Bush ha perdido la guerra en Irak

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Las empresas estadounidenses que se reparten el botín de la ´reconstrucción´, por el momento 8.000 millones de dólares, pertenecen, según la periodista estadounidense Rosa Townsend, a una verdadera ´fraternidad´, una especie de logia oculta cuyas conexiones con el Gobierno de Bush son sumamente estrechas. La más importante es la Science Application Internacional Corporation (SAIC). También es la más misteriosa: todos sus contratos son secretos. Trabaja con el Pentágono, la CIA y otros organismos de seguridad. Esta compañía secreta ha obtenido de Donald Rumsfeld el contrato para proponer un ´Gobierno y una Administración´ en Irak, la creación de una red de medios de comunicación de masas, el entrenamiento del ejército y otros muchos proyectos mantenidos en secreto. Esta empresa, como muchas de aquellas que han obtenido contratos ´iraquíes´, contribuye a financiar, claro está, la campaña electoral de los republicanos y de Bush…

Sami Nair es eurodiputado y profesor invitado de la Universidad Carlos III. Su libro El imperio frente a la diversidad del mundo acaba de ser publicado por la editorial Areté. Traducción de News Clips

Fuente: EL PAÍS | 01-12-2003

Cada día, la lista de muertos se alarga en Irak. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Al principio hubo la mentira de Estado. Estados Unidos y sus aliados (principalmente los Gobiernos de Gran Bretaña y España) quisieron manipular al mundo al hacer creer que Irak disponía de «armas de destrucción masiva». Los inspectores de la ONU enviados a Irak no encontraron nada. En consecuencia, el Consejo de Seguridad se negó a avalar la guerra que Estados Unidos quería desencadenar. Éste no lo tuvo en cuenta. Con Gran Bretaña, ha violado la legalidad internacional, pisoteado a la ONU y despreciado a la opinión pública mundial que clamaba su rechazo a la guerra. Desde entonces, España ha pagado con muertos su participación en esta agresión, al igual que Italia, Gran Bretaña y todos los demás. Mientras tanto, Estados Unidos se ha apoderado de las riquezas de Irak, incluida una parte de aquellas que, situadas en las cuentas del embargo de la ONU en el marco del programa Petróleo por Alimentos, sirven para paliar las necesidades elementales de los iraquíes: en efecto, Estados Unidos solicitó el pago de dichos fondos, alegando la necesaria «reconstrucción de Irak», sin que su utilización pueda ser objeto de ningún control. Han «asegurado» los pozos petrolíferos; han ofrecido a las compañías privadas el «mercado» iraquí: carreteras, puentes, edificios, materiales de toda clase, licencia de telecomunicaciones, todo está entre sus manos.

Las empresas estadounidenses que se reparten el botín de la «reconstrucción», por el momento 8.000 millones de dólares, pertenecen, según la periodista estadounidense Rosa Townsend, a una verdadera «fraternidad», una especie de logia oculta cuyas conexiones con el Gobierno de Bush son sumamente estrechas. La más importante es la Science Application Internacional Corporation (SAIC). También es la más misteriosa: todos sus contratos son secretos. Trabaja con el Pentágono, la CIA y otros organismos de seguridad. Esta compañía secreta ha obtenido de Donald Rumsfeld el contrato para proponer un «Gobierno y una Administración» en Irak, la creación de una red de medios de comunicación de masas, el entrenamiento del ejército y otros muchos proyectos mantenidos en secreto. Esta empresa, como muchas de aquellas que han obtenido contratos «iraquíes», contribuye a financiar, claro está, la campaña electoral de los republicanos y de Bush. Este rapto de la ocupación por las empresas privadas estadounidenses ofusca hasta a los servidores más dóciles de EE UU: algunos medios empresariales británicos protestan ante tamaña voracidad. Pero Bush, Cheney y Rumsfeld son los amos. Y se sirven.

Se analice como se analice la cuestión, siempre se llega a la misma conclusión: se trata realmente de una invasión colonial enmascarada, como en el siglo XIX, con la retórica de la defensa de la civilización. A ello se añade hoy, para parecer moderno, los derechos humanos frente al malvado Sadam Husein. El método es el mismo: establecimiento de un poder iraquí fantoche, formado por hombres transportados en los furgones del ejército estadounidense. Y estos hombres, al ser ilegítimos, viven en el terror, a la sombra de una protección estadounidense cada vez más incierta. Incapaces de gobernar, recurren a la corrupción, tratan de dividir las confesiones, pero lo único que consiguen es oponerse unos a otros. El resultado es que el pueblo iraquí, que no lloró el final del régimen de Sadam Husein, no cree en EE UU. Esto es lo más importante: los iraquíes se han vuelto rápidamente, mucho más rápido de lo previsto, contra los estadounidenses. Y en un periodo de seis meses se ha formado la resistencia. Nadie sabe quién la compone, cómo funciona, cuándo va a golpear, pero todo el mundo comprende lo que quiere: la marcha de las tropas de ocupación. Irak no es Bosnia, ni Afganistán, ni Palestina. Irak es una nación que tiene una vida propia, más allá de las etnias y de las confesiones que la componen. Es el sentimiento nacional iraquí el que ha sido humillado. Es él quien se venga ahora. Entre «una democracia» bajo ocupación extranjera y su dignidad nacional, al parecer los iraquíes han elegido. Es la principal victoria de los adversarios de la invasión anglo-estadounidense. Es también una victoria para Sadam Husein, que, transformado en guerrillero invisible, se reconstruye un destino de liberador. Pero, ¿quién es el responsable, salvo el propio Estados Unidos?

