Envejecimiento de la población y la amenaza del sistema público de pensiones

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Las fuertes caídas de las tasas de fecundidad de las últimas décadas son las máximas responsables del agudo proceso de envejecimiento demográfico que está sufriendo la población mundial. En la actualidad, más de la mitad de la población del mundo tiene unos índices de fecundidad tan bajos que ni siquiera llegan al nivel de reemplazo generacional.

El alargamiento de la esperanza de vida también ha contribuido, aunque mucho menos, a la actual fase de envejecimiento de las estructuras poblacionales.

El envejecimiento de la población mundial es un proceso que no tiene precedentes en la historia de la humanidad y ha sido calificado por los expertos de Naciones Unidas como «profundo» y «permanente». Consideran muy improbable que la fecundidad vaya a alcanzar los niveles de épocas pasadas, por lo que el envejecimiento es irreversible.

Los países desarrollados, que iniciaron primero el proceso de descenso de la fecundidad, tienen una estructura de la población mucho más envejecida que los países en vías de desarrollo. En el año 2009, en las regiones más desarrolladas, por cada 100 personas en edad de trabajar, había aproximadamente 24 personas que tenían sesenta y cinco años o más. En los países en vías de desarrollo, sin embargo, apenas llegaban a nueve.

Europa es la región del mundo más envejecida. El listado de los 20 países más envejecidos del mundo está formado por 19 países europeos y Japón. Italia, Grecia, Alemania y España están en los primeros puestos de este listado. Por el contrario, África es el continente más joven. En el año 2009, la edad mediana de Europa era de cuarenta años. En África, ni siquiera llegaba a los veinte años.

En las perspectivas de Naciones Unidas, el envejecimiento se va a acelerar en los países desarrollados, se espera que el índice de dependencia de la población anciana se aproxime al 50%. Las proyecciones para España son realmente preocupantes, por cada 100 potenciales trabajadores, habrá casi 60 que tendrán sesenta y cinco años o más.

La edad mínima para cobrar una pensión varía según los países y el número de trabajadores es mucho menor que el número de personas de quince a sesenta y cuatro años. En el año 2000, el porcentaje de personas de quince a sesenta y cuatro años que trabajaban variaba: 55% en Italia, 61% en Francia, 74% en Japón y 76% en Estados Unidos.

El proceso de envejecimiento está teniendo importantes consecuencias en el ámbito económico, social y político. Va a requerir, unos ajustes económicos y sociales de gran envergadura para poder atender las necesidades asistenciales, sanitarias y de pensiones.

En el pasado, la atención a las personas de la tercera edad la realizaban fundamentalmente los familiares. En las sociedades contemporáneas, las ayudas a la población de más edad se canalizan a través de las pensiones y de la atención sanitaria que proveen los Gobiernos.

Estos programas públicos han servido, para reducir los índices de pobreza entre los ancianos. Sin embargo, los gastos que generan los sistemas de pensiones de reparto están alcanzando un nivel insostenible, dadas las altas tasas de dependencia. La necesidad de poner en marcha una serie de reformas de los sistemas de pensiones representa un desafío urgente de la política pública.

En el sistema público de pensiones actual, las personas que están trabajando ahora financian las pensiones de los jubilados actuales con la esperanza de que los trabajadores futuros vayan a sufragar las suyas. Puesto que este sistema no tiene mecanismos autocorrectores, pueden surgir problemas muy graves. El sistema de pensiones de reparto no funciona bien, ya que las cohortes pequeñas de jubilados que son seguidas por grandes cohortes de trabajadores se benefician de la generosidad del sistema, mientras que las grandes cohortes de jubilados que tienen que ser sostenidas por un número reducido de trabajadores apenas pueden ser atendidas en sus necesidades.

Las repercusiones del envejecimiento demográfico sobre los sistemas de financiación de la seguridad social y las pensiones públicas han suscitado un notable grado de inquietud. Se teme que puedan presentar problemas a mediados de este siglo XXI, momento en el que, las generaciones más numerosas del baby boom accederán a la percepción de las pensiones públicas de jubilación.

