Explotación en el sector del zapato

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Recientemente se ha publicado como el trabajo negro ha aumentado un 7% en la comarca de Vinapoló-Vega Baja (Alicante). El sector del zapato en España destapa una tendencia a la explotación en localidades tradicionalmente productivas en este sector.

Una redada que forma parte de la Operación Ecosub, que han lanzado la Generalitat de Valencia e Inspección de Trabajo contra la economía sumergida en una región se significa por dos razones: concentra el 70% de la producción de calzado español y es inmune a la lucha contra el trabajo clandestino, algo que no es mérito escaso en un país en el que 253.000 millones de euros circulan por debajo del radar, según la asociación de técnicos del Ministerio de Hacienda Gestha.

En el año que lleva en marcha Ecosub se han destapado 44 empresas ilegales. El 60% se dedicaban al calzado, pero también se localizaron talleres de cortado y tintado de pieles en sótanos de chalés, fábricas de escobas en garajes, lavaderos de vehículos en mitad del campo, textiles, muebles…

El dinero negro engendra más dinero negro, y precariedad. De los 369 trabajadores fichados en esos talleres clandestinos, 253 estaban sin contrato ni alta en la Seguridad Social. En una nave de calzado los hombres de F. G. identificaron a 21 mujeres sin contrato; en Elche, un taller-patera chino con un empleado que dormía allí. La operación ha revelado desde negocios diminutos a las poco honrosas actividades de empresarios con afición a pasar los fines de semana bebiendo champán en París y que se plantaban a mitad de los registros policiales con sus equipos de abogados.

“Desde 2008 el trabajo en negro ha remontado un 7%. Está claro que esto le interesa a algunos. Quien no cumple con la legislación no necesita irse a China porque ya se ahorra un 30% de gastos malpagando a sus trabajadores y engañando a la Seguridad Social”.

Las condiciones de trabajo para los trabajadores no son sencillas. Sus ganancias quedan sujetas a las temporadas de la pasarela internacional. Al principio del invierno se confeccionan zapatos para verano; en verano, para el invierno.

El resto del año es un páramo. Un trabajador que no quiere dar su nombre ni revelar el pueblo en el que vive, explica que durante el medio año bueno gana 2.500 euros mensuales, produciendo unos mil pares a la semana. A estos ingresos hay que restarles las colas y la gasolina que gasta yendo a recoger los zapatos y a entregarlos. Tiene 50 años y lleva 15 pegando tacones en un taller en una pequeña nave anexa a su casa. “Cuando terminé el instituto no había más trabajo, así que me metí”. Hasta hace dos años no estaba dado de alta en la Seguridad Social, pero le obligó la presión de las empresas que querían tener todos los papeles en orden para exportar sus productos. ¿Un éxito del sistema? Solo a medias. “Me di de alta de autónomo en la categoría más baja, como limpiador. Pago 70 euros y no me da derecho a nada, pero estoy en regla y le facturo a la empresa una mínima parte de lo que cobro como si le hiciese trabajos de limpieza”. No presenta declaración de la renta y su hijo es quien ingresa el dinero en su cuenta para no atraer la atención de Hacienda.

El taller de este hombre nunca ha pasado una inspección, “ni la pasaría”, explica con una carcajada triste. Utiliza colas que asegura que no son tóxicas, pero solo ventila abriendo la puerta. Su jornada se extiende siete días a la semana de siete de la mañana a once de la noche. “Es muy duro, pero si no lo hago yo lo cogerá otro, y tengo una hipoteca que pagar”.

… El relato de otra aparadora anónima recuerda lo difícil que resulta alcanzarlo. Tiene 55 años y trabaja en el comedor de su casa unas 10 horas al día dándole a la máquina de coser mientras vigila con un ojo el puchero. Sale a la puerta a hacer el pegado porque le tiene respeto a las colas, más incluso que a las vecinas que le puedan denunciar a la Fiscalía. No gana mucho porque no se centra en un solo proceso. “Empiezo el zapato y lo acabo”, cuenta. A la semana termina 150 botines, por 2,60 euros cada uno. “Se paga la faena al mismo precio que hace 15 años. Ahora ya no hay trabajo, y los empresarios solo se lo dan a su fábrica. Lo mío es un favor porque necesito comer”, explica.

Lleva años intentando escapar del sector. Comenzó a los 15. Llegó a cotizar siete años mientras era dependienta y se empleaba en fábricas. Tiene problemas personales y por eso tuvo que volver “obligada” a los zapatos. Tampoco podría hacer otra cosa. “Tengo las cervicales destrozadas de la máquina de coser. Preferiría ser limpiadora”. Las curvas de la vida la han llevado a aceptar con cierto estoicismo la posición que le ha reservado la economía mundial. “Yo misma probé un año a repartir faena.

Es más fácil: solo tienes que pasearte, pero no me gustaba porque he sido aparadora y no quiero explotar a otros”. Eso no quiere decir que prefiera quejarse de sus condiciones laborales. Recuerda que es un favor. “Yo lo entiendo. Las empresas no pueden pagar más porque con la competencia global es imposible. Ahí están los chinos, que también andan muertos de hambre. No es culpa de ellos. Ni de nosotros”.

Autor: Jerónimo Andreu ( * Extracto)