La opción política del cristiano ha de ser siempre una opción por los pobres, por los que colectivamente son víctimas de la opresión de la sociedad (…)
1. El cristiano nunca debe tratar de consolidar un régimen económico como es el capitalista, fundado sobre el ánimo de lucro ilimitado, que engendra la división de los hombres en poseedores y desposeídos e implica la apropiación por unos de la plusvalía producida por el trabajo de otros. El sistema como tal es malo, y el cristiano solamente puede preferirlo como menos malo, con tal que respete eficazmente las libertades cívicas que permiten su superación, ante la alternativa de una dictadura que, aunque pretenda caminar hacia otro tipo de sociedad impida los derechos y libertades sociales.
2. Para el cristiano, el hombre es en la tierra el valor supremo, fin en sí mismo sobre todos los demás valores históricos, sociales, económicos, etc. Servir al hombre es servir a Dios y a su Enviado, Jesucristo. Al establecer Dios su especial derecho sobre el hombre en Cristo, se afirma el derecho del hombre sobre la sociedad, las estructuras y hasta sobre la muerte. Del mismo modo, al proclamar el Evangelio el principio de la libertad, que permite al hombre realizarse plenamente como persona, ésta queda constituida en derecho fundamental. De aquí que el cristiano debe rechazar toda forma de gobierno que tiende a hacer del hombre un objeto para su política, y por consiguiente, todo nacionalismo, absolutismo y discriminación estará siempre al lado de un orden político en que se acepte el derecho querido por la mayoría, con tal que a nadie se le nieguen los derechos que en cada momento se consideran como naturales.
3. Al creer el cristiano que todos somos un cuerpo, que es Cristo, la libertad sólo puede entenderla como corresponsabilidad en que cada uno es interdependiente de los demás. Por eso, ni el colectivismo estatal (por negar toda responsabilidad), ni el individualismo (por afirmar sólo unas libertades individualistas que luego, por ser tales, en la mayor parte de los casos, no pueden ser mantenidas) son acordes con el espíritu cristiano.
4. Al saberse la comunidad cristiana bajo un solo Señor y ser consciente de la necesidad de funciones diversas en el cuerpo social, favorecerá siempre la igualdad en la libertad y corresponsabilidad del ciudadano adulto, sin discriminaciones de ningún género.
5. Al preferir Cristo a los que están abajo, el servicio a éstos se convierte en criterio y norma de conducta para el cristiano. Por eso la opción política de éste ha de ser siempre una opción por los pobres, por los que colectivamente son víctimas de la opresión de la sociedad, y esta opción debe manifestarse no sólo en actuar para ellos, sino en estar con ellos.
6. Todo aquel que profesa la fe en un Dios que quiso ser luz nuestra en Cristo defenderá el derecho de cualquier hombre a la luz, es decir, el derecho a ver, a oir y a pedir cuentas de su gestión a los representantes de la autoridad. Sólo la anarquía y la tiranía necesitan oscuridad.
7. Al ser la palabra de Dios fundamento de nuestra libertad, y la palabra humana su vehículo e instrumento, el cristiano defenderá la libertad responsable de la palabra humana como fundamento de la libertad y medio de clarificación.
8. A ejemplo de Cristo, la comunidad humana es para el cristiano lugar de servicio y no de dominio. Por eso piensa que el ciudadano tiene derecho a no ser coaccionado por la fuerza sino sólo por la convicción y el derecho. Cuando un grupo, o el Estado, usa la potentia en vez de la potestas, pospone el derecho y lo somete, domina, no sirve, y subyuga a los demás. El cristiano se hallará siempre en contra de tal realidad.
9. Aparte de la defensa, siempre legítima, de las peculiaridades y derechos de cada comunidad, el cristiano por su catolicidad se opondrá en política a toda cerrazón nacionalista. El hombre católico en la fe debe también ser universal en lo político.
10. El Estado no es la Iglesia, ni es ni será el Reino de Dios; pero todas estas realidades tienen la misma fuente, o sea, Dios. Por eso no puede oponerse, aun en el caso de que el Estado no sea confesional. El cristiano no podrá apoyar nunca a un Estado (o a un partido que busque instaurar un Estado) que esté en pugna con su religión, con la Iglesia, con su esperanza cristiana, o ponga trabas a su expresión y libertad.