¿No pertenece a los 99 el que nace en la miseria, llevando sangre empobrecida, en ocasiones padeciendo hambre, mal vestido, sin casa, separado de su madre, a la que debe abandonar para ir al trabajo, pudriéndose en la inmundicia, expuesto a mil penalidades, y llevando a menudo, desde la infancia, en su cuerpo, el germen de las enfermedades que le llevarán a la tumba?
«Si vierais una bandada de palomas lanzarse sobre un campo de trigo, y si, en lugar de picotear cada una a su gusto, y noventa y nueve se ocuparan de amasar el trigo en un solo montón, no tomando para ellas más que la paja y los deshechos; y si reservaran ese montón, su trabajo para una sola de entre ellas, a menudo la más perversa paloma de toda la bandada; y si mientras que esa iría devorando, atracándose, haraganeando y pavoneándose de derecha a izquierda; y si otra paloma más intrépida, y más decidida que las otras, tocara un solo grano, todas las otras volarían sobre ella, le arrancarían las plumas y la despedazarían; si vierais eso, no estaríais viendo otra cosa que lo que está establecido y se practica entre los hombres.
¡Lastimosa verdad!
¿No pertenece a los 99 el que nace en la miseria, llevando sangre empobrecida, en ocasiones padeciendo hambre, mal vestido, sin casa, separado de su madre, a la que debe abandonar para ir al trabajo, pudriéndose en la inmundicia, expuesto a mil penalidades, y llevando a menudo, desde la infancia, en su cuerpo, el germen de las enfermedades que le llevarán a la tumba?
Desde que posee la más mínima fuerza, a los ocho años, por ejemplo, debe ir al trabajo, donde encuentra una atmósfera malsana, y donde, extenuado y rodeado de malos tratos y de malos ejemplos se verá condenado a la ignorancia y a todos los vicios. Alcanza la edad de su adolescencia sin que cambie su suerte. A los veinte años se ve forzado a abandonar a sus padres que tendrían necesidad de él, para ir a embrutecerse en los cuarteles, o a morir en el campo de batalla sin saber por qué. Si vuelve, podrá casarse, lo cual no complace al filántropo Malthus ni al ministro Duchátel, que pretenden que los obreros no necesitan ni casarse, ni tener una familia, y que nada les obligue a permanecer en la tierra si no pueden encontrar un medio de vida.
Si se casa, la miseria entra bajo su techo, con la carestía y el desempleo, las enfermedades y los niños. Si, por causa de que su familia sufre, reclama una más justa remuneración de su trabajo, se le condena a pasar hambre, como en Preston; se le fusila como en la Fosse-Lépine; se le mete en prisión como en Bolonia; se le somete al estado de sitio como en Cataluña, se le lleva a los tribunales como en París…
– El señor presidente: No podemos dejar de replicar a estas últimas palabras: no se arrastra a nadie ante la magistratura, se lleva ante ella a los advertidos, que a menudo son tratados con demasiada indulgencia; retractaros de esas últimas palabras, o no podré dejaros continuar hablando en nombre de la defensa.
– Varlin, después de consultar a sus compañeros de comisión: las retiro.
– El señor presidente: No es preciso tomar consejo para eso; vuestra defensa debe ser completamente libre y no debe estar limitada más que por el respeto a la ley y la decencia, ¿retiráis las palabras por vuestra propia voluntad?
– Varlin: las retiro.
– El señor presidente: continuad vuestra defensa.
– Varlin: Este infeliz escala con dificultad, su calvario de dolores y de afrentas, llega a la edad madura sin recuerdos, y contempla la vejez con espasmo: si está sin familia, o si su familia no tiene recursos, irá, tratado como un malhechor a morir a un asilo de mendigos.
Y sin embargo este hombre ha producido cuatro veces más de lo que ha consumido. ¿Qué ha hecho pues, la sociedad con su excedente? Lo que la paloma número cien».
(Práctica militante y escritos de un obrero comunero, E. Varlin, ediciones Voz de los sin voz, nº 539)