Y así hemos construido un fantasma de cristianismo, a base de unos llamados cristianos que ¡oh escándalo!, tienen horror a la virtud de la pobreza. Y algunos, ¿cuántos? han podido llegar a creer de buena fe que la RELIGIÓN DE LOS POBRES era la religión de los ricos. Así, la gente sencilla, que no entiende de distingos y sutilezas, pero cuyo sentido común -que es sentido de la proporción- es enorme, no podía compaginar una doctrina de desprendimiento hasta dar la vida por los hermanos, con las prácticas de los cristianos más aparentes que… todos conocemos. La conclusión era inevitable, y la palabra «¡farsantes!» subía necesariamente a la boca. ¿Quién ha oído a cristianos alabar la pobreza? ¿Quién admira y desea la pobreza? ¿Quién vive «de verdad», sin «mandanga» la pobreza? Realmente, ¿quién sabrá nunca el estrago que ha hecho en las almas el confundir dos palabras que, si una significa el lugar más profundo del descenso, la otra es la vestidura sublime de los que han llegado a todo lo alto: al Reino de los Cielos?*****************************
Revista ID Y EVANGELIZAD DE MAYO 2001
«DAR» TRABAJO
G. Rovirosa
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En el lenguaje convencional se suele decir que DA TRABAJO la persona que COMPRA TRABAJO. Lo cual es muy diferente.
Dió trabajo aquel buen samaritano que se compadeció del hombre que yacía al borde del camino. Da trabajo el Hermano Hospitalario de San Juan de Dios, cuando asiste a sus enfermitos. Da trabajo el cristiano que en cualquier circunstancia ayuda al hermano a llevar la cruz.
¿Que tiene que ver esto tan elevado y sublime con el comprar trabajo a los necesitados, pagándolo, no en lo que vale, sino al estricto mínimo para que se pueda seguir trabajando sin desfallecer, de acuerdo con la venerada LEY DE BRONCE que debió promulgarse por el diablo en la falda del Sinaí, mientras en la cumbre se promulgaba el decálogo?
¡Dar trabajo que es flor delicada del espíritu cristiano, sinónimo de traficar con trabajo!
Así, no nos extrañan otros sinónimos que juntan en un mismo significado palabras que, en realidad, significan conceptos antagónicos.
La que nos duele más de las palabras que el lenguaje corriente ha desnaturalizado y envilecido es la palabra POBREZA. Esta margarita preciosa del cristianismo, sin la cual no hay santos y sin la cual es necesario el milagro de Dios, más portentoso que el hacer pasar un camello por el ojo de la aguja, para salvarse, se toma por sinónimo de MISERIA Y siendo ello así, ¿quién amará la pobreza? ¿Quién deseará la divina pobreza si cree y estima que es lo mismo pobreza que miseria?
Y así hemos construido un fantasma de cristianismo, a base de unos llamados cristianos que ¡oh escándalo!, tienen horror a la virtud de la pobreza. Y algunos, ¿cuántos? han podido llegar a creer de buena fe que la RELIGIÓN DE LOS POBRES era la religión de los ricos. Así, la gente sencilla, que no entiende de distingos y sutilezas, pero cuyo sentido común -que es sentido de la proporción- es enorme, no podía compaginar una doctrina de desprendimiento hasta dar la vida por los hermanos, con las prácticas de los cristianos más aparentes que… todos conocemos. La conclusión era inevitable, y la palabra «¡farsantes!» subía necesariamente a la boca. ¿Quién ha oído a cristianos alabar la pobreza? ¿Quién admira y desea la pobreza? ¿Quién vive «de verdad», sin «mandanga» la pobreza? Realmente, ¿quién sabrá nunca el estrago que ha hecho en las almas el confundir dos palabras que, si una significa el lugar más profundo del descenso, la otra es la vestidura sublime de los que han llegado a todo lo alto: al Reino de los Cielos?
Por el estilo ocurre con la expresión HUMILDE. Se han confundido en esta palabra al cristiano que está en el término de su perfección y santificación, siendo imagen viviente del Cristo «humilde de corazón», con el vencido, con el humillado. Mucha gente cristiana, todavía nos llama humildes a los obreros, entendiendo por humildes a los que no han podido llegar a la burguesía. De esta manera, TODOS HUYEN DE LA HUMILDAD: los burgueses, como de cosa detestable, y los obreros, como sinónimo de paria y de vencido.
Y este es el cristianismo que florece después de doscientos años de estar tiñéndose en el tinte capitalista: UN CRISTIANISMO FORMADO POR CRISTIANOS QUE SE HORRORIZAN DE LA POBREZA Y DE LA HUMILDAD y que alaban, con la boca muy abierta, porque DAN trabajo, a los que realmente trafican con trabajo.