Preocupa, en especial, el aumento en la demanda de servicios sanitarios y asistenciales. Los ancianos de setenta y cinco años o más utilizan los servicios médicos cuatro veces más, por término medio, que una persona de edades entre quince y cuarenta y cuatro años. Según las previsiones de ONU y de la OMS en 2002, se espera que el coste global de la asistencia médica relacionada con el envejecimiento demográfico aumente un 41% antes del año 2050.

En el pasado, el aumento en el coste de los beneficios de las pensiones públicas ha sido cubierto con el incremento de los impuestos. En la actualidad, el gravamen es muy elevado y no sería posible un aumento de tasas e impuestos.

Para reducir o frenar la carga que suponen las pensiones públicas, se podrían tomar medidas como incrementar la participación laboral de las personas en edad de trabajar, retrasar la edad de jubilación y reducir las cuantías de las pensiones. Estas medidas no serían muy populares y chocarían con la presión de los sindicatos y otros grupos sociales.

Se pueden considerar dos diferentes formas de rejuvenecer una población. La primera consiste en aumentar los niveles de fecundidad. Esto es algo muy poco factible, ya que incluso los países que disponen de programas generosos de ayudas a la natalidad no han conseguido subir el índice de fecundidad por encima del nivel de reemplazo generacional.

La segunda opción consiste en permitir la entrada de más inmigrantes. Los países que reciben inmigrantes ven rejuvenecer su población no solo porque los que llegan suelen ser personas mucho más jóvenes (normalmente entre los veinte y los cuarenta años) que la población que los acoge, sino porque, al estar en plena edad reproductiva, tienen hijos que también ayudan al proceso de rejuvenecimiento de la sociedad receptora.

Según el padrón del 2008, el índice de dependencia de la población anciana (que pone en relación la población de sesenta y cinco años o más con la de quince a sesenta y cuatro años) era de 27,2% entre los nacidos en España y de tan solo el 6,8% entre los nacidos en el extranjero, lo que nos indica el importante efecto rejuvenecedor que los inmigrantes están teniendo en este país.

Según un estudio del año 2009, los fuertes flujos migratorios recibidos por España en los últimos veinte años han permitido retrasar en cinco años la entrada en déficit del sistema español de pensiones.

La pronunciada y prolongada caída de la fecundidad de los países occidentales no solo está consiguiendo envejecer mucho sus estructuras demográficas, sino que va a provocar que en los próximos años se reduzca el tamaño de su población. Las proyecciones de Naciones Unidas señalan que países desarrollados como Japón y el continente europeo, perderán población en las próximas décadas a menos que reciban grandes flujos de inmigrantes. Este problema es todavía más grave en los países del este de Europa, ya que, además de tener unos índices de fecundidad muy bajos, tienen el problema añadido de que muchos de ellos tienen saldos migratorios negativos.

Si se cumplen las estimaciones de Naciones Unidas para las próximas décadas, las reducciones de población en el año 2050 con respecto al año con el mayor número de habitantes alcanzarían los siguientes porcentajes: Europa (-6%), Japón (-20%), Italia (-6%), Alemania (-15%), Bulgaria (-40%), la Federación Rusa (-22%), Rumania (-26%), Polonia (-17%), Croacia (-18%) y Estonia (-21%).

Naciones Unidas hizo público un informe en el año 2000 que tituló Migraciones de reemplazo: ¿Una solución ante la disminución y el envejecimiento de las poblaciones? En él se presenta la inmigración como el remedio a la decadencia demográfica de los países desarrollados. El término migraciones de reemplazo se utiliza para definir el nivel de migraciones internacionales necesario en cada país para evitar la disminución y el envejecimiento de la población que resultan de haber tenido unas tasas de fecundidad y de mortalidad bajas.

Para mantener su población en el mismo nivel de principios del siglo XXI, Europa tendría que acoger a cerca de 50 millones de inmigrantes antes del año 2050. Si lo que se pretende es mantener el volumen de población potencialmente activa (población de quince a sesenta y cuatro años), entonces serían necesarios 80 millones netos de inmigrantes. En definitiva, si los países occidentales persisten en mantener sus bajísimos niveles de fecundidad, han de prepararse para acoger flujos de inmigrantes jóvenes de los países en vías de desarrollo si no quieren ver reducir drásticamente sus poblaciones.

Autor: Jesús J. Sánchez Barricarte ( * Extracto)