Daesh (también conocido como Estado Islámico) tiene aterrorizada a Europa. Los atentados de París en noviembre de 2015 o los recientes de Bruselas han hecho que nos sintamos vulnerables ante un problema que hasta hace poco en Europa creíamos que pertenecía a otros
Cada vez que se produce un atentado en suelo europeo con cientos o decenas de muertos las reacciones son similares: “No derrotarán a los demócratas”; “aplastaremos a los que quieren acabar con nuestra libertad”; “la justicia caerá con toda su fuerza sobre los responsables”…, y muchas, muchas frases de condena y solidaridad. A nadie se le escapa que las reacciones ante el atentado en la ciudad paquistaní de Lahore, en el que murieron más de setenta cristianos (en su mayoría niños y sus madres) que celebraban la Pascua, no fueron las mismas que ante los atentados en París o Bruselas. Lo mismo puede decirse de las víctimas de la guerra civil en Siria, que dura ya cinco años.
¿Por qué nos duelen más los muertos de Europa que los de Pakistán o Siria? La cercanía geográfica tiene gran parte de culpa, no hay duda. También la tienen nuestras adormiladas conciencias. ¿Alguien había oído hablar del Estado Islámico antes del verano de 2014? Probablemente no. En junio de ese año este grupo terrorista lanzó desde su base siria de Al Raqqa una espectacular ofensiva en Irak que le llevó a conquistar Mosul, el valle de Nínive y a situarse a las puertas mismas de Bagdad. Poco después su líder, Abu Bakr al Bagdadi, proclamó el califato en los territorios bajo su dominio, y anunció su intención de extenderlo por todo el mundo islámico.
Hasta ese momento la guerra civil en Siria, que había estallado en el contexto de la mal llamada “primavera árabe” de 2011, no era más que una de las muchas guerras que afectaban a Oriente Medio y que finalizaría como finalizaron la de Irak, la de Libia y tantas otras: con el régimen derrocado, el dictador ejecutado y el país sumido en el caos durante décadas. Pero no fue así. Para sorpresa de todos Bacher al Asad consiguió resistir y un problema mayor que él surgió del marasmo de grupos opositores y yihadistas: Estado Islámico.
El auge de Daesh.
Estado Islámico nació en Irak tras la invasión de Estados Unidos en 2003. Su líder, Abu Musab al Zarqawi, supo ver en el caos post Sadam Hussein la oportunidad de azuzar la violencia sectaria entre las dos grandes ramas del islam (sunismo y chiísmo) y empezó a efectuar atentados tanto contra las tropas estadounidenses como contra la comunidad chií de Irak. Su éxito en esa estrategia hizo que Al Qaeda nombrara a Al Zarqawi su lugarteniente en Irak. El aumento de tropas estadounidenses y la muerte de Al Zarqawi en un ataque en 2006 permitió atajar la violencia sectaria y situar a Estado Islámico (en aquel momento bajo la marca de Al Qaeda en Irak) al borde de la desaparición.
Abu Bakr al Bagdadi se hizo con el control de la organización en el año 2010.Recuperó la marca original de Estado Islámico en Irak, rompió el vínculo con Al Qaeda y dio el salto a Siria. En un primer momento, Daesh aumentó su territorio a costa de conquistar terreno bajo dominio del Ejército Libre Sirio, del Frente Al Nusra (marca de Al Qaeda en Irak) y de otros grupos contrarios a Al Asad. Consigue hacerse así con un gran territorio que incluía numerosas localidades fronterizas con Turquía e Iraq.La ciudad siria de Al Raqqa (conquistada por el Frente Al Nusra en marzo de 2013) se convirtió en el centro de operaciones de Daesh. De forma paralela aumentó su presencia en Irak, sobre todo a partir de enero de 2014 en que conquistó la emblemática ciudad de Faluya.
Todos estos movimientos habían pasado desapercibidos para la opinión pública occidental, incapaz de comprender un conflicto extremadamente complejo que enfrentaba a musulmanes chiíes contra musulmanes suníes, y a dictaduras con grupos opositores, y a yihadistas contra ejércitos regulares. Por eso a muchos sorprendió que un grupo “desconocido” consiguiera convertirse, de la noche a la mañana, en el grupo terrorista más poderosos del planeta. El problema es que Daesh no era un grupo desconocido y no había conseguido tanto poder de la noche a la mañana. Fue la incompetencia, la irresponsabilidad, la desidia y la inconsciencia de las democracias occidentales y de sus aliados en Oriente Medio lo que llevó a esa situación.
A partir de verano de 2014 la situación cambia. Los telediarios de Europa y Estados Unidos se llenaron con las barbaridades cometidas por Estado Islámico: decapitaciones, mutilaciones, lapidaciones y múltiples formas de ejecuciones públicas a cada cual más inhumana. Las zonas de Siria e Iraq controladas por Daesh sufrieron una limpieza étnica, un genocidio cuyas víctimas fueron las minorías religiosas (yazidíes, cristianos y musulmanes chiíes), y los disidentes ideológicos. Daesh impuso la sharía en su territorio a golpe de cuchillo y kalashnikov.
