficiente para seguir en esa misma dirección.



Usted, en su libro `Pilares pa­ra una cultura de la no-vio­lencia' (PPC), habla de `suti­les atentados' contra la dig­nidad humana que pasan ca­si desapercibidos. ¿Cuáles son esos atentados?



¡Hay un montón! Creo que la violencia más ejercida es la de la cultura del dinero, del mer­cado. Cuando estaba en los Estados Unidos oí decir al pre­sidente que con la Organiza­ción Mundial de Comercio de­bería ofrecerse a la gente de todo el mundo una manera de entender la vida dentro de la prosperidad. Es decir, que el beneficio del mercado debe estar establecido como un fun­damento de la cultura presen­te. Ésta es una manera sutil, porque entra en guerra contra los valores de las culturas hu­manistas, pero usan sus pala­bras con un sentido comple­tamente distinto. Ésta es, para mí, la violencia estructural más importante, porque destruye también la aspiración espiritual, la aspiración a lo sagrado.



¿La cultura del mercado ha dejado a un lado al hombre?



Lo sagrado no está en el cie­lo, lo sagrado se da en el hom­bre. Los cristianos lo saben especialmente, porque Jesucristo fue encarnado en medio de los seres humanos. Para mí, in­sisto, el mercado es la violen­cia más grande. Los gober­nantes se preguntan por qué hay gente tan violenta, y ten­dríamos que responderles `porque quizá ustedes no han reconocido la parte espiritual de esa gente, la parte que no se puede conseguir con dine­ro'. Éste es un tema terrible, pero no sé si hay suficientes personas que reconozcan que cada día, en cada circunstan­cia, debamos decir que lo sa­grado es el ser humano.



¿Hasta dónde el ser huma­no está rompiendo con lo que le circunda?

En este momento hay un di­vorcio muy grande entre el ser humano y el patrimonio natu­ral. Sé que no es bueno el her­manamiento de lo natural y la Iglesia; conozco las críticas que hay contra la interpretación bí­blica de que Dios ha dado al hombre la capacidad para do­minar el mundo. Eso es una manifestación de la bondad de Dios, de su amor. El ser hu­mano es su representante, pe­ro no un dominador, porque Dios no desea domi­nar, pero sí desarrollar su amor. Es terrible que después de veinte siglos de la venida de Jesús nos encontremos con esta deformación de la ense­ñanza bíblica. Ello está rela­cionado con el miedo de nues­tros padres a los elementos de la creación -viento, sol, mar, lluvia-, a una tradición cultural. Pero hoy tenemos capacidad para comprender la significa­ción profunda de las palabras de la Biblia, que pide al hom­bre que sea el representante en el mundo de la bondad de Dios.



¿Qué transformaciones ne­cesita el mundo ante este poder?



Si uno lee la oración de la cria­turas de san Francisco de Asís puede comprobar que en ella invita a los seres humanos a que consideren como her­manos y hermanas a todos los elementos del cosmos. En un libro que escribió Eloi Leclerc se muestra que el cántico de las criaturas fue escrito por Francisco después de una lu­cha muy profunda con la par­te oscura de sí mismo. Segu­ramente el problema de que nuestra cultura tenga dificulta­des esté en que la actitud de fraternidad no está desarrolla­da en muchas personas. Es importante no olvidar, pese a la presión del mercado, que la vida es una progresión. No nos importe dónde estemos, lo im­portante es el día presente.



Aceptar limitaciones


 Mentira, violencia, injusticia, ¿van siempre unidas?



No aceptar la parte oscura es engañarnos a nosotros y a los otros. Aceptar la verdad de nuestras limitaciones es muy difícil en nuestra cultura, por­que cada uno piensa superar a los otros. Esto es una men­tira. Yo puedo rezar mejor que otro, hacer deporte, estudiar, pero eso no es lo importante. Lo importante es estar en con­tacto con el centro de nuestro ser. Y así puedo evitar una parte de la violencia que tengo dentro y que quiere manifes­tarse. Es el mismo proceso que hace que muchas violencias comiencen con la mentira. Un ejemplo: el inicio de la segun­da guerra de Irak, cuando se decía que había armas de des­trucción masiva. Si los res­ponsables de EE.UU. hubieran escuchado a sus conciencias en vez de las mentiras que de­cían los que estaban allí, esa violencia no se habría mani­festado. Muchas injusticias co­mienzan con una mentira. Hay mentiras en los directores de las multinacionales, pero tam­bién de los sindicatos… Sí, ca­si siempre van unidas.



