Un testigo de la fe: Guillermo Rovirosa .

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Escrito por su amigo sacerdote Tomás Malagón: Después, Dios se lo llevó. Como los viejos profetas, estorbaba a muchos. Su presencia era signo de contradicción. Tomaron contra él en su mano el hacha de la persecución creyendo, sin duda, algunos de ellos que servían a Dios. Rovirosa supo entregar gloriosamente el cuello, para ser segado, como las espigas en sazón. Dios permitió que ocurriese así para que se completase la lección de su vida con el designio providente de que su fruto se multiplicase. Fue así Rovirosa un testigo excepcional de la fe, vivida en un mundo nuevo, de técnica nueva y de hombres nuevos, que nos dejaba la lección de su vida de cristiano adulto justamente en el movimiento de la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, trataba de describir al cristiano de los tiempos nuevos.
1. La conversión

Rovirosa, sin duda, fue uno de los hombres que más influyeron en el cambio que se operó en la mentalidad de la comunidad cristiana española durante los años 50. Cuantos le conocieron afirman unánimes el carácter extraordinario de su vida y de su mensaje.

Es justo que Communio dedique unas páginas a su recuerdo a fin de darlo a conocer a quienes no tuvieron esta suerte.

Guillermo Rovirosa Albert había nacido en Villanueva y Geltrú en 1897 en una familia de religiosidad tradicional. A los 18 años había perdido la fe vivida en su casa paterna. Había estudiado en Madrid y en Barcelona la carrera de ingeniero industrial y ejercido su profesión en París, tan pronto como terminó sus estudios.

En París fue donde Dios le salió al encuentro, cuando ya él había llegado a la conclusión de que solo en la ciencia podía hallarse la verdad que el hombre puede comprender, y con el entusiasmo propio de su apasionado temperamento se dedicó a zaherir todo espíritu religioso con los medios que tenía a su alcance y, por supuesto, con la burla y el sarcasmo.

Dios irrumpió en él por la puerta, única quizás, que había mantenido abierta de entre todas las que podían permitir que algún rayo de luz religiosa penetrase en su alma: era su amor a la verdad y su noble voluntad de ser consecuente. Por ahí entró Dios. Y se sirvió de unas palabras del que entonces era el arzobispo de París, Cardenal Verdier. Unas palabras, sin especial relieve, dirigidas a un auditorio piadoso y oídas por pura causalidad por Rovirosa, al asomarse a una iglesia de París, un día, a fines de 1922, empujado por la curiosidad de ver la facha de Cardenal.

Las palabras fueron éstas: «Todo cristiano debe ser un especialista en Cristo. El mejor cristiano es el que mejor sabe y mejor pone en práctica los ejemplos y la doctrina de Jesús».
Inmediatamente, en el corazón de Rovirosa surgió la pregunta: «Yo, ¿qué sé de Jesús?» Y se dio cuenta de que en realidad era bien poco lo que sabía de El, y más precario todavía sus saber vivencial. En su interior una voz insistente le reprochaba algo que para él empezó a constituir su mayor delito: «¿Por qué ataco lo que no conozco?»

Avergonzado de sí mismo empezó a leer cuanto pudo y a meditar acerca de Jesús. Y a medida que leía y meditaba, Jesús iba ganando su corazón. Así pasó todo el año 1933. Sus últimas dudas y dificultades fueron superándose en El Escorial, a donde Rovirosa se vino desde París, para continuar su reflexión, con la valiosa ayuda del Padre Fariña, religioso agustino, a quien había conocido en la capital francesa, y a quien acompañó en su vuelta a España, a fin de continuar discutiendo con él en su búsqueda frebil de la verdad.
Tres meses pasó en el monasterio de El Escorial hasta que, al fin, en la Navidad de aquel año de 1933, Rovirosa hizo lo que él llamaba «su segunda Primera Comunión», la que para él tendría para lo sucesivo el significado pleno de su comunión con la Iglesia, que no pudo tener su infantil Primera Comunión.

La conversión supuso el cambio radical de su vida, caracterizada en adelante por la austeridad, la exigencia de perfección y la entrega apostólica. Todo esto quedó ratificado en aquel pacto con Dios que un día hicieron él y su piadosísima esposa después de comulgar.

Ellos, que no tenían hijos, se comprometían a dedicar al trabajo apostólico, todo su tiempo, su profesión y su vida matrimonial; y a Dios le pedían que dispusiera las cosas de modo que ellos cubrieran sus necesidades viviendo pobremente.

Dios aceptó el compromiso y cuidó hasta el fin de su pobreza. Rovirosa viviría ya sólo para la misión apostólica y su esposa sería la compañera que le sostendría con su plegaria permanente ante el Señor.
Los dos años y medio que transcurrieron hasta que estalló la guerra civil fueron de emocionado fervor, de puro gozo y de euforia incontenibles. El, que antes vivía inquieto y de cara a sí mismo solamente, se daba cuenta de que era otro. Había encontrado la paz y el amor. La conversión llevaba consigo la austeridad y fidelidad a la verdad que siempre había vivido: pero ahora estas virtudes estaban sobrenaturalizadas. Se le había terminado la tortura de la desesperanza y de renegar interiormente de la imbecilidad de la gente. Se sentía lleno de deseos de comunicar a los demás lo que de Dios había recibido tan gratuitamente. El, que había sido siempre un misántropo, se sentía ahora lleno de amor a los demás. No sabía qué había de hacer para restituir a Dios en los otros hombres, algo de lo que se le había otorgado, ni cómo hacerlo, ni en qué lugar quería Dios que lo hiciese. Pero se sentía gozoso y disponible para lo que Dios quisiera.