El control de los pozos petrolíferos, el tráfico de antigüedades y el saqueo convirtieron a Daesh en el grupo terrorista mejor financiado del mundo.Su inesperado éxito produjo un efecto llamada. Voluntarios yihadistas procedentes de países musulmanes (y no musulmanes) acudieron a luchar en sus filas contra “infieles”, “idólatras”, “cruzados” y “apóstatas”. Especialmente traumático para los europeos fue el enfrentarse a la realidad de que cientos (incluso miles) de compatriotas fanatizados por medio de diferentes vías (pero especialmente en internet) habían emigrado a Siria para unirse a Daesh. El miedo empezó a extenderse en la sociedad europea gracias, en parte, a los medios de comunicación. Los atentados terroristas en París y Bruselas extendieron el pánico.
En cualquier caso, la posibilidad de que un grupo yihadista como Daesh se hiciera con el control de Siria y de Irak al mismo tiempo preocupó enormemente a Estados Unidos y a sus aliados europeos de la OTAN. El monstruo se les había ido de las manos. Y digo que se les había ido de las manos porque, sin ánimo de justificar a los asesinos terroristas, la barbarie genocida de Daesh no habría sido posible sin la complicidad de Occidente. Antes de que se me lancen las fieras de lo políticamente correcto al cuello voy a intentar explicarlo de forma concisa.
La división en el mundo musulmán.
Desde los mismos orígenes del islam la comunidad musulmana se encuentra divida en dos grandes grupos (que no los únicos): suníes y chiíes. Este cisma se produjo en el siglo VII como consecuencia de la disputa en torno a la sucesión del califa Utman. El primo del profeta Mahoma, Ali, disputaba la legitimidad a Utman y le acusó de apostasía. Los partidarios de Ali (la “shia de Ali”) asesinaron a Utman y proclamaron califa a Ali. Pero Ali sufrió similar fortuna y fue asesinado por los partidarios de los sucesores de Utman, quienes eligieron a un nuevo califa. Los chiíes son los sucesores religiosos de la “shia de Ali”, mientras que los suníes son los partidarios de los sucesores de Utman.
Ambas corrientes han estado enfrentadas a lo largo de la Edad Media hasta que la dominación del Imperio Otomano sobre el mundo árabe-islámico permitió la convivencia durante siglos. Esa convivencia empezó a romperse tras la caída del Imperio Otomano como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y se hizo añicos con la disputa de Irán y Arabia Saudí por el control de Oriente Medio a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de XXI. El desmoronamiento del régimen de Sadam Hussein en Irak y la conocida como “primavera árabe” terminaron de encender la llama del enfrentamiento. Esto no significa que la guerra en Siria, y otros conflictos que afectan a Oriente Medio, sea una guerra de religión entre musulmanes suníes y musulmanes chiíes. Más bien se ha utilizado la religión como arma en la lucha de poder entre las dos grandes potencias islámicas de Oriente Medio: Arabia Saudí e Irán.
Al igual que el mundo se dividió durante la guerra fría en dos grandes bloques (capitalista, encabezado por Estados Unidos, y comunista, encabezado por la Unión Soviética), Oriente Medio está dividido en dos grandes bloques: el suní (integrado por Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar, Turquía y encabezado por Arabia Saudí), y el chií (integrado por la Siria de Bacher al Asad, el Irak post Sadam Hussein, el grupo libanés Hezbola y encabezado por Irán). El bloque suní cuenta con el respaldo de Estados Unidos, que tiene en Arabia Saudí a su principal aliado en la región. El bloque chií cuenta con el respaldo de Rusia, principal aliada de Irán y de la Siria de Bacher al Asad.
Ambos bloques luchan por la hegemonía en la región, y para ello se sirven de la religión. Irán es un país mayoritariamente chií cuya forma de gobierno es una férrea dictadura teocrática. Arabia Saudí es un país mayoritariamente suní gobernado por una monarquía absolutista también de corte teocrático cuya ideología oficial es el wahabismo o salafismo. Esta ideología fundamentalista surge en el siglo XVIII en la península arábiga (por lo tanto es relativamente moderna), empezó a extenderse tras la caída del Imperio Otomano gracias al pacto entre el Imperio Británico y la familia Saud, y se convirtió en la religión oficial de Arabia Saudí. El salafismo es también la ideología de grupos terroristas como Estado Islámico, Al Qaeda o Hamas, grupos creados e impulsados con la financiación de los petrodólares saudíes y de otras petromonarquías del Golfo Pérsico con el beneplácito de sus aliados occidentales. Grupos terroristas como Al Qaeda o Estado Islámico se convirtieron así en la gran punta de lanza del eje Arabia Saudí-Estados Unidos contra la creciente influencia de Irán y de sus aliados chiíes en la región, especialmente contra Siria. La lucha por la hegemonía entre ambas potencias se desarrolla en aquellos países en los que la población musulmana está dividida entre suníes y chiíes casi al cincuenta por ciento, con pequeñas minorías religiosas (cristianos, yazidíes, drusos…): Siria, Irak, Yemen…
Sólo cuando el monstruo creado para destruir a Bacher al Asad y contrarrestar la influencia iraní sobrepasó las fronteras sirias y amenazó con volverse en contra de sus creadores, empezó a cundir la alarma. Ante la posibilidad de que la ofensiva de Daesh en verano de 2014 provocase una escalada bélica incontrolable, Estados Unidos promovió la formación de una coalición internacional (en la que había varios países árabes) para combatir a Daesh. Los bombardeos selectivos consiguieron frenar al Estado Islámico, lo cual no le impidió hacerse con importantes plazas como Palmira en Siria y Ramadi en Irak en mayo de 2015. Ambas localidades han sido liberadas posteriormente.