Gandhi, Lanza del Vasto, Lu­ther King… ¿son personajes olvidados por las generacio­nes más jóvenes?



Una de las acciones pendien­tes de los medios de comuni­cación es contar la historia de los muchos aciertos de la no violencia. Son innumerables y hay que decir la verdad de to­do ello. La no violencia es un poder interior y me parece el gran desafío para los comunicadores. Los no violentos de­bemos trabajar mostrando de una manera visual o poética el poder interior. Me parece lo más importante en la historia de nuestro tiempo. En 1968, estuve en París en un lugar es­pectacular, la plaza de la Con­corde. Había un vehículo blin­dado. Un hombre se puso enfrente, a unos dos metros. Le dije: `Van a terminar con su vida'. Él me respondió: `No es importante'. En ese momento vi con mis ojos la fuerza inte­rior. A continuación llegaron 30 policías para llevarse a un so­lo hombre, sin armas, con las manos limpias. Esto es lo que debemos mostrar a la gente. No siempre se puede empren­der una acción de esta natu­raleza, pero sí se pueden cons­truir puentes entre las acciones de nuestro tiempo con las de Gandhi, Luther King o Lanza del Vasto. La cuestión es mos­trar que hay una relación del uno con el otro.



¿La actitud de no violencia puede suscitar críticas de ambigüedad?

Si somos demasiado sensibles a las críticas no haremos na­da. Una cosa hay que tener clara: defender la justicia co­mo una venganza es una vio­lencia que reprobamos. Es im­portante no legitimarla nunca y reconocer los daños que pro­vocan en quienes se deciden por ella, pero no de una ma­nera hipócrita, sino asumien­do que cuando estoy violento estoy destruyendo algo de mí.



Buenos y malos
¿En todos los conflictos hay siempre buenos y malos?



Esto es cosa de las películas americanas (sonríe). Hace unos años, en EE.UU se hizo una película en la que por primera vez un indio era el bueno. Tal vez porque estaba el drama del presidente Ronald Reagan, que había sido actor. Hay una tesis de un profesor de Berke­ley que dice que trató de rea­lizar en la política lo que repre­sentaba en las películas. Es terrible, pero parece que es verdad, porque para él el mun­do estaba dividido en buenos y malos. Pero no hay buenos y malos, cada uno tiene una parte buena y una parte mala. Tenemos que conocer profun­damente que no somos seres estables. Cuando estamos en oposición con otra persona de­bemos entender que ella tiene la misma `composición' que yo, y por lo tanto puedo estar hablando con la parte buena o con la parte mala. Mi problema es conocer cómo se sien­te el otro y es mi responsabili­dad ayudarle. He de tener una actitud muy humilde, sabien­do que tengo el don de arre­glar una situación. No existe país ni sociedad que pueda decir: `soy la parte buena de la sociedad, soy el país de la bondad'. Es ridículo.

¿Es imposible convencernos de que la guerra no es el ac­ceso a la paz?

Creo que es un problema de información. Los que conocen la historia de la política, de las sociedades, de la Iglesia, co­nocen y hablan de muchos acontecimientos violentos a lo largo de los siglos. Hoy pode­mos comprobar una larga lis­ta de fracasos con `soluciones' violentas en el mundo. Estos fracasos hacen que la gente tenga más miedos. No saben dónde está el suelo y muchos creen estar metidos en un te­rremoto, saliendo para que no se les caiga encima el techo. Y en su carreras pueden ma­tar a otros, porque no dan la posibilidad de salir a quienes también lo necesitan. Me pa­rece que hoy hay más violen­cia, porque la solidez que te­nemos dentro de nosotros es menos consistente. En el en­cuentro de esa solidez pueden jugar un papel importante las religiones -aunque no sólo ellas-, pero lejos de los extre­mismos. Pero es una cuestión de interioridad y por ello de­bemos entrar en el interior de personas de otras religiones. Esto me parece esencial para progresar en la no violencia.



¿El terrorismo es el modo más perverso de violencia?



El terrorismo es una violencia muy complicada. No tiene una sola cara y es una violencia que procede de una situación sin salida. Hemos visto que a veces se cometen acciones ante situaciones desespera­das, pero a los terroristas te­nemos que convencerles de que se autodestruyen. Lo mis­mo diría de los que practican torturas. Creo que éste es el arma más creíble para termi­nar con el terrorismo.



J. Ignacio Iqartua. (Revista «Vida Nueva» 27-1-2007)