Al cumplirse dos años de la muerte de su hijo, Javier Sicilia dice que el proceso de reconciliación del país va a ser muy doloroso. (México)
Sentado en una mesa de comedor de madera, fumando un cigarrillo tras otro, marca Delicados, Sicilia recuerda el antes y el después de aquel día que lo cambió para siempre. Habla de su madre, que le enseñó a Gandhi, de su paso sin éxito por el seminario y de cómo sin quererlo se convirtió en la voz de las víctimas en México.
Reconoce que fue “lo primero que encontró en el clóset” cuando inició la primera marcha de Cuernavaca al Distrito Federal, a los nueve días de morir Juanelo, su hijo. Luego su ropa se convirtió en un símbolo. Como le pasó con casi todo. Igual que el personaje del cine, que se hizo famoso por recorrer el mundo tras el santo grial o la calavera de cristal, el poeta lucha incansable desde aquel día “horrendo” por el reconocimiento y la dignidad de las miles de víctimas que a duras penas sabe contar este país. Las víctimas y las familias de los más de 60.000 muertos que ha dejado el conflicto que inició hace siete años Felipe Calderón contra el crimen organizado.
A Sicilia el Gobierno le impuso seguridad hace dos años, cuando se colocó a la cabeza del Movimiento por la Paz, con Justicia y Dignidad, que convocó las marchas más numerosas que se recuerdan en la capital de México y recorrió el país y Estados Unidos exigiendo justicia. “Cuando acepté a los custodios les dije que me enseñaran sus armas. Pregunté qué pasaría si nos emboscaban y me dijeron que con estas armas nos iban a hacer pedazos”. Sus carcajadas aflojan pero no borran una mirada siempre triste. “Puedo entender la alegría, pero ya no estoy aquí. Traigo algo de la muerte conmigo”.
Pregunta. El pasado septiembre anunció un paso atrás para dejar de ser la cara visible del Movimiento. ¿Por qué?
Respuesta. Había llegado el momento de darle más horizontalidad. Creo que estaba demasiado focalizado en mi persona. Además yo no soy gente que “consensúa” mucho, a mí se me ocurre algo y lo hago, y eso también lastimaba algo al Movimiento. Además estaba muy cansado, necesitaba estar con mi hija y con mi nieto, con mi soledad, recuperarme de mis certezas rotas, tratar de reinsertarme al mundo y recuperar mi vida.
P. ¿Mereció la pena el cansancio?
R. Sí. Este tipo de muertes tienen que tener algún significado. Ese cansancio, que no compensa la muerte de un hijo, puede dar sentido y significado a lo que podía haber sido únicamente dolor, muerte y desprecio, como habían sido todas las muertes en este país hasta que ocurrió la de mi hijo.
P. ¿Hubo algún problema en el seno de la organización?
R. (Risas) Yo no quise hacer un movimiento, no soy un organizador, no soy un líder político, soy un hombre que oye su corazón y así he respondido. Hubo mucha oposición a los diálogos (con los políticos y el Gobierno). La parte dura de la izquierda era muy renuente. Me decían que si era un anarquista como es que quería dialogar. Pero yo siempre visualicé el movimiento como un cuerpo de víctimas con dos piernas: movilización y diálogo. ¿Si no quién se va a hacer responsable de las víctimas? No es nuestra función ni tenemos capacidad, no podemos sustituir al Estado. Yo dije: «Les guste o no, vamos al diálogo».
P. Lleva dos años de exposición mediática ¿Ha podido vivir su duelo?
R. Encontrarse con los otros y compartir el dolor es parte del duelo. Simplemente fue un duelo muy grande, a lo largo de todo el país, fue el duelo de muchas otras víctimas. Luego vino el retiro en Francia (a finales de 2012) y eso ya me permitió estar conmigo mismo, con mi hija y con mi nieto. Este tipo de duelos, la muerte de un hijo, no termina nunca. Siempre estará ahí como un dolor inmenso, como una realidad innatural. La muerte de un hijo, y más en las condiciones en las que yo perdí a mi hijo, mueve todas las certezas y todos los paradigmas que uno construyó a lo largo de su vida.