a) El pensamiento de los cristiano-sociales y la «segunda conversión» de Rovirosa

Mientras llegaba el momento de que Dios manifestara su voluntad, el matrimonio Rovirosa se había decidido a volver a París pasado el mes de Enero de 1934. Pero los designios de Dios eran otros. Un día, yendo por la calle en Madrid, Rovirosa se encontró con uno de sus compañeros de carrera, de Barcelona, que le propuso entrar en la empresa «Rifá Anglada», que se dedicaba a instalaciones de refrigeración y que abría una sucursal en Madrid. Aquel amigo era el Director Técnico, y su amigo se reservaría la Gerencia. Aceptó Rovirosa, viendo al voluntad de Dios en este camino que se le abría sin buscarlo y se instaló definitivamente en Madrid, en una casa de la Dehesa de la Villa. Al mismo tiempo, sintiendo ya la preocupación por el mundo del trabajo, se matriculó en un curso del Instituto Social Obrero, organizado por D. Angel Herrera, el que después fue Cardenal de la Iglesia y entonces director del periódico El Debate, hoy en proceso de beatificación.

La versión que de la Doctrina Social Católica se daba entonces por los «católicos sociales» era en exceso reaccionaria y ambigua. A Rovirosa no le satisfizo y por lo pronto se le vino abajo su intención de dedicarse al apostolado obrero. No quiso saber mas de «aquello», que le pareció no solamente sin garra para el mundo obrero sino, lo que es más grave, más coherente con una ética natural burguesa que con los principios que se sientan en el Evangelio.

Como consecuencia de ello, Rovirosa desistió de momento de todo compromiso de apostolado obrero, no porque no le diera importancia, sino porque ello le exigiría un enfrentamiento con lo que él creía doctrina oficial de la Iglesia. Así pues, tal como estaba, en los fervores de su conversión, se dio con todo entusiasmo al cultivo de la oración y a la lectura y meditación de las grandes obras de la teología y de la espiritualidad cristiana, acariciando la ilusión de marcharse con su esposa a las misiones.

En estas circunstancias le sorprendió el principio de la guerra civil en el mes de julio de 1936. Hubo de trasladar los muebles de su casa de la Dehesa de la Villa, zona batida por la artillería, hasta los sótanos de su empresa, en la calle de Eduardo Dato y después en la de Bárbara de Braganza. Hacemos constar estos detalles porque primero en uno y luego en otro lugar fue donde Rovirosa instaló un Centro de culto clandestino, en el Madrid republicano de la guerra, donde todos los días se celebraba la Eucaristía y desde donde se repartían miles de comuniones por toda la urbe. Además, fue en el segundo de estos dos lugares donde se realizó lo que nuestro hombre llamaba su «segunda conversión», su descubrimiento y definitiva valorización del apostolado obrero, al que se dedicaría hasta el fin de su vida. En los sótanos de aquella casa se hallaba la biblioteca jesuítica de la institución «Fomento Social». Allí fue a parar Rovirosa, y ésta fue la circunstancia que le permitió montar su pensamiento social con perfecto conocimiento de los temas de que se trataba.

Mientras tanto, en el plano profesional, al ser socializada su empresa, Rovirosa había sido elegido por unanimidad Presidente del Comité Obrero de la misma, cargo que desempeñó hasta el fin de la guerra y que demuestra el afecto de que gozaba por parte de todo el personal subalterno, que sabían, sin embargo, que era un ferviente católico.

Terminada la guerra en abril de 1939, ante las insalvables dificultades de la posguerra para recibir materiales, la sucursal madrileña de la empresa «Rifá Anglada» tuvo que cerrar y Rovirosa quedó cesante. Fueron entonces solicitados sus servicios como técnico por el «Instituto Llorente», que se dedicaba a la elaboración de productos farmacéuticos y donde él era conocido por haber realizado la instalación de sus cámaras frigoríficas. Pero a mediados de septiembre de aquel año, Rovirosa fue detenido y metido en prisión, bajo la acusación de haber sido durante la guerra Presidente del Comité Obrero de la Empresa en que había trabajado, y por tanto sospechoso de falta de adhesión al nuevo Régimen, y fue condenado por un Consejo de Guerra a 12 años y un día de encarcelamiento.

Pasó, sin salir de la prisión, los dos primeros meses. El resto del tiempo, gracias a las gestiones del Director del Instituto Llorente, salía todos los días por la mañana para trabajar en le empresa, volviendo a la noche para dormir en la cárcel. Así permaneció hasta el 24 de septiembre de 1940. En total fue un año de prisión.

b) Dios le prepara para su obra

No podemos aquí detenernos hablando de su competencia y de sus extraordinarias dotes de iniciativa y de creación como técnico; ni del trato que daba a sus subalternos ni de cómo vivió su actitud de servicio a los pobres, a pesar de formar parte de la Dirección de la empresa.
Nuestro propósito principal aquí es indicar cómo Dios fue preparando a Rovirosa y disponiendo las circunstancias a fin de que surgiera la HOAC y aquél pudiera en ella realizar su compromiso de dedicación apostólica.

A fines de 1940 Rovirosa se hizo socio de la Acción Católica, y ocurrió que al preguntarle qué cuota mensual pagaría, él que acababa de salir de la cárcel y se encontraba escaso de dinero, contestó con cierta vergüenza, que sólo podía pagar cinco pesetas. ¡Un duro en 1940! Al poco tiempo unos señores le buscaron para que formase parte del Consejo Diocesano de Madrid. Aquella cuota había significado para ellos, que no le conocían, una prueba de su entusiasmo y de su categoría, incluso social, para ser miembro del Consejo. ¡Resultaba que en todo Madrid él era uno de los pocos que pagaban tan generosa cuota!