La intervención de la aviación rusa, a partir de septiembre de 2015, para dar apoyo aéreo al avance de las tropas regulares sirias y a las milicias chiíes supuso el respaldo definitivo al régimen de Bacher al Asad para garantizar su permanencia en el poder, y obligó a Daesh a combatir a la defensiva por primera vez desde la conquista de Mosul. La presión ejercida por los bombardeos estadounidenses y rusos, junto con una mayor eficacia de las acciones militares de los ejércitos iraquí y sirio, y el avance de las tropas kurdas en el norte, parece haber contenido a Daesh. El alto el fuego acordado entre Estados Unidos y Rusia (y por lo tanto, entre sus dos potencias apadrinadas: Arabia Saudí e Irán) permitió al ejército sirio centrarse en combatir a Daesh.
Dicho esto, ¿a quiénes está beneficiando la irrupción de Daesh en el tablero internacional? Lamentablemente, a prácicamente todos los actores implicados en Siria.
Vayamos por partes:
Arabia Saudí (y sus aliados): Es el gran promotor de Daesh y de otros grupos como Al Qaeda. Los financia, los controla y los pertrecha…, aunque de forma oficial los condena y los combate, al igual que de forma oficial los líderes de Daesh y Al Qaeda son enemigos de la monarquía saudí. Para Arabia Saudí estos grupos terroristas salafíes son fundamentales para restar poder e influencia a Irán y a sus aliados chiíes, cuya población es el principal objetivo de los yihadistas, y extender su dominio por todo el mundo musulmán.
Estados Unidos: Estados Unidos es el principal aliado de Arabia Saudí en Oriente Medio, y también el principal enemigo de Irán y deBacher al Asad. A Estados Unidos le conviene la existencia de grupos como Daesh o Al Qaeda, pues suponen un fuerte desgaste para Irán y para el régimen de Al Asad. Además, tiene así un poderoso instrumento de negociación en las conversaciones nucleares con Irán. Las acciones terroristas de esos grupos en suelo europeo y norteamericano, o la extensión delsalafismo son efectos colaterales.
Israel: Irán y la Siria de Bacher al Asad son los principales enemigos de Israel, país que al mismo tiempo tiene una alianza estratégica con Estados Unidos y, de forma no oficial, con Arabia Saudí. Si Daesh y Al Qaeda son malos para Irán y Siria, son buenos para Israel. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, afirmó en varias ocasiones que Irán es más peligroso que el Estado Islámico.
Bacher al Asad: Al sanguinario dictador sirio le ha venido muy bien la irrupción de Daesh. Los crímenes de Estado Islámico favorecieron un radical cambio en la opinión pública de los países occidentales (especialmente los europeos). Si hasta el verano de 2014 el “malo” de la guerra era Bacher al Asad y Daesh un absoluto desconocido, tras la ofensiva sobre Mosul, Al Asad se convirtió en el “mal menor” que combatía a los terroristas y garantizaba la paz. Los avances de Daesh en la guerra convirtieron a Bacher al Asad en una pieza imprescindible para el fin de la guerra y le garantizaron su permanencia en el poder.
Irán: Qué mejor excusa para entrar en la guerra de Siria y apoyar abiertamente a su aliado con tropas sobre el terreno que la aparición de Daesh. Así lo vio Irán. Ahora tiene más influencia que nunca sobre su aliado sirio, y ha conseguido convertirse también en una pieza clave en el delicado equilibrio de fuerzas de Oriente Medio. De esa manera, Irán consiguió forzar a Estados Unidos y a sus aliados europeos a llegar a un acuerdo en la negociación nuclear que fue tremendamente beneficioso para los intereses iraníes y que, entre otras cosas, permitió el fin del bloqueo internacional contra el régimen de los ayatolás.
Rusia: Por último, Rusia ha conseguido aumentar su influencia a nivel internacional y convertirse en el “gendarme de la paz mundial” alternativo a Estados Unidos. Al igual que Irán, Rusia, con grandes intereses económicos y geoestratégicos en Siria, no podía permitir que el desalojo de Bacher al Asad del poder colocara a Siria en la órbita saudí-estadounidense. Los crímenes de Daesh y su amenaza sobre la paz mundial fueron la mejor justificación para mandar a la aviación rusa a combatir junto al ejército regular sirio.
Autor: Miguel Pérez Pichel