Trabajadoras explotadas del sector del calzado se movilizan en España

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Las aparadoras se organizan para denunciar que llevan décadas cosiendo y encolando zapatos sin contrato, desde su casa y mal pagadas

El colectivo —inspirado en el movimiento de las kellys, las camareras de piso que se han asociado contra la explotación en los hoteles— reúne a más de 100 mujeres que han decidido denunciar las condiciones laborales en las que han estado trabajando. El 11 de julio llevaron sus reivindicaciones al Congreso y reclamaron al Gobierno que actúe para acabar con esta situación de “semiesclavitud” en un sector que se ha nutrido de la economía sumergida y que en 2017 facturó 2.200 millones solo en la Comunidad Valenciana.

Las mujeres de la Asociación tienen casi todas más de 50 años. Isabel Matute, su presidenta, empezó a trabajar a los 14. Hoy tiene 57 y como Rico, apenas cotizó seis. “Antes, ni nos conocíamos”, recalca, “lo que impedía que nos organizásemos”. Matute asegura que también sufren “estrés, ansiedad y depresión” y las que denuncian, como ella, están en “las listas negras” de las empresas.

Sentada en una terraza de la plaza de las Chimeneas de Elche, Marisol Pérez, que solo cotizó tres años de los 23 que trabajó, cuenta que empezó a los 11. “Tuve dos contratos y en el segundo me bajaron a la mitad del sueldo”. Decían que cobraba mucho. Entre Rico, Matute y Pérez suman casi 100 años trabajados. Y, en cambio, juntas ahora no llegarían a los 15 que hacen falta para tener derecho a cobrar una pensión.

Elche: Un 40% la producción de calzado en el foco de la economía irregular.

“Si yo paro, tú no andas”. Es su lema. La asociación, creada en abril, denuncia que el trabajo se hace en jornadas de diez horas en casas, talleres clandestinos y fábricas donde raramente perciben más de tres euros la hora. “Son la columna vertebral del calzado”, explica Josep-Antoni Ybarra, economista de la Universidad de Alicante y autor de un estudio en 2004 que reveló que el 88% de la producción se subcontrata a domicilio o en el extranjero y que más del 80% de la fuerza de trabajo lo hace en condiciones sumergidas. “Existe un volumen importante de gente que ha trabajado en el calzado y no tiene ningún derecho”, subraya. Su estudio es antiguo, pero es una referencia en el sector. Otro más reciente de la Universidad Miguel Hernández encargado por el Ayuntamiento de Elche cifra en un 40% la producción de calzado en el foco de la economía irregular.

Marian Cano, presidenta de la patronal valenciana Avecal, asegura que tienen constancia de las estimaciones sobre economía irregular pero que muchas proyecciones “no encajan”. “Creo que juzgar a todo un sector por casos aislados resulta injusto y estigmatiza al calzado de manera indebida”, señala por correo electrónico.

Cada mañana, los repartidores de la faena llegan en coche para entregar lo que deberá coser Rico. A pocos metros está el polígono de Carrús, donde se venden zapatos al por mayor y un poco más lejos, el parque empresarial que reúne a marcas como Mustang, Pikolinos, Panama Jack y Tempe, de Inditex.

Esta semana, Rico asegura que ha cobrado 78 euros. Sufre de vértigos, de la columna, tiene las manos envejecidas “y la vista, ni te cuento”. El trabajo de aparadora en casa, heredado del pasado, se expandió sobre todo en los años 60, “la época del baby boom en la que muchas tenían que cuidar de sus hijos”, narra Carmen Palomar, secretaria general de Comisiones Obreras en la comarca del Vinalopó-Vega Baja. Hoy, añade, hay más trabajo en talleres que a domicilio, aunque el convenio del calzado aún recoge esta modalidad y especifica que tienen derecho a 10% del salario para gastos generales del hogar. En los años 2000, la competencia de los mercados asiáticos provocó una grave crisis en la industria nacional. Se deslocalizó la producción y se intensificaron las subcontratas, lo que facilitó situaciones de clandestinidad.

Fuente: Diario El Páis