Para perfeccionarse como militante hizo los tres cursos del Instituto Central de Cultura Religiosa Superior, que se había fundado con esta finalidad en 1940, formando parte de una de sus primeras promociones de alumnos. Sólo se examinó el primer año y su nombre fue puesto en el cuadro de honor. Esa fue la causa por la que no quiso volver a examinarse. Con un objetivo tan alto como el suyo todo cuanto fuesen diplomas y títulos honoríficos le parecía ilógico y ridículo.

En aquellos años, hasta 1946, Rovirosa fue transformando la vocalía social diocesana de los hombres de AC en un auténtico Secretariado Social, según su estilo, vislumbrando posibilidades y colaboraciones que le permitiesen llevar a cabo lo que había sido su sueño inicial tras su conversión a la fe y su proyecto ilusionado tras su «segunda conversión»: devolver a Cristo a los pobres, al mundo obrero. Así empezó a trabajar en este sentido con un grupo de hombres. Allí estaban Rafael Gallegos, José Ripio, Antonio Torres… Después conoció al Padre Luis Madina, asuncionista, fundador de la «Ciudad de los muchachos», el que enseñando a hablar con Dios a un grupo de obreros de su parroquia de Vallecas dio origen a las Reuniones Eucarísticas de la HOAC. ¡Con qué devoción y vehemencia predicaba Rovirosa junto con él las Estaciones del Vía-Crucis, del día de Viernes Santo, a aquellas pobres familias de Vallecas, emigrantes de Andalucía y Extremadura, que escuchaban fascinados sus palabras!

La noche de Navidad de 1945 la pasó en oración en el Templo parroquial de aquel barrio. Quería dar gracias a Dios, al cumplirse los doce años de su conversión y renovar su ofrecimiento para el apostolado obrero. No sabía que el año siguiente iba a ser decisivo en su vida.

Así iba Dios preparando, paso a paso, a su apóstol hasta hacerle capaz de realizar la misión que iba a confiarle y en laque ocuparía durante los últimos años de su vida. Esa misión era la HOAC.
El mes de mayo de 1946 la Junta de Metropolitanos de España acordó la fundación de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), como Movimiento especializado para los obreros adultos, dentro de la Acción Católica. Los obreros habían de tener, cobijados por la Acción Católica (otra cosa no habría sido permitida en la situación política vigente), sus propias organizaciones. Era una valiente innovación, no bien vista por todos, incluso dentro de la Jerarquía y de la misma Acción Católica.

Fue el Consejo Nacional de hombres quien se lanzó primero a la tarea de iniciar la HOAC. Era entonces Consiliario Nacional de los hombres, D. Ignacio Zulueta que, poco tiempo después, pasaría a ser preceptor del que habría de ser el Rey de España, Juan Carlos I. El Presidente era D. Santiago Corral, gran militante cristiano y uno de los más dinámicos hombres de empresa del país. Así, pues, paradójicamente, la HOAC nació gracias a la animosa iniciativa de un aristócrata y de un empresario.
Pero D. Santiago Corral comprendió en seguida que no era él el indicado para organizar un Movimiento apostólico obrero. El sabía que los apóstoles de los obreros deben ser obreros, y pensó que lo mejor sería buscar cómo hacer realidad tal exigencia. Para ello se dirigió a lo que más cerca tenía de él: el Consejo Diocesano de los Hombres de Acción Católica en Madrid. Allí encontró a Rovirosa, con su inicial Secretariado Social, con su incipiente equipo de colaboradores, con su experiencia todavía en agraz, pero prometedora.

Cuando Rovirosa escucho de labios de Santiago Corral los propósitos de la Jerarquía de la Iglesia de iniciar en serio un Movimiento Apostólico Obrero, y la decisión del Consejo nacional de los Hombres de AC de poner en marcha este Movimiento, para lo cual se le pedía su colaboración Rovirosa se dio cuenta, al momento, de que Dios había aceptado el compromiso de su conversión, de dedicarse por entero al apostolado en el mundo del trabajo y de vivir como un obrero pobre en lo sucesivo, y lleno de gozo; él mismo se ofreció a llevar a cabo la empresa. Es verdad que él no era en rigor un obrero, pero eso iba a tener fácil arreglo. Por lo pronto dejó su puesto en el Instituto Llorente. Después marchó a Montserrat, para dedicar unos días a la oración y a la reflexión y presentar a la Virgen «Moreneta» su acción de gracias a Dios por haberle aceptado y llamado a la soñada tarea apostólica entre los obreros. En el Monasterio de Montserrat encontraría siempre, en lo sucesivo, hogar, clima de oración y ayuda económica. Allí pasará a veces largas temporadas, más de una vez realizando trabajos interesantes para el Monasterio. Entre el Monasterio y Rovirosa se estableció, en lo sucesivo, una relación permanente de carácter espiritual y social. El Monasterio, en efecto, será su lugar de retiro espiritual y en ocasiones de trabajo. ¡Con qué noble satisfacción decía, siempre que tenía oportunidad, que él era un trabajador de Montserrat y que, si alguna vez lo retirasen de la HOAC, allí tenía su puesto de trabajo, porque él era «obrero electricista de Montserrat!»

