Si, en medio de la euforia y de la febrilidad del momento, algunos se detienen a observar con atención los juguetes descubrirán que la inmensa mayoría de ellos lleva inscrita en algún disimulado lugar la mención made in China, fabricado en China. Las muñecas Barbie, los vehículos Fisher Price, los robots Micropets, los coches Smoby o Chicco, los trenes Tomy, los personajes Digimon, los camiones Majorette, todas las variedades de animales en peluche y claro está, todos los personajes de las sagas Harry Potter y El Señor de los Anillos también provienen de China. Quizá, para no aguarles la fiesta, no haya que decirles ahora a los niños en qué dantescas condiciones se fabrican estos juguetes que los padres han comprado con tanta ilusión y que ellos están descubriendo con alegría. Si lo supieran, si unos y otros conocieran los sufrimientos y los abusos que ha supuesto la producción de esos lúdicos objetos, sin duda entristecerían…Por: Ignacio Ramonet (La Voz de Galicia) (Fecha publicación:05/01/2003)
Mitos, realidades y negocios comerciales que encubren antiguas tradiciones paganas. Los Reyes Magos que llegaron desde Oriente eran parte de la antigua tradición persa. La magia y taumaturgia fue negada por el judeocristianismo y el islamismo en su visión ortodoxa, pero debieron incluirlos por el fuerte arraigo en las masas populares antiguas de la creencia en Mitra.
En la mayoría de los países europeos no existe la tradición muy cristiana de los Reyes Magos. Han sido sustituidos por Papá Noel, una invención laica y norteamericana de finales del siglo XIX, que viaja en un trineo mágico tirado por cuatro renos y deposita sus ofrendas al pie de la chimenea la noche del 24 de diciembre. En España, esta costumbre se va extendiendo porque muchos padres encuentran mas lógico que sus criaturas reciban los juguetes al principio de las vacaciones y no al final, cuando ya no les queda tiempo para disfrutar. Millones de niñas y niños están descubriendo pues sus regalos la mañana del día de Navidad.
Si, en medio de la euforia y de la febrilidad del momento, algunos se detienen a observar con atención los juguetes (o los objetos de decoración del árbol y hasta las figuritas del Belén) descubrirán que la inmensa mayoría de ellos lleva inscrita en algún disimulado lugar la mención made in China, fabricado en China. Las muñecas Barbie, los vehículos Fisher Price, los robots Micropets, los coches Smoby o Chicco, los trenes Tomy, los personajes Digimon, los camiones Majorette, todas las variedades de animales en peluche y claro está, todos los personajes de las sagas Harry Potter y El Señor de los Anillos también provienen de China.
Es muy sencillo: las grandes empresas multinacionales europeas, norteamericanas y japonesas hacen fabricar más del 70% de los juguetes del mundo en este país. Antes ya se producían en Hong Kong, pero al haber sido absorbida esta antigua colonia británica, las fábricas han sido deslocalizadas hacia la provincia vecina de Cantón, donde la mano de obra es más barata y donde en la actualidad, en más de 8.000 factorías, se fabrican las dos terceras partes de los juguetes de China.
Quizá, para no aguarles la fiesta, no haya que decirles ahora a los niños en qué dantescas condiciones se fabrican estos juguetes que los padres han comprado con tanta ilusión y que ellos están descubriendo con alegría. Si lo supieran, si unos y otros conocieran los sufrimientos y los abusos que ha supuesto la producción de esos lúdicos objetos, sin duda entristecerían.
Hace poco, dos ONG chinas -Asia Monitor Research Center y Hong Kong Christian Industrial Comitee- han denunciado las crueles condiciones de trabajo en esas fábricas, semejantes a las que describió Carlos Dickens en la Inglaterra del siglo XIX. Se contrata sobre todo, por sus manos finas y diminutas, más aptas para ensamblar las pequeñas piezas de los juguetes, a mujeres muy jóvenes, apenas salidas de la infancia. Estas adolescentes se ven obligadas a trabajar entre 12 y 16 horas al día, seis días por semana, por un salario medio de 45 euros al mes. O sea: ¡un euro y medio por día! De este salario misérrimo, el patrón aún deduce los gastos de alojamiento y de alimentación… El 90% de esas jóvenes obreras ignora la existencia de leyes laborales, el número legal de horas de trabajo o el salario mínimo…
Las condiciones de seguridad son escasas y peligrosas. En una misma planta se concentran los talleres de producción, los almacenes de materias primas, y los dormitorios de las obreras. En caso -frecuente- de incendio, éstas son las primeras víctimas. El año pasado, en un solo incendio murieron quemadas vivas 276 trabajadoras y 599 resultaron heridas… Cuando bajan los pedidos, entre enero y julio, se las despide sin miramientos con una indemnización miserable y se las devuelve a su lejana provincia de origen.
La competencia es tal entre las empresas globales, y se ve tan estimulada por la globalización, que cada vez se exigen mayores sacrificios a los obreros (y sobre todo obreras) de los países del sur. Más competitividad, flexibilidad y precariedad. La obsesión del provecho, del beneficio a toda costa, lleva a aberraciones como ésta: hacer producir objetos de ocio para pequeños ricos por muchachas semiesclavizadas…
«Hay que poner más ética en la etiqueta», reclaman las ONG. Y tienen razón. A la hora de comprar juguetes deberíamos saber en qué condiciones sociales -garantizadas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT)- han sido fabricados. Para no hacernos cómplices de un crimen social. Y para que, en días dichosos como éstos, nuestra felicidad no se vea empañada por ningún negro remordimiento…