Trascendencia

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Lo específico del ser humano es que nunca se queda instalado, como el animal, en lo que le es dado, en una vida quieta, cerrada y contenta de sí misma, sino que en él siempre es posible otra situación.

Lo específico del ser humano es que nunca se queda instalado, como el animal, en lo que le es dado, en una vida quieta, cerrada y contenta de sí misma, sino que  en él siempre es posible otra situación.


            Esta nota de posibilidad, aplicada al hombre, se expresa también por otros conceptos. Por ejemplo, el concepto de abertura. El  animal es un ser «cerrado». Cada especie vive encerrada y segura en su ámbito ecológico, repitiendo siempre el mismo gesto característico. El animal es, por esencia, conservador. El hombre, en cambio, es un ser «abierto». Es capaz de romper siempre con la costumbre, con la seguridad y con lo tradicional, y ponerse en marcha hacia lo arriesgado y desconocido. Precisamente, por esta singular estructura el hombre salió de la caverna y se echó a caminar por las rutas de la historia.


            Esta misma realidad humana es la que se expresa también por la idea de existencia. Mientras que en el animal vivir es «consistir», «insistir» en lo que ya él es, el hombre «existe», que significa que sale, o que se arranca, de sí mismo. El hombre sale de lo que ya es, para ser lo que, como creación nueva, ha de ser en cada momento, a fuerza de inventiva y de libertad. Así el hombre «se trasciende» a sí mismo, es decir, se supera a sí mismo incesantemente. Mientras tanto que el animal «sobre-vive», repitiéndose sin cesar, el hombre «sobre-vive» en el más radical sentido, o sea, vive-sobre-sí-mismo, vive sobre su vida anterior, inventando sin cesar su existir.


            Es curioso observar cómo la palabra «trascendencia» ha venido a significar para muchos exactamente lo contrario de lo que dice. Trascendencia es lo que está allende, lo que deja atrás lo pasado y presente, superándolo. Sin embargo, al ser aplicado el término para designar los valores espirituales, porque superan (trascienden) a los materiales, y siendo estos valores espirituales valores «permanentes», es decir, que conservan siempre su valor, se ha venido con el tiempo a identificar con los valores trascendentes los sistemas cerrados de seguridad y conservadurismo histórico, social y religioso. Cuando a un grupo, que desconfía de todo lo que significa abertura hacia nuevas posibilidades y liberación de ataduras e inmovilismos, se le considera «reserva de valores trascendentes», se está cometiendo una perniciosa confusión de conceptos. Cultivadores de los valores trascendentes serán los que tratan siempre de superar lo presente: los que ante los valores materiales adoptan una actitud de cambio por superación, los que ante las ideas diversas y contrapuestas cultivan una actitud de síntesis capaz de dominar desde arriba de ellos todas las posiciones, los que ante las formulaciones y realizaciones religiosas tienden siempre a mejorarlas, a una mayor exigencia de claridad y entrega, a nuevas ascensiones del espíritu, que nunca podrá agotar lo infinito.


            Más aún, cuando una sociedad o un grupo, por autoconsiderarse depositario de lo trascendente, en el sentido de lo permanente, se cierra a toda inquietud de búsqueda, hasta perderán sus miembros interés por eso mismo que dicen defender. Y aún el mensaje cristiano será valorado por ellos más como reliquia del pasado y como recurso frente al miedo al futuro, que como estímulo para la esperanza y la acción en la historia. Se convierten entonces en gallinas asustadizas, en «rumiantes de la Santa Alianza», o a lo más, en gatos furiosos que de puro miedo atacan al desconocido, o en toros que embisten por puro instinto.


            La cabeza del hombre puede dar de sí la embestida para quitar de en medio lo que estorba para seguir lo instintivo y rutinario, o el razonamiento, que lleva a quien lo hace a  superarse a sí mismo, a mejorar el contorno, a trascenderse y trascender. Esto es ser hombre en realidad.


            La educación tiene que tener ese objetivo: desarrollar en el hombre su capacidad de abertura y de trascendencia.