A partir de entonces Rovirosa dejó su «traje de señorito» y empezó a vestir de obrero: ¡aquella sahariana, aquel pantalón de color azul marino y aquellas sandalias con que lo conocimos!
Rovirosa se entregó por entero a la creación de la HOAC con aquella inmensa capacidad de entusiasmo que él tenía. No requirió ninguna clase de título oficial, ni pidió a la Jerarquía seguridad ni garantía alguna. Cuando en mayo de 1957 las insidias y calumnias vertidas sistemáticamente contra Rovirosa llegaron a engañar al entonces Cardenal Arzobispo de Toledo, y éste decidió retirarlo oficialmente de la HOAC, estuvieron una tarde entera buscando en los archivos de la Dirección de Acción Católica, a fin de anularlo, el documento con el nombramiento oficial de Rovirosa, como miembro del Consejo Nacional de Hombres o como promotor o vocal de la Comisión Nacional de la HOAC. Naturalmente, no pudo ser hallado. Rovirosa no había exigido a la Jerarquía ningún nombramiento oficial para su entrega total a la tarea de crear la Acción Católica Obrera.

2. La HOAC

Es importante, ya que hablamos de la HOAC, como la obra más característica de Rovirosa, explicar lo que representó aquella organización cuando él vivía, a lo largo de los años 40, 50, 60…, cuando en la Iglesia de España dominaba el más puro espíritu de cristiandad, de cruzada y de nacional-catolicismo, y nuestra sociedad civil estaba gobernada por la dictadura. Su novedad consistía fundamentalmente en cuatro notas:

1.º La HOAC nació y se desarrolló como movimiento de una profundidad religiosa impresionante, que chocaba con la religiosidad abstracta, ingenua, pietista y moralista existente en general. La religiosidad de la HOAC, sin disimulos de ninguna clase, ostensible y recia, brotaba de una visión teológica de la realidad concreta obrera y de una vivencia profundamente cristiana de los problemas y de la lucha del mundo del trabajo. Se distinguía además por su adultez crítica y su orientación práctica a la vida militante. Estaba presente en todas las manifestaciones y en todos los momentos de la vida de la HOAC: en sus reuniones, sus canciones, su publicaciones, sus cursillos, sus planes de formación de militantes, sus Semanas Nacionales, etc…

La novedad de aquellas formas de religiosidad fue causa de graves ataques procedentes de los sectores tradicionales de la Iglesia (que entonces eran tan extensos), que la acusaban, en sus planteamientos teológicos, de ser heterodoxa, y en algunas de sus expresiones concretas de ser clasista y marxista; aunque lo cierto es que nunca pudieron demostrarse tales acusaciones.

El crítico más severo que la HOAC tuvo, puesto que la Jerarquía (que aún vive), no pudo pasar en sus informes de afirmar que en los escritos de carácter religioso de la HOAC, «se percibía un estilo diferente del que aprendimos en las aulas» (de los Seminarios de entonces, se entiende).

2º La HOAC fue siempre genuinamente obrera. Estaba encarnada de lleno en la vida, en la conciencia y en la lucha de la clase obrera española. Creó un modo nuevo de presencia de la Iglesia en el mundo del trabajo, pues no era una organización benéfica o asistencial ni un sindicato clandestino, ni un partido político, ni una catequesis para adoctrinar obreros. Fue una formidable escuela de formación teórica y práctica de militantes obreros cristianos, mediante el desarrollo de una conciencia adulta, crítica y profundamente cristiana, que, por otra parte, respetaba y potenciaba la conciencia obrera en todo lo que pudiera ser compatible con lo cristiano. La nueva actitud hacia la Iglesia de muchas de las organizaciones sindicales y políticas de izquierda de la España de hoy no se debe sólo a la experiencia del pasado, que ha llevado a la convicción de que es nefasta una actitud de lucha contra la Iglesia; ni tampoco se explica plenamente por el hecho de haber cambiado el contexto internacional en que se insertan tales organizaciones; con la nueva actitud tiene mucho que ver la presencia de muchos militantes de los que la HOAC despertó e inició en la lucha obrera, negándose a servir de esbozo o preparación para un futuro partido o sindicato de confesionalidad cristiana o de orientación cristiana.

3º La HOAC ha sido siempre un movimiento que ha pretendido desarrollar la presencia activa de los cristianos, de los obreros, en la Iglesia. Pensó siempre que no podía limitarse a ser «mano de la Jerarquía», altavoz suyo o ejecutora de sus normas, sino que debía conservar su propia voz y fomentar la corresponsabilidad de los seglares (y de los obreros en su caso) dentro de la Iglesia. La HOAC veía que la Iglesia estaba excesivamente escorada hacia el lado de la burguesía, y, en general, de las clases bienestantes, y juzgaba que era necesaria una acción suya y de sus miembros a fin de que la Iglesia apareciera cada vez más como madre que comprende y ama de modo especial a los más pobres, al mundo obrero.

Pero la HOAC, bajo el influjo de Rovirosa, nunca quiso expresar esta presencia activa de los obreros y de los pobres en la Iglesia en términos de lucha de clases, ni quiso servirse de modos de contestación sistemática frente a la jerarquía. Rovirosa llegó en esto hasta la más heroica abnegación y dio siempre un ejemplo admirable de amor a la Iglesia y de comunión cristiana con el ministerio pastoral. Y quiso siempre que la HOAC fuera así.

4º. La HOAC, al realizar su tarea evangelizadora en el mundo del trabajo, desarrolló una conciencia cristiana que necesariamente impulsaba una acción eficaz para la transformación radical de las estructuras sociales.
Otras organizaciones dentro de la Iglesia en España habían tratado ya, antes que la HOAC, de desarrollar la responsabilidad política de los cristianos.