Verdaderamente los que aspiramos a la pobreza y la humildad tendremos que dar mucho trabajo para poner las cosas en su punto. Empezando por rescatar estas perlas inestimables que las pezuñas de los cerdos han mezclado y confundido con sus propios excrementos.
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ID Y EVANGELIZAR DE NOVIEMBRE DEL 2000
EL LASTRE
G. Rovirosa
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La lucha gloriosa -que dura tanto como la vida- entre las dos tendencias que están en el interior del hombre, no llega a su desenlace hastra su último suspiro.
Los dos enemigos, la GLORIA DE DIOS por un lado y la gloria del hombre por otro, se mantienen firmes hasta el último suspiro. Ningún viviente presuma de que venció al mal sin recordar a Judas el íntimo, el amigo que besaba a Jesús.
Pero se puede caer en el error de entablar la batalla entre el cuerpo y el alma, como si todo lo del cuerpo fuese por naturaleza malo y todo lo del alma fuese por naturaleza bueno. El caso es que el cuerpo fue condenado a muerte por un pecado de desobediencia de Adán.
No. La lucha está entre lo que «estimo» mi gloria y la GLORIA DE DIOS. Planteado así el problema, todo se simplifica. Mi alma ha de encarnar profundamente en mi cuerpo, y entonces el Amor Fraterno -marca del cristianismo- florecerá como una necesidad. Y al mismo tiempo he de espiritualizar mi cuerpo, con lo que aparecerá imperiosa el ansia apostólica. Y realizaré «plenamente» esa unión CUERPO-ALMA que es la obra maestra de Dios.
Veo clarísimos estos conceptos que parecen nuevos. Y veo también de dónde viene su perversión: del desdoblamiento burgués del hombre en alma y cuerpo, afirmando que la Religión era algo que se podía llevar con plena independencia de las finanzas. Y este desdoblamiento, pervirtió la Religión, como otro desdoblamiento -Posesión y Uso- pervirtió la Propiedad.
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EL DEBER
Por G. ROVIROSA
Boletín de Militantes 1 de Diciembre de 1952
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Todas aquellas personas que no tuvieron oportunidad de conocer la doctrina revelada por Cristo y propagada por la Iglesia, pero cuya vida se desarrolló conforme a los dictados de la Ley Natural impresa por Dios en el corazón de todo ser humano, forman parte de la Iglesia por el «Bautismo de Deseo».
Ajustaron los actos de su vida a la recta razón –hicieron Encuestas sin saberlo- y esta fidelidad al «deber» les hace acreedores a la vida eterna, como si hubieran muerto en gracia, habiendo recibido el Bautismo Sacramental.
Pensando unos instantes sobre estas verdades no puede dejar de verse el asombroso valor que alcanza el ser «hombre de Encuesta», no solo en el tiempo sino en la también en la eternidad.
Ahora cabe preguntar: ¿Qué maravillas no se ejecutarán en el «hombre de Encuesta» que es fiel a la Gracia, si en los que desconocen al verdadero Dios y a su Iglesia produce tales prodigios?
Para el cristiano la Encuesta toma su máximo valor cuando se llega a ACTUAR con la determinación de que «no se haga mi voluntad sino la del Padre».
El hombre llega a la degradación máxima en sus posibilidades humanas cada vez que lanza el grito satánico de: ¡Hago lo que quiero! Por el contrario, alcanza la perfección más alta en su vivir cada vez que afirma: ¡Hago mi deber!
¿Y cómo podré nunca tener la seguridad (siquiera relativa) de que lo que estoy haciendo en cualquier momento es verdaderamente mi deber, si no he hecho una buena Encuesta?
En las normas de la vida social que regulan la relación de un hombre con los demás hombres, a cada «deber» corresponde siempre un «derecho». Así, al deber de trabajar corresponde el derecho a vivir decentemente con el producto del trabajo, y podemos observar que, en el fondo, todo este maremagnum que solemos designar con la frase: «injusticia social» no es otra cosa que una falta de proporción entre los derechos y los deberes de cada ciudadano, desde el primero al último.
Uno de los primeros deberes que impone la virtud de la Justicia es el de defender los propios derechos, cuando se han cumplido las obligaciones propias en relación con la sociedad. Quien «se resigna» ante la injusticia social (tanto si ésta le afecta directamente como si no) no solamente no practica ninguna virtud cristiana, sino que peca contra alguna de las virtudes cardinales, y en muchos casos contra las cuatro a la vez.
