No vuelvo a ir…

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De Guayaquil a Madrid hay 9.013 kilómetros. Aquí, en ese lugar que no es Guayaquil, pero que es mi hogar, he encontrado (perpleja, indignada, conmovida, alucinada) las historias de otros que, como yo, emprendieron ese viaje definitivo de la emigración. A veces muda de tristeza y otras reventando de alegría contaré (porque eso es lo que vine a hacer) las historias pequeñitas que, una tras otra, están transformando este país y han transformado para siempre esta vida mía..

No vuelvo a ir…


De cañas, a almorzar en una terraza si el tiempo acompaña, a la casita con la calefacción si no acompaña.


A preparar algo bien rico de comer, a un restaurante.


A ver tele, a actualizar nuestro perfil de Facebook, a leer el periódico, a celebrar el cumpleaños de algún amigo, a preparar un viaje, a comprar billetes para el teatro.


A hablar por teléfono, a comprar regalos o darnos un capricho.


A la piscina, el gimnasio, el bar, el cine.


A disfrutar de algún plan de fin de semana nos vamos después de las marchas todos los que nos manifestamos por el cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros.


Y sí, es importante decir que no nos gusta que en nuestras ciudades, casi al lado de nuestras casas, existan esos guantánamos vergonzosos en un país en el que supuestamente se defienden los derechos por los que pelea (¿peleaba?) el socialismo.


Y sí, es indignante que se alimente la maquinaria infame de los CIE con nuevos inmigrantes (que el «delito» que han cometido es tratar de buscar un futuro mejor) a los que la policía da caza en parques, calles, guarderías, locutorios y restaurantes típicos.


Y quien me conoce sabe que soy la primera en criticar la hipocresía socialista vestida de amarillo y azul que es el CIE de Aluche, el de mi querida ciudad adoptiva.


A nosotros, los inmigrantes, vendrán a pedirnos el voto después de haber metido a nuestros amigos y familiares en esa cárcel que se llama «centro» en un eufemismo intolerable.


Pero aún así no volveré a una manifestación contra los CIE que se lleve a cabo fuera de uno de ellos.


Ellos, los internos, nuestros hermanos, amigos, vecinos, conocidos, compañeros de trabajo que están allí adentro sin haber cometido ningún crimen, se enardecen.


Yo lo comprendo.


Yo también me volvería loca y gritaría y quemaría cosas y trataría de llamar la atención de los que, desde su libertad, proclaman «CIE no».


Lo haría porque todos mis días son iguales, porque siento que se está cometiendo una injusticia, porque cada día contengo la respiración: «hoy me sacan de España».


Entiendo que se enciendan y se enloquezcan.


Pero no quiero fomentarlo. No voy a fomentarlo nunca más.


¿Cómo reaccionarán sus carceleros ante su excitación?


¿Los golpearán para calmarlos «de una puta vez»?


¿Los castigarán privándolos de su -ya de por sí reducida- ración de comida?


¿Les quitarán la calefacción, la manta, la ropa limpia, el derecho a la ducha, el agua de beber?


Ellos salen castigados de nuestra protesta.


Ellos pagan por nuestro «buen actuar».


Ellos son los perjudicados de nuestro «noble» intento de «salvarlos» como si fuéramos súper antiracista, el superhéroe de la inmigración.


No somos nada de eso.


Los enviamos directamente a un suplicio peor que estar encerrados: el que los guardias los castiguen por sublevarse, por gritar, por quemar camisetas, por romper tuberías: esas cosas que ellos hacen por llamar nuestra atención.


Por decir «aquí estoy», «soy alguien», «sáquenme de aquí».


Ellos pagan por nuestro capricho, por nuestro vano orgullo de decir «qué solidario que soy, no quiero que existan los CIE».


¿Por qué no lo hacemos fuera del Ministerio del Interior, el órgano que mueve todos los hilos de esta infamia?


¿Por qué no sacrificamos esas mismas horas dando clases de español a inmigrantes africanos o árabes o asiáticos, el eslabón más débil de toda la cadena de persecución policial?


¿Por qué no vamos a cada evento público al que asista el ministro Pérez Rubalcaba y le decimos esas mismas cosas y le mostramos esos mismos carteles?


No.


Porque queremos que los inmigrantes nos escuchen, pero no arriesgarnos a nada más.


Y luego irnos de cañas, al cine, a tomar chocolate con churros a San Ginés.


Con la conciencia bien limpiecita porque ya hicimos nuestra buena labor: gritar durante media hora «CIE no».


Y a ellos, los que «defendemos»: que les den.