Así lo hizo y lo viene haciendo la Asociación Católica de Propagandistas. Pero se dirigía esta labor a los sectores de la burguesía profesional, para formar militantes en orden a una acción política confesionalmente cristiana, y desde una mentalidad típica eclesiocéntrica, en que los problemas sociales y políticos se valoraban sólo por su relación con la Iglesia institucional.

La novedad de la HOAC consistió en que su misma labor evangelizadora generaba en los militantes obreros un profundo sentido de responsabilidad social y política, que impulsaba una labor crítica, pero al mismo tiempo fortalecedora, de las organizaciones propias de la clase obrera en orden a la transformación cualitativa de las estructuras sociales. Y todo ello no (como se ha dicho por algunos) en virtud de una labor de suplencia, al no existir partidos políticos, sino como algo directamente resultante de la reflexión hecha
sobre el Evangelio por la conciencia obrera. La HOAC, sin embargo, no asumía nunca el papel de partido político o de sindicato, ya que conocía perfectamente la extensión de su propio ámbito, y sabía cuando los pasos sucesivos que había que dar hasta llegar a la acción política se salían de su campo específico. En efecto, en el trayecto que hay desde la predicación del Evangelio hasta la realización del compromiso socio-político por el militante obrero hay una serie de retos sucesivos concatenados diferentes. En primer lugar, la transmisión del mensaje por el evangelizador o el Movimiento, que no por ser apostólico deja de poseer una conciencia obrera; después está la captación del mismo mensaje y la reflexión sobre él realizada por obreros concretos, cada uno con sus propias vivencias y experiencias; a continuación, los juicios a que tales personas llegan, al comparar las realidades sociales con lo que, según su conciencia, el Mensaje les dice; luego el estudio que hacen (que pueden y que deben hacer) para adoptar una línea de acción eficaz, personal y colectiva; por último, la elección y la puesta en marcha de las actividades a que se han comprometido.
Evidentemente, a lo largo de todo este trayecto la responsabilidad de un Movimiento Apostólico va disminuyendo progresivamente, o mejor, va siendo sustituida por la responsabilidad personal de los militantes. Cuando se llega la la realización, nunca el Movimiento Apostólico es el cauce, ni el sujeto o protagonista, ni siquiera el inspirador del programa total. Pero su papel ha sido, sin duda, de gran eficacia, al hacer surgir una conciencia cristiana y plantear la necesidad de que ésta sea eficaz.
Tales fueron los rasgos principales de la HOAC, que se debieron primordialmente a Rovirosa y que dieron su personalidad especial a esta organización.

Desde mayo a septiembre de 1946 Rovirosa de dedicó a publicar una hoja que se tituló HOAC, para preparar una Asamblea Nacional, la que sería la Primera Semana de la HOAC, que reunió de la Acción Católica Obrera en España.
Rovirosa se preparó para esta primera Semana haciendo los Ejercicios Espirituales con el P. Vallet, el fundador de la obra de los Ejercicios Espirituales Parroquiales, que al darse cuenta de la talla de aquél, le propuso ser el Presidente de la obra, encargo que Rovirosa rehusó, según aquella frase que él repetía de que a veces «hay que dejar a Cristo por Cristo». Porque es cierto, decía, que hay muchas cosas, y debe elegir. Rovirosa ya había elegido: la HOAC.

3. El ¡»TU»!

Aprobada en la Primera Semana, celebrada en el mes de septiembre de 1946, la publicación de un semanario obrero (¡qué fácil es proponer cosas para que otros las hagan!), sobre él cayó el trabajo que supone crear un cuerpo de redactores, una organización económica, una red de distribución, etc…, sin dinero y sin dejar de impulsar y hacer todo lo que aquella HOAC naciente exigía. Para Rovirosa no había dificultades y el 1 de diciembre siguiente saca el periódico ¡Tú!, con una tirada de 7.500 ejemplares del primer número. Llegó a tirar 43.000. Ahora muchos no pueden imaginar lo que en los años 40 y 50 suponía sacar a la calle, en la España franquista, un periódico obrero que dijese claramente la verdad que no se atrevía a decir el resto de la prensa, ni ningún otro medio de comunicación social. El Gobierno se veía en el trance forzoso de tener que aguantar el periódico, porque era una publicación de la Acción Católica Española en su plano nacional y según el modus vivendi concertado con la Iglesia, tales publicaciones quedaban exentas de censura estatal.

Pero cada número del ¡Tú! que salía a la calle constituía una heroicidad. Las autoridades sindicales y gubernativas locales y provinciales, amontonaban las dificultades para su venta. El Gobierno suspendió varias veces la publicación, con el pretexto de que creaban conflictos de orden público e incurría en ilegalidades. Por fin, en junio de 1952, fue definitivamente prohibido por la autoridad civil, mientras no aceptase someterse a la censura estatal. Rovirosa, y con el HOAC, se negaron a supeditar su periódico de las normas y consignas de la oficina de prensa del gobierno, que hubieran hecho de aquél una publicación como todas las de aquella época, una más dentro del coro monocorde que formaban a todos los periódicos y revistas de la España franquista, dirigido por la batuta del Ministro de Prensa y Propaganda, que imponía firmemente lo que se había de callar o decir y el modo de hacerlo. Pensaron que ya había bastantes voces dentro del coro y que no había que aumentar su número. Y el ¡Tú! enmudeció para siempre.