En las relaciones del hombre con Dios, el contrapeso de los deberes no son unos derechos, sino unas «gracias».
Esta es la maravilla de las maravillas.
Si hago lo que «debo» hacer delante de Dios (si hago buenas Encuestas), Dios considera esto como algo tan grande que no encuentra nada que sea apropiado para dármelo en recompensa, y se da a sí mismo.
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EL EQUIPO FAMILIAR
Por G. Rovirosa
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La mayor parte de los hombres deben, en primer lugar, solidarizarse con el equipo familiar que por su libre voluntad constituyeron, ya que entra dentro del orden general de la naturaleza que el hombre funde un hogar.
Una vez establecido el hogar, los padres se hallan en la obligación de asegurar a todos los miembros el alimento, el cobijo, la instrucción y la educación; aunque existe la regla generalísima de que en la familia cada miembro debe darse a los demás, ayudar a los demás. Y nadie que quiera fundar una familia tiene derecho a rehusar las obligaciones que ello lleva consigo; ni nadie que forma parte de una familia tiene derecho a desolarizarse de ella.
Se comprende que la fundación de una familia es una de las tareas humanas más nobles. Hay que empezar por reunirse dos para constituir una célula total de vida. Todo en el matrimonio se realiza bajo el signo de la vida: se recibe y se da la vida; se dirige, se expansiona, se mejora y se desarrolla la vida; y todo ello tiene lugar en un ambiente de afecto, de confianza, de esfuerzos. El amor mutuo se continúa en la realidad viva de los hijos, que son la prolongación de uno y de otro cónyuge. La gran tarea de los padres consiste en conducir a sus hijos a la plenitud de constituirse asimismo en padres de otros hijos.
La familia es fundamental en la sociedad, y es la base del éxito –o del fracaso- de casi todas las vidas humanas. Por eso, el militante de la HOAC siente como primera responsabilidad la de hacer de su hogar hogar hoacista.
El hacerse responsable de su propia familia ata rigurosamente al militante hoacista a su hogar, y con frecuencia los deberes familiares representarán para él un motivo de grandes sufrimientos, ya que la vida del militante tiene exigencias imperiosas. El verdadero militante hoacista debe estar constantemente en la brecha, pronto a lanzarse a los puntos donde el combate es más duro. La movilidad ha de ser su característica; llamado de unas partes y de otras sin previo aviso, es muy importante que nunca haga oídos sordos a tales llamadas. En el lugar de su residencia debe «dejarse comer» por unos y otros, por gestiones urgentes y actuaciones rápidas. Su vida carece de regularidad horaria, llegando a cenar cuando menos se piensa, a horas imposibles, estimándose feliz los ratos en que su alojamiento no está invadido, o cuando puede acostarse antes de medianoche, o no tiene que levantarse mucho antes que amanezca.
La esposa, por comprensiva y generosa que sea, a la larga se fatiga de esta vida atropellada. El marido rehusa trabajos mejor pagados, para poder seguir el combate hoacista, muchas veces invita a los amigos a casa, agravándose la cuestión económica, de manera intolerable; la educación de los hijos sufre las consecuencias de la ausencia o las prisas del padre. La esposa no cesa de repetir: Mis hijos se han quedado sin padre desde que es militante de la HOAC. Es preciso un temple muy excepcional para aceptar este trastorno permanente de la vida de familiar. El militante ardoroso se adapta, llegando hasta el agotamiento al no querer abandonar ninguna de sus tareas. El militante flojo capitula pronto y se apaga rápidamente.
Por esto, para que un militante de la HOAC no quede esterilizado por los lazos familiares necesita que su esposa tenga un espíritu semejante al suyo, entregada como él a la causa; que sea excelente mujer de su casa, capaz de llevar casi sola la buena marcha del hogar y la educación de sus hijos pequeños. En realidad, debe tener espíritu de esposa de marino.
Cuando el marido y la esposa vibran al unísono en las peripecias del combate hoacista, entonces sus dos almas se aproximan y compenetran cada vez más, y los hijos que crecen en tal ambiente quedan «marcados» para toda la vida.
Librar en común el mismo combate (para lo cual no es indispensable que la esposa tome parte directa en él) depura y ensancha las almas de los esposos. El hogar que se cierra egoístamente sobre sí mismo, cae sosamente en la tibieza y en la mediocridad. Pero aquel hogar del militante de la HOAC, que permanece abierto a todo y a todos, interesándose tanto en la felicidad ajena como por la propia, no solamente no disminuye de valor, sino que cada día gana una nueva batalla en los combates del Señor.