Causa tristeza que un hombre culto, como se supone que es el Sr. Eduardo Mendoza, haya abandonado de forma tan sorprendente y repentina el terreno de la discrepancia razonada para deslizarse, perdido el tono y la medida, al terreno de la ofensa tabernaria.
Así lo hallé en Religión Digital:
«El escritor barcelonés Eduardo Mendoza, ganador del último Premio Planeta, ha calificado al papa Benedicto XVI de «analfabeto» por afirmar que hoy en España se da un laicismo y un anticlericalismo «agresivo» similar al de los años treinta y por ello le recomendó que lea.»
Y, entrecomillado, he podido leer cuanto sigue:
«Usted es un analfabeto; ¿usted no sabe lo que pasaba en el 36?, ¡Lea mi libro!»
Causa tristeza que un hombre culto, como se supone que es el Sr. Eduardo Mendoza, haya abandonado de forma tan sorprendente y repentina el terreno de la discrepancia razonada para deslizarse, perdido el tono y la medida, al terreno de la ofensa tabernaria.
Parece oportuno recordar –por si alguien no la hubiese todavía leído- la respuesta que el papa dio a la pregunta que le hicieron durante el vuelo Roma-Santiago:
«España era siempre, por una parte, un país originario de la fe… Pero es igualmente cierto que en España ha nacido también una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años ’30, y esta disputa, más aún, este choque entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza también hoy nuevamente en España: por eso, para el futuro de la fe y del encuentro – no desencuentro, sino encuentro – entre fe y laicidad, tiene un punto central también la cultura española. En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente pero sobre todo también en España».
Un resumen de lo que allí se dijo acerca de la España de hoy, yo lo haría así: Hoy, en España, se da de nuevo una disputa, un choque, ambos muy vivaces, entre fe y modernidad. Por eso, para el futuro de la fe y del encuentro entre la fe y la laicidad, la cultura española tiene un papel central.
Este resumen me parece tan cercano a la letra de lo que dijo el papa, que no le haría injusticia si, además de ponerlo en cursiva para identificarlo como mío, lo pusiese entre comillas para identificarlo como suyo.
Nada que ver con aquel otro resumen, que tantas iras provoca: «hoy en España se da o un laicismo y un anticlericalismo agresivo similar al de los años treinta». Esto el papa no lo dijo.
Pero más allá de la discrepancia, siempre posible y aceptable en la interpretación de un texto, está el uso inaceptable que el Sr. Mendoza hace de la palabra «analfabeto», adjetivo que se dice de quien no sabe leer.
Yo no lo diría nunca del Sr. Mendoza. Eso sí, no le ofendo si me quedo con la sospecha de que, sabiendo leer, no ha leído lo que el papa dijo.
A esa sospecha, naturalmente refutable, añado una certeza irrefutable: La Iglesia que el papa dirige y anima con su palabra, está en muchos lugares del mundo entregada a la tarea de erradicar el analfabetismo, mostrando con ello amor entrañable a esos hombres y mujeres –sobre todo mujeres-, a quienes el Sr. Mendoza maltrata, disparando como insulto la palabra «analfabeto». Estar privados del alfabeto hace vulnerables a las personas, ¡no las hace despreciables! Sería una pena que lo olvidasen los letrados.