4. El Boletín de la HOAC

Otra de las actividades más importantes de Rovirosa fueron sus numerosos escritos, y principalmente el Boletín de la HOAC, cuyo primer número aparece en diciembre de 1947, y que primero se llamó Boletín de Dirigentes y después Boletín de Militantes, y por último Boletín HOAC. Rovirosa fue el autor de casi todos los artículos publicados hasta 1954 y de gran parte de los que se publicaron hasta 1957. Su estilo es inconfundible. Hablaba como escribía y escribía como hablaba. La mayoría de sus artículos son breves y enormemente periodísticos. Tomaba una idea y la hacía avanzar paso a paso, con método y maestría, sin pasar a otro punto antes de haber extraído del primero la lección que deseaba, o de haber creado, con ocasión del primer punto, el estado de ánimo que le interesaba crear. Poseía el arte del «suspense» de modo inigualable. Hasta que el lector no llega hasta el final del escrito está pendiente de su razonamiento, pero no se da cuanta de su objetivo hasta leer la última palabra. Entonces de un golpe aparece ante sus ojos una panorámica verdaderamente deslumbrante. Después deja al lector la tarea de completarla con su propia reflexión.

A lo largo de las páginas de aquel Boletín, así como en el resto de sus escritos, tan numerosos, Rovirosa fue desarrollando toda una espiritualidad seglar, quizás el trabajo más serio realizado en España en este sentido antes del Concilio Vaticano II.

4. El Plan Cíclico

El Plan Cíclico para la formación de militantes fue otra de las iniciativas y realizaciones más descollantes de Rovirosa. Como indica su nombre, es un plan de formación, en que los temas se repiten cíclicamente a distinto nivel a lo largo de tres años.
Estos temas, sistematizados, ayudan al militante a forjarse de un modo personal una conciencia adulta, cristiana y obrera de la realidad en que vive.

Cada tema es materia de reflexión, de síntesis personal durante una semana en que cada militante hace su Encuesta individual. Se lleva después a la Reunión de Militantes, en que la reflexión y la síntesis de cada uno se enriquece con la de todos los demás en la Encuesta de Grupo. Por último, a lo largo de la semana siguiente, mientras cada uno reflexiona sobre el tema de la próxima futura Reunión de Militantes, va cumpliendo los «compromisos» prácticos, en que las reflexiones hechas han cristalizado. Así se consigue que el militante construya su propia conciencia, descubra la orientación que debe tener su actividad en la sociedad y en la Iglesia (vocación militante), se acostumbre a la colaboración y al trabajo en equipo y se robustezca en su espíritu cristiano. El método de trabajo es el conocido ver-juzgar-actuar, tomando de la JOC belga y enriquecido y sistematizado en la HOAC. Este método es el que se llamaba la Encuesta Hoacista y Rovirosa fue uno de sus principales artífices, así como el gran descubridor del Plan Cíclico en sus líneas esenciales. Algunos, con manifiesta superficialidad, acusaron a este método de dirigista, cuando la verdad es que constituye la mejor defensa contra todo dirigismo. Lo que hace al Plan Cíclico es que guía al militante para que él reflexione sin que nadie le imponga su pensamiento. No parece que entre los métodos pastorales para formar militantes cristianos haya otro de mayor eficacia, si se hace bien y con constancia.

6 Ideas sociales

Rovirosa no fue un sociólogo ni un político. Fue un apóstol cristiano, en quien era patente el carisma profético. Como los profetas antiguos combatía la frivolidad , la insensatez y la infidelidad del pueblo de Dios, despertaba y enardecía las conciencias de los pobres, lo iluminaba con sus geniales intuiciones del futuro. Y como en los vaticinios de los viejos profetas, en las intuiciones de futuro de Rovirosa lo que hay que buscar son las líneas fundamentales que caracterizan el ideal que anunciaba. Los principales, entre estos escritos sociales son el Manifiesto Comunitarista, El coperativismo Integral- Coopin, así como numerosos artículos publicados en el Boletín hasta 1957. La orientación de su pensamiento se muestra también en otros escritos surgidos en la HOAC bajo su influjo en los años 1949 a 1951, como los titulados Fraternidad Obrera Católica (FOC), Sociedad Anónima Laboral (SAL), y Empresa Social, cuyos autores eran algunos militantes hoacistas, animados por Rovirosa.

Rovirosa defendía siempre la necesidad de la propiedad privada de los bienes de producción como garantía de la libertad del individuo y de la familia frente al Estado y demás fuerzas sociales. Pero atacaba, al mismo tiempo, con toda la fuerza dialéctica de que era capaz, al capitalismo. Lo atacaba, primero, porque éste priva de esa misma propiedad, que dice defender, a la mayor parte de los miembros de la sociedad. Más aún, destruye la propiedad misma, que en su verdadero sentido es poder de disposición y uso, al hacer que en unos sea poder de disposición sin uso y en otros uso sin poder de disposición. Además, porque tal situación, a la que el capitalismo trafica con la necesidad de los pobres y divide a los hombres en dos clases, la de los que venden tiempo cobrando dinero por él en forma de intereses, y la de los que tienen que comprar tiempo por dinero; la de los que acaparan a fin de arrendar a otros lo que ellos no trabajan para que se lo trabajen, y la de los que van quedando en las redes de los primeros sin libertad ni iniciativa.