Estados Unidos no conoce el mundo árabe-musulmán. Lo ve a través de la sumisión consentidora de los regímenes árabes, no comprende que en Bagdad, en Basora o en Nasiriya, todos los pueblos musulmanes aplauden los atentados, se alegran de las explosiones y aguardan con júbilo el recuento de las próximas víctimas. No se viola impunemente el derecho internacional. En EE UU ya se habla francamente del «atolladero» iraquí. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, habla de una guerra larga. La CIA, en un informe secreto, del que se publicaron algunos extractos el 12 de noviembre en el Philadelphia Inquirer, confirma que la situación es muy grave para las tropas de ocupación: decenas de miles de iraquíes se han unido a la resistencia, toda acción de envergadura del ejército de ocupación genera un rechazo por parte de la población, las fronteras son imposibles de controlar y los combatientes llegan de todas partes. Irak se ha convertido en un territorio de fusión entre nacionalistas laicos, baazistas e islamistas (integristas o no). Es la alianza entre la nación y la religión. Desde comienzos del siglo XX, nadie en el mundo árabe había conseguido unir estas dos corrientes; Estados Unidos lo logra. Ha conseguido unir contra sí mismo a unos adversarios a los que todo oponía desde hace décadas.

La guerra, que no tuvo lugar cuando los estadounidenses bombardeaban desde sus aviones, ha comenzado ahora en tierra. Los iraquíes se pegan a las tropas de ocupación, les «cogen por la cintura». Los aviones son impotentes. Ya han muerto muchos jóvenes soldados inocentes, y otros correrán la misma suerte. La moral de los ocupantes está en el punto más bajo. Se producen deserciones. Pero los Gobiernos de ocupación prosiguen, como de costumbre, haciendo creer que ganarán, olvidando la muerte, cada día, de sus ciudadanos. Pero la trampa ya se ha cerrado sobre el Gobierno de Bush. Las próximas elecciones presidenciales no parecen muy prometedoras. Bush creía presentarse como «libertador» de Irak, como héroe de la seguridad y la paz internacionales, pero en realidad interpretará el papel de perro apaleado. La salida que ha encontrado, que consiste en preparar la devolución del poder a los iraquíes, es decir, a ´sus´ iraquíes, antes de junio de 2004 es una cortina de humo. No tendrá más éxito que sus otros intentos. Es demasiado tarde: los estadounidenses no pueden transmitir ninguna fuerza política creíble ya que todo lo que procede de ellos adolece de ilegitimidad congénita en opinión de una parte cada vez mayor de la población. La prueba está allí: los estadounidenses han perdido la guerra que provocaron al violar la legalidad internacional. Nadie en Irak aceptará una solución que proceda de EE UU o de sus aliados. Y si algunos la aceptasen, siempre habrá suficientes grupos para oponerse a ella. Pero lo más difícil de afrontar es lo que vendrá después de la derrota estadounidense: la victoria ineludible de una coalición islámico-nacionalista en Irak, cuyo ejemplo será temible para toda la región, en especial para Oriente Próximo y el Asia musulmana. Arabia Saudí, Jordania, Palestina, Siria y Egipto se verán afectadas. Será una onda de choque devastadora que estructurará la oposición a EE UU durante al menos una generación. Y esta coalición islámico-nacionalista se convertirá en una solución ineludible para los propios iraquíes: será la única forma de evitar una guerra civil generalizada. Los estadounidenses recurren hoy, fuera de la ONU, a la comunidad internacional. Pero sólo la ONU, dotada de un mandato claro, puede actuar. Deben respetarse tres condiciones. En primer lugar, EE UU y sus aliados deben retirarse militarmente. Mientras permanezcan allí no habrá paz. Deben ante todo someter sus tropas a un mando de la ONU. En segundo lugar, deben aceptar, ya mismo, el establecimiento de un gobierno provisional que represente todas las sensibilidades iraquíes. Este gobierno debe ser representativo, lo que implica que los baazistas deben formar parte de él. En tercer lugar, las principales potencias mundiales representadas en el Consejo de Seguridad deben hacerse cargo de la cuestión iraquí y obligar
a Bush, antes de las elecciones presidenciales, a someterse a la legalidad internacional. Harán por fin lo que no pudieron hacer en abril de 2002. Harán triunfar la ley internacional. Y esto implica que los países ocupantes asuman sus responsabilidades: han invadido Irak y deben pagar económicamente la reconstrucción. Los estadounidenses pueden también, a costa de grandes pérdidas, permanecer en Irak como en Vietnam, donde se quedaron hasta 1975, aunque la guerra estuviera perdida desde 1965. En Irak también han perdido ya. El papel de la ONU es ayudarles a marcharse rápidamente: los civiles iraquíes son los que pagan; lo que está en juego es la estabilidad regional. Lo mejor sería que el pueblo estadounidense librase al mundo del equipo de Bush en las próximas elecciones. Pero lo mejor no siempre es posible. Sólo una actitud firme por parte de los que se opusieron a la guerra puede obligar a Bush a revisar sus planes. Irak ya no es una cuestión del todo estadounidense. Hay que ayudar al pueblo iraquí a encontrar una solución iraquí a la tormenta en la que lo han sumido Bush y sus secuaces.

Sami Nair