Eleuterio Quintanilla militante pobre

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En el barco, camino del exilio, la Virgen de Covadonga iba en una caja a mi lado.

Del Ateneo Obrero, donde Eleuterio Quintanilla también impartía clases, se acuerda su hija Azucena de las de corte y confección, de política «nunca se hablaba en casa», hasta el punto de que «debajo de una mesa que teníamos en la salita era donde mi padre tenía muchos libros sobre anarquismo, pero nunca nos dejaba verlos, aunque yo, me arreglaba para echarles un vistazo».

Antonio López-Oliveros escribió de Eleuterio Quintanilla que los unía «Quintanilla, de conducta social intachable, gozaba en Gijón de prestigio bien merecido (…) Las masas sentían por él admiración. Dirigía la Escuela Neutra con mucha vocación por la enseñanza, lo que, asociado a su dialéctica cautivante, a su bondad y a su inteligencia clara, le granjeaba el respeto de amigos y no amigos».

Recuerda Azucena Quintanilla: «Cuando, durante la guerra, un día se presentaron en casa con un cesto lleno de sardinas. Llegó luego mi padre y le dijo mi madre: «Mira, Lute», lo llamaba siempre Lute, «salvamos, que no teníamos nada que comer». Pero contestó mi padre: «Llevad inmediatamente esa cesta a su sitio, que habrá gente que no tenga que comer y lo necesite más que nosotros«. Mi pobre madre lo hizo y eso que en casa, era verdad, no había nada para comer; pero mi padre era tremendo con esas cosas…».

A finales del verano de 1937, próximas a ser rebasadas las últimas líneas de defensa republicanas en el oriente asturiano, el Consejo Soberano de Asturias y León encomendó a Eleuterio Quintanilla, quien no había desempeñado cargos de relevancia en la Asturias republicana, que se responsabilizara de sacar de la provincia sus tesoros, entre ellos la imagen de la Virgen de Covadonga.

De esa forma, en septiembre, «llegó un día a casa mi padre y nos dijo que teníamos que marcharnos, que cogiéramos lo imprescindible. Y así subimos a un barco que estaba esperando en El Musel, un mercante. Nos metieron donde estaban todas las maletas y también la Virgen de Covadonga, que iba a mi lado en una caja. Y la gente cantaba aquello de «la Virgen de Covadonga ye piquiñina y galana y llevóla Quintanilla porque era republicana«. Y allí fui con ella al lado en el barco. Yo embarazada de mi hijo Manolín…».

El buque atracó en un puerto francés y «mi padre nos dejó allí; él siguió con la Virgen de Covadonga hasta París, para entregarla en la Embajada. A nosotros nos metieron en un asilo para comer y estuvimos en otros sitios de Francia antes de que nos llevasen a Barcelona».

En la Barcelona republicana nombraron a Eleuterio Quintanilla «presidente de la infancia evacuada -subraya su hija Azucena-. Mi padre nos llevó a la Pobla del Illet.

Nada más llegar, mientras la familia se quedaba esperando en una plaza, «mi padre fue a buscar una vivienda para albergarnos. Entonces salió de un piso un señor y nos preguntó si estábamos buscando algo. Le contestó mi padre que éramos evacuados y estábamos buscando un piso donde vivir. «Mi casa es de ustedes«, le contestó; era el médico del pueblo. Allí pasamos un invierno terrible, con mucha nieve, pero de los catalanes sólo tengo que decir que se portaron con nosotros magníficamente».

La guerra, entonces, ya estaba perdida para la República, así que Eleuterio Quintanilla dispuso la salida de toda su familia por la frontera francesa.

Cuenta Azucena Quintanilla, «pasaron la frontera andando y tirando las maletas. Cuando llegaron a Burdeos, no tenían nada. Pasaron una odisea, pero al final tuvieron suerte, no los mandaron a esos campos donde gaseaban a la gente» durante la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial.

«Se fueron a vivir a una casina en un bajo lleno de ratones de la Rue Lafontaine y los que se habían marchado a México (el exilio republicano) llamaron a mi padre: Quinta, ven para aquí, le decían, pero mi padre no quiso irse, que estaría muy lejos de su querida España. E insistían desde México en que ya tenía una cátedra para él y trabajo para sus hijos. No aceptó y acabaron viviendo del Socorro Rojo con cuatro perras en una casina probina».

De los últimos recuerdos de su padre, Azucena  era una persona «En el portal de su casa había un escalón y se sentaba allí como un probín a pensar en sus cosas, en los hijos, en todo. Un día tropezó con el peldaño y se hizo una herida tremenda en la cabeza, y de eso murió».

* Extracto