Pero Rovirosa, era también enemigo de toda forma de socialismo que llevase consigo atribuir al Estado en exclusiva la gestión y el control de la vida económica. Esto constituía para él un capitalismo en que el Estado pasa a ser la Empresa para la que todos los ciudadanos trabajan y genera una nueva clase de «capitalismo de posición» o constituida por una casta de funcionarios y políticos con privilegios análogos a los que disfrutan los grandes poseedores de bienes de producción de los países occidentales. Este socialismo tenía para Rovirosa las ventajas económicas que se derivan de las enormes posibilidades que otorga la gran concentración del capital nacional en las manos del Estado, para acabar con el paro, el hambre, la incultura del pueblo, etc… Pero un Estado dueño de todo, no controlado plena y decisivamente por la sociedad, es siempre, por sólo eso, un mal grave, y además tiene el peligro de imponer a la población dependencias partidistas e ideológicas opresivas.

Su ideal era un tipo de sociedad en que los miembros de la empresa que trabajan en ella fuesen solidariamente sus dueños. Por eso miraba con tanto interés el cooperativismo y alentó siempre los ensayos que se inscribieron por miembros de la HOAC sobre la Sociedad Anónima Laboral, la Fraternidad Obrera Cristiana, la Reforma de la Empresa Capitalista, etc… Estas eran las «peligrosas», «revolucionarias» y «destructivas» ideas sociales de Rovirosa, por las que fue tachado de «marxista infiltrado en la Acción Católica», atacado con saña por tantos católicos, y arrojado al fin por la misma Jerarquía, engañada, fuera de la Comisión Nacional de la HOAC que había hecho él.

7. Los cursillos para obreros

Los que conocieron a este gran apóstol, recuerdan, más que ninguna otra cosa, su palabra encendida. Rovirosa era un artista de la palabra. Los auditorios obreros después de haber estado trabajando durante todo el día, estaban como hipnotizados pendientes de lo que él decía, durante horas intempestivas de la noche, que era el único tiempo de que podían disponer robándolo al descanso.

En las Semanas Nacionales de la HOAC, en las conferencias que dio por toda España, en los Cursillos sobre todo, sabía suscitar como nadie el interés de los oyentes, con la originalidad, la novedad y la profundidad con que trataba los temas que tocaba. Ciertamente, era un líder obrero de talla excepcional. Las reacciones que producía eran siempre de verdadero entusiasmo. Si estábamos seguros de que en lo tocante al éxito apostólico y al entusiasmo de la gente, no iba a faltar.

Esto se debía, sin duda, a la profunda preparación intelectual de Rovirosa que se unía a unas cualidades humanas de excepción y a una brillante carrera de ingeniero industrial y que se había pasado 12 años, después de su conversión y antes de que la HOAC fuera su ocupación, estudiando la espiritualidad y el pensamiento cristiano. Pero era fruto, sobre todo, de su convicción cristiana, convicción que se veía con los ojos de la cara, y consecuencia de estar él (según el significado literal de la palabra «entusiasmo», que tanto repetía, como condición de apóstol) totalmente lleno de Dios.

Los Cursillos de la HOAC nacieron para llenar una necesidad pastoral. Rovirosa soñaba con una Iglesia de «convertidos», es decir, de cristianos adultos, con conciencia de lo que son y de por qué lo son, capaces de realizar su compromiso bautismal. La realización de este ideal, tratándose de obreros, que no han sido educados en el estudio, ni tienen tiempo para leer y meditar cada día, requería que la HOAC les facilitase el estudio y la reflexión personal sobre los temas que más afectan a la conversión, de manera monográfica, breve y con una pedagogía en que participasen activamente los que quisieran asistir a unas convivencias que habían de ser siempre en horas de la noche, durante varios días consecutivos, o en ciertos fines de semana. Así fue como los Cursillos empezaron y se hacen una pieza necesaria en los planes de formación de la HOAC. A dirigirlos por toda España dedicaba Rovirosa la mayor parte del año, viajando constantemente, siempre en tercera clase, conociendo y trabando amistad con todos los militantes uno a uno, sacando tiempo para escribir sus artículos del Boletín en los viajes y entre viaje y viaje, y poniendo en marcha un sin número de iniciativas surgidas de su genial inventiva, algunas de las cuales fueron neciamente aplastadas por la desconfianza y el recelo con que les miraban a él y a todo lo suyo los que no aciertan a salirse del surco de lo rutinario.

8. La lección de Rovirosa

Su ingente labor apostólica iba avalada por su vida. Vida de pobreza, de humildad, de sacrificio, las tres «virtudes síntesis» de que tanto hablaba. Le recordamos con su «hábito» de obrero, que vestía como signo de su entrega definitiva al mundo de los pobres. Sin más dinero que las pocas pesetas que la HOAC le entregaba por su trabajo en el Boletín, de acuerdo con la pobreza a que se había comprometido en su «pacto» con Dios, hecho tras su conversión. Se sentía contento de no tener nada, según aquella frase suya: «El que quiere seguir a Cristo, es tanto más feliz cuanto más se va liberando de necesidades». Después de verse forzado a dejar la HOAC, ¡su HOAC!, sin que jamás se le oyera queja alguna contra sus enemigos o quienes daban oído a sus enemigos, en momentos en que se veía viejo, solo e inválido, siempre le veíamos lleno de gozo, radiante casi de felicidad, al recibir una visita en Montserrat o en su casa de Madrid, la «Ermita de San Dimas», como él llamaba en su devoción «al primer santo cristiano», del que escribió, con este título, un hermoso libro.

