Los niños en estos orfanatos están sometidos a todo tipo de abusos, incluidos los sexuales. Reclutan a los niños en las zonas más pobres de Camboya.
No se ha detenido por completo el tuk-tuk -triciclo a modo de taxi- y ya aparece un hombre para dar la bienvenida a los recién llegados. Un cartel de tamaño generoso invita a regresar por la tarde para disfrutar del espectáculo diario de danza clásica, y otro más pequeño pide a los visitantes que escriban una reseña del lugar en TripAdvisor, la principal web de críticas del sector turístico. “Gracias por visitar ACODO. Pasen, pasen”, invita el responsable. Podría ser cualquier negocio de la bulliciosa Siem Reap, que vive un boom sin precedentes en Camboya gracias al magnetismo de los templos de Angkor. Pero es un orfanato.
Concretamente, es uno de los 60 que hay en esta ciudad de menos de 200.000 habitantes, y cuenta con la ventaja de estar ubicado a un kilómetro de Pub Street, la principal concentración de bares para turistas. “Actualmente acogemos a 74 niños y niñas que reciben clases y tres comidas diarias, y queremos construir unas nuevas instalaciones para darles formación en mecánica y abrir un taller”, explica el responsable de ACODO mientras permite a los visitantes irrumpir en medio de una clase y tomar fotografías de los niños. Reconoce, eso sí, que “no todos son huérfanos”. Asegura que algunos son discapacitados, aunque durante la visita no aparece ninguno.
Los destartalados edificios del centro de acogida muestran en placas los nombres de los donantes que han hecho posible su construcción, no faltan españoles, y el recorrido por el centro de acogida termina en la oficina de la entrada con la firma en un libro de visitas en el que hay que rellenar una casilla destinada a la cuantía del donativo. “Operamos exclusivamente con donaciones individuales”, algo que permite a ACODO librarse del control de cualquier ONG internacional. 82 de las 104 entradas que tiene en TripAdvisor califican el lugar de «excelente», y sobre todo gusta la función de danza que los niños llevan a cabo a las 18.30 horas.
Basta un vistazo a los folletos que se amontonan en los hoteles de Siem Reap para darse cuenta de que los orfanatos gozan de buena salud. Espectáculo solidario de música tradicional, ¡Ayuda a niños huérfanos y discapacitados, ven a ver nuestras instalaciones!, son algunos de los reclamos que lanzan niños sonrientes desde los trípticos. Pero hasta organizaciones como Unicef se oponen frontalmente a este turismo de orfanatos. De hecho, incluso han diseñado un impactante anuncio, publicado en revistas de ocio, en el que se pide a los turistas que no acudan a estos centros, que suman ya más de 240 en todo el país.
“El número de visitantes en el país se ha duplicado desde 2005, y lo mismo ha sucedido con la cifra de centros de acogida de menores”, apunta Michael Horton, director de Concert, una ONG que trabaja para aconsejar a los turoperadores y coordinar el trabajo de otras organizaciones. “Curiosamente, en el mismo periodo el número de huérfanos camboyanos se ha reducido considerablemente”.
Las estadísticas oficiales confirman este hecho. Solo uno de cada cuatro menores internados en orfanatos carece de padre y de madre. “Es más, muchas de estas organizaciones reclutan niños en las zonas más pobres”, denuncia Chhaya Plong, responsable de Unicef en la oficina de Battambang, uno de los principales núcleos urbanos del noroeste del país. “Para familias que tienen seis o siete hijos, muchos son una carga y deciden darlos al centro de acogida por comodidad. Creen que les están haciendo un favor, pero en el momento en el que abandonan la comunidad, su vulnerabilidad crece exponencialmente, y están expuestos a todo tipo de abusos”.
El no va más de esta afirmación se demostró hace año y medio, cuando un juzgado de Siem Reap sentenció a dos años de cárcel a Nick Griffin, un británico que llegó a Camboya en 2006 para poner en marcha diferentes proyectos de ayuda al desarrollo, por abusar de menores que residían en el orfanato que él había construido. Aunque Concert califica el caso de Griffin como “una excepción extrema”, Horton considera a los niños de los orfanatos de Camboya víctimas del tráfico de personas. “Estos lugares se han convertido en un negocio que fomenta la corrupción y resta recursos a programas bien planteados. Por eso, los centros de acogida no son la solución sino parte del problema”.
“No queremos evitar que los turistas se impliquen en mejorar la situación del país, y sin duda son una fuente de donaciones interesante, pero ha de tener en cuenta la dignidad, la privacidad, y la seguridad de las personas a las que se dirige”. Además, las irregularidades son la norma en unas cuentas que, como apunta Plong, nunca son auditadas. “En algunos lugares, a los niños incluso se les mantiene artificialmente sucios y delgados para que den pena, porque ¿quién va a donar dinero para unos niños que parecen sanos y están bien vestidos?”.
Autores: Zigor Aldama y Siem Reap