P. Meses antes de las elecciones dijo que el presidente Enrique Peña Nieto era el peor candidato. ¿Lo sigue pensando o se retracta?
R. Pues no lo sé pero es el que tenemos. Yo no fui a las urnas, llamé a votar en blanco pero la gente eligió a este candidato. Es el que está y con él hay que intentar trabajar y sacar adelante a este país. Ha tenido una buena actitud, ha promulgado la Ley de Víctimas, ha asumido la deuda de Estado que no quiso asumir el presidente Felipe Calderón con las víctimas. Es un avance. Cuando dije que era el peor candidato era porque el retorno del PRI no es lo mejor que nos pudo haber pasado. Pero démosle una oportunidad.
P. ¿Le guarda rencor al expresidente Calderón?
R. No, me da un poco de compasión. Un hombre puede negarse a asumir su responsabilidad, pero hay una parte, en la conciencia, sobre todo para un hombre formado en la catolicidad como él, que no estará en paz. Yo le dije en una reunión que la responsabilidad de los 40.000 muertos y de la muerte de mi hijo era suya. Espero que sea capaz de asumirlo con humildad y de reconocer y sanar su corazón. Es algo que tendrá que enfrentar y que no le deseo a nadie.
P. ¿Cómo se imaginaba hace cinco años?
R. Estaba escribiendo poesía, tenía pensado escribir una novela sobre Dietrich Von Hofer, un drama profundo. Y estaba tratando de hacer sembrar en macetas en este apartamento chiquito, quería hacer una vida más familiar. Vivía aquí con mi segunda esposa y mi hijo vivía con mi mamá. Mi exmujer vivía con mi hija y mi nieto. Todos en Cuernavaca. Estábamos tratando de acompañar esa vida un poco fracturada. Entonces todo sucede. Dejé esas novelas y sucedieron estos dos años de activismo, de visibilizar a las víctimas, de trabajar por recoser la desgarradura del país.
P. ¿Cómo es el momento en el que se entera de la muerte de Juanelo?
R. Estaba en Filipinas trabajando en un proyecto para rehacer las relaciones culturales entre México y Filipinas. Estábamos a punto de regresar. Y ese día, en la madrugada, llegó la llamada esta horrenda de que habían asesinado a Juanelo. El momento más terrible de mi vida, el que cambió todo.
P. ¿Supo desde el principio que reaccionaría como reaccionó?
R. En Filipinas lo único que quería era volver a México y que no enterraran a mi hijo antes de que yo llegara. Al llegar esto estaba muy efervescente ya. Había mucho acoso de la prensa, les pedí a los periodistas que se fueran y les prometí que daría una conferencia de prensa al día siguiente. Yo soy un hombre que se enfrenta a las adversidades con la mayor radicalidad que puedo y estaba muy enojado. Fui a dar la rueda de prensa con toda la indignación que traía en mi corazón y con todo el amor a mi hijo. Reaccioné así. No soy un hombre que acepta un agravio, y mucho menos un agravio de este tamaño.
P. ¿Planificó el Movimiento por la Paz o fue espontáneo?
R. Yo siempre fui muy renuente a la idea de un movimiento, fue la gente la que se fue articulando. Cuando salió la marcha de Cuernavaca hacia Ciudad México no sabíamos qué nos íbamos a encontrar. Yo pensaba, si llego solo, llegaré solo y ya veré qué hago. Nunca pensamos que iba a suceder lo que sucedió desde que pronuncié aquel «estamos hasta la madre». La muerte de Juanelo generó un milagro cívico.
P. ¿Cómo era su relación con él?
R. Era muy estrecha. No era un intelectual, era un deportista, jugaba muy bien al fútbol. La mitad de su carrera la pagó con una beca deportiva. Eso nos unía muchísimo, el fútbol ha sido una de mis grandes pasiones. Era un muchacho muy noble, muy sensible. Tenía mucho sentido del humor y su propia reflexión, aunque tenía problemas de dislexia y déficit de atención. De repente me sorprendía con sus reflexiones. Él me decía: «Mira papá, yo no leo pero sé oír».