De su espíritu religioso aún guardan recuerdo las Hermanitas de la Cruz, que le veían en su iglesia en oración, ayudando como acólito en la celebración eucarística y comulgando todos los días, a las 7 de la mañana, con tal fervor que, sin saber su nombre, ni de quién se trataba, le llamaban entre ellas «el devoto». Pero, sobre todo, le recordamos los que convivimos con él y sabemos de su profunda oración y vida interior.
Hay dos episodios en su vida que no debemos eludir: el de la desaparición de su esposa, y el de su accidente que le hizo quedar sin un pie en su últimos ocho años.

Durante la Segunda Semana Nacional de la HOAC, en septiembre de 1947, Catalina la esposa de Rovirosa, esposa de amor y plegaria, la que tanto había llorado y rezado en los años de su incredulidad, la que después se había sentido inundada de alegría por su conversión, desapareció de su casa. Llevaba dos años obsesionada con la idea de que debía dejar libre por entero a su marido, a fin de que pudiera, sin traba ni otra obligación alguna, llevar adelante la misión providencial que Dios le había encomendado de modo casi visible. Vivía místicamente iluminada por el gozo de la conversión de su esposo y por la participación en su tarea mediante la oración, pero temía siempre ser un estorbo para él. Pensaba que, retirándose a la vida contemplativa era como mejor podía ayudarle, de acuerdo con el «pacto tripartito» hecho con Dios. Rovirosa nunca creyó que se marcharía. Sin embargo, al regresar de la Segunda Semana Nacional, su esposa no estaba en casa. Se había marchado dejando una carta de despedida… Y nunca más se ha vuelto a saber de ella, a no ser que intentó pasar la frontera francesa y que la policía se lo impidió. Rovirosa nos refería que hablaba últimamente de ir andando a Tierra Santa, para dar gracias a Dios por lo que en su matrimonio había hecho y pensaba que, dado el modo de ser de su esposa, en uno y otro intento llegaría a pasar la frontera, y que quizás habría muerto en cualquier camino… Y de aquí él sacaba motivos que le llevaban a una mayor dedicación apostólica, puesto que su entrega no sólo significaba fidelidad a Dios, sino incluso fidelidad a una buena esposa. Pero, ¡cuánto hubo de sufrir como consecuencia de este acontecimiento!

En cuanto al accidente que le costó la pérdida de su pie izquierdo, éste tuvo lugar unos días después de que fuera obligado a apartarse de la Comisión Nacional de la HOAC, en mayo de 1957. Rovirosa se había inscrito como alumno en un cursillo sobre apicultura, que se celebraba en la Casa de Campo. Lo hizo sin duda, a fin de aparecer natural y sin aspavientos en aquella circunstancia tan dolorosa para él. Pero se trataba de una decisión de la Jerarquía, a la que tanto amaba y respetaba; que, por cierto, ¡a él le había juzgado y condenado sin oírle! ¡Hasta ahí llego la malevolencia en su afán de volver en su contra la Cardenal Primado de Toledo, engañado hasta ese punto por sus enemigos…! En el número último de aquel año la revista El Ciervo alguien escribió que este testimonio de devoción de Rovirosa a la Iglesia había sido para él el hecho más aleccionador e inolvidable.

Rovirosa pasó el resto de su vida, hasta el último día de febrero de 1964, en que murió, alternando sus estancias en el Monasterio de Montserrat y se Madrid, buscando clima de oración de reflexión en un sitio y contacto vivo con sus hermanos de apostolado, junto con el contraste ideológico para un mejor realismo, en el otro lugar.
En esos años publicó sus últimos libros: La virtud de escuchar; Dimas; Judas, Cooperación Integral. Al mismo tiempo su carta periódica circular Noticias le permitía mantener relación con sus amigos de siempre y continuar su tarea apostólica al margen de la HOAC oficial, pero dentro, como el decía, de la HOAC real.

¡Qué chasco se llevaron los que habían pensado que, al salir de la HOAC, Rovirosa se manifestaría tal como, según ellos era, un hombre misterioso, que iba a la constitución de un partido político filomarxista y revolucionario! Lo que hizo Rovirosa fue darnos la lección espléndida de su amor a la Iglesia hasta la total abnegación propia, el testimonio de su impresionante espiritualidad y el ejemplo de su entrega apostólica hasta el fin. Los que echaron de la HOAC (que humanamente era más suya que de nadie), ¿se habrán preguntado alguna vez cuántos seglares de su talla y virtud contaba la Iglesia española, para permitirse prescindir de él.

Después, Dios se lo llevó. Como los viejos profetas, estorbaba a muchos. Su presencia era signo de contradicción. Tomaron contra él en su mano el hacha de la persecución creyendo, sin duda, algunos de ellos que servían a Dios. Rovirosa supo entregar gloriosamente el cuello, para ser segado, como las espigas en sazón. Dios permitió que ocurriese así para que se completase la lección de su vida con el designio providente de que su fruto se multiplicase.

Fue así Rovirosa un testigo excepcional de la fe, vivida en un mundo nuevo, de técnica nueva y de hombres nuevos, que nos dejaba la lección de su vida de cristiano adulto justamente en el movimiento de la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, trataba de describir al cristiano de los tiempos nuevos.
En Rovirosa Dios nos ponía delante un ejemplo vivo de cómo ese cristiano ha de tender a ser.

Nota biográfica

Tomas Malagón Almodóvar nación en 1917 en Valenzuela de Calatrava (Ciudad Real). Ordenado sacerdote en 1943. Fue Rector del Seminario y Consiliario de la Comisión Nacional de HOAC (1954-64). Autor del plan cíclico de dicha organización, así como de Pastoral obrera, Madrid 1966 y Encuesta y formación de militantes, Madrid, 1969.