Primeros pasos en la lucha por la vivienda

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Las huelgas de inquilinos se sucedieron a principios del siglo XX en Bilbao, Barcelona, Sevilla y Tenerife. Las movilizaciones por el derecho a una vivienda digna se convirtieron en una reivindicación vinculada a la lucha obrera. El derecho a techo movió el siglo pasado a miles de personas en Europa y Latinoamérica.

Fuente: Diagonal 20/03/2010

El problema de la vivienda ha sido un punto débil del capitalismo desde su expansión a finales del siglo XIX. Las ciudades eran incapaces de absorber la mano de obra que necesitaba su industria. Mientras el Estado se mantenía al margen de esta creciente problemática, las clases acomodadas supieron buscar rentabilidad a las necesidades de techo. La carencia de viviendas, por un lado, y una gran necesidad de las mismas por otro, se traducía en unos alquileres casi imposibles de asumir por las familias trabajadoras. Así se veían obligadas al hacinamiento y abocadas a una vida miserable.

No obstante, la vivienda no era una reivindicación tan presente como las condiciones laborales. No fue hasta principios del siglo XX cuando tuvieron lugar las primeras huelgas de inquilinos, experiencias que, además de visibilizar la problemática, la situaron en la esfera política y judicial.

A lo largo de esos años, se reprodujeron experiencias huelguistas en muchos puntos del Estado. Es el caso de Barakaldo y Sestao en 1905, donde unas 2.000 familias paralizaron casi por completo la actividad económica del Gran Bilbao durante casi un mes. Les siguió Sevilla en 1919, Barcelona en 1930 y Tenerife en 1933, entre otras. Lo mismo ocurrió en Budapest en 1907, Viena en 1911 y en muchas ciudades inglesas, entre 1911 y 1913. En 1915, en Glasgow, se llevó a cabo una de las más importantes huelgas con un seguimiento de hasta 20.000 personas. Esta negativa a pagar el alquiler tuvo como consecuencia que, por primera vez, la vivienda fuera tratada jurídicamente como un derecho social. Es el principio de la vivienda pública.

También se produjeron movilizaciones al otro lado del Atlántico. En 1907, en las principales ciudades argentinas, se extendió una huelga de inquilinos durante tres meses, que tuvo más de 140.000 participantes. Todas ellas son experiencias que, basadas en la organización de los trabajadores en fábricas y barrios, beben de ideas en época de expansión: las anarquistas y las socialistas.

Sin pagar el alquiler

Estas huelgas consistieron en dejar de pagar los alquileres colectivamente como forma de presión para una mejora de las condiciones de vida, reivindicando una rebaja de los precios de los alquileres y/o la construcción y el acceso a viviendas públicas. En todas ellas, además, se llevaron a cabo diferentes formas de acción directa para evitar los desalojos forzosos, mientras se generaban procesos de movilización de importantes magnitudes, que, por supuesto, eran respondidos con altos niveles represivos: centenares de desalojados y de detenidos –sobre todo líderes comunitarios sindicales– . En las movilizaciones destacó el papel de las mujeres, elemento clave en la lucha. Como actrices principales transformaron la percepción sobre sí mismas, así como su papel en la comunidad, organizándose y movilizándose políticamente a lo largo del proceso. De forma contraria a Glasgow, con mayor protagonismo socialista, en Sevilla y Tenerife los colectivos anarquistas, en concreto la CNT, tuvieron un gran peso. En Barakaldo y Sestao la huelga no sólo se desarrolló desde una posición autónoma al Partido Socialista, sino enfrentada. Finalmente, las peticiones de las ligas de inquilinos de rebaja del 50% de los precios de los alquileres, saneamientos anuales de las viviendas y reconocimiento de las asociaciones como interlocutores con las autoridades, no tuvieron ningún resultado positivo. Esto tuvo como efecto el boicot de los afectados a la huelga general que después convocó el Partido Socialista. Algo que dejó en evidencia la necesidad de este partido de tomar contacto con sus bases.

Más allá de los resultados inmediatos, se creó un movimiento de la clase obrera industrial que defendió sus condiciones de vida en la esfera del consumo. Sin duda, fueron luchas decisivas para vincular la fábrica con la comunidad y el Estado, superando los límites propios de las reivindicaciones salariales en el puesto de trabajo.

*Mercè Cortina es profesora de Economía Aplicada de la Universidad del País Vasco y doctoranda en Ciencias Políticas.