P. A él le dedicó su último poema. ¿Nunca, ni en soledad, ha vuelto a escribir un verso?
R. Escribí un poemita en un café en la Caravana a Washington. No me acuerdo dónde fue, me vino algo sobre mi hijo, lo escribí y lo dejé. Realmente me di cuenta de que no me alcanzan las palabras. Es un tema profundo para un poeta, y más para un poeta católico. Para mí la palabra es vida y no puedo escribir frente a esa ausencia de palabra viva que me arrancaron. Un poeta tampoco es una profesión, es una gracia o una desgracia. Es terrible la literatura cuando uno se la toma en serio. Uno mira y siente como poeta y aunque no hago el oficio más alto de la poesía, que es el verso, sigo haciendo poesía. Mis discursos están llenos de esa mirada.
P. ¿Le tiene miedo a la muerte?
R. Hay un verso de Miguel Hernández: «Si me matan bien, si no me matan mejor». Uno no deja de tener esa incógnita ¿cómo es la muerte? Yo tenía algunas certezas, pero ya no sé. El borramiento de un hijo, no tener contacto con él, lo deja a uno en una especie de oscuridad frente a lo sagrado.
P. ¿Solo una víctima puede entender a otra víctima?
R. Estoy convencido de que sí. Una víctima es alguien que volvió de la muerte a un mundo al que ya no pertenece totalmente. Y aún estando en este mundo uno puedo entender la alegría, pero ya no estoy completamente aquí… algo de la muerte traigo conmigo. Es difícil compartir con los otros, pero tampoco sé si los otros están dispuestos a oír la dimensión de lo que uno trae.
P. ¿Se ha sentido atacado por un excesivo protagonismo?
R. Mucho. Cuando uno se visibiliza siempre hay interpretaciones y sospechas. En este país corrupto nadie puede entender que alguien haga algo por gratuidad, por amor.
P. ¿Qué puede hacer el Estado por una madre que ha perdido cinco hijos?
R. No puede hacer gran cosa, pero puede buscarlos. Puede encontrarlos muertos o vivos y devolverle a la madre la posibilidad de verlos con vida o de vivir su duelo. Mientras no aparezcan, ni vivos ni muertos, es un crimen del Estado tener a una madre así. A un padre le vale madre que haya 20 detenidos, quiere saber dónde está su hijo. «Danos uno, muerto o vivo, pero abre una esperanza a esta gente». Un Estado que no puede saber dónde están 30.000 de sus ciudadanos es un Estado que no merece llamarse Estado.
P. ¿Qué espera del futuro?
R. Espero que volvamos a estar ya en paz. Es un proceso muy largo, porque primero hay que encontrar a los 30.000 desaparecidos. Después hay que encontrar esa ruta de paz y veo un problema muy fuerte en el proceso de reconciliación. Queramos o no esos muchachos que están siendo corrompidos por el crimen organizado no eran criminales, hay una responsabilidad del Estado que los abandonó, los hizo carne del crimen. Vamos a tener que perdonarlos y el proceso va a ser mucho más doloroso. Hay una corrupción producto de la miseria económica.
P. ¿Alguna mañana se levanta diciendo para qué me metería yo en esto?
R. Todas las mañanas me digo para qué amaneció, por qué… Pero bueno, alguien tenía que hacerlo por respeto a esas vidas que no debieron de haber muerto.
P. ¿Nunca lo podría haber hecho sin ser una víctima?
R. Creo que no. Por eso digo que detrás de este inmenso dolor, que no debió haber sido, hay un milagro cívico. Creo que este país no me debe a mí, tiene una deuda muy grande con ese muchacho que murió y que le dio nombre a todos. De otro modo creo que no hubiera podido hacerlo, por desgracia. No lo digo con gusto, lo digo con un profundo desprecio.
Fuente: El País (* Extracto)