Ante la situación política española

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Tras la legislatura del desastre prorrogada que hemos vivido en España, se abre una nueva etapa política caracterizada por un gobierno en minoría marcado por la tutela de los grandes poderes económicos

La larga espera que hemos tenido que soportar hasta la jura del nuevo gobierno, ha evidenciado el peso de un sistema de partidos coagulado y burocrático y de unas instituciones desprestigiadas. En la legislatura del estallido de la corrupción, nuestro Parlamento fue incapaz de poner en marcha ni una sola comisión de investigación y el desfile de altos mandatarios por la Audiencia Nacional no se detiene.

En medio de este desastre, ha estallado la crisis del PSOE, siguiendo la senda del colapso de la socialdemocracia en Europa. Su progresiva burocratización ha dejado este partido en manos de sus barones, del grupo Prisa y de los mandos de la federación andaluza que convirtió a sus dos expresidentes en los mandamases del partido y hoy se sientan en el banquillo.

Por otro lado, los dos partidos de la “nueva política”, Podemos y Ciudadanos, tampoco han sido capaces de vertebrar nada nuevo. Su encaje en el sistema es creciente desarrollando únicamente propuestas subalternas de los dos grandes partidos acentuando sus defectos.

Pero de la sola protesta no se puede vivir. Esa es la estrategia del sistema que anima la ola populista que recorre el mundo. En este momento histórico hace falta un viraje de rumbo de hondo calado: la grave crisis demográfica, la precarización masiva de la juventud y la ausencia de conciencia histórica, dibujan un sombrío panorama político que no se soluciona con unas elecciones.

El primer camino que debe transitar la política es el de la solidaridad. Llama la atención, por ejemplo, el importante número de votos que apoyan a los que llaman democracia el convocar referéndums de división. Ha crecido el número de españoles para los que estar unidos y ser solidarios ha dejado de ser importante justo en el momento en el que más lo necesitamos. La sociedad globalizada requiere altos grados de cooperación y el juego de la desconexión conduce al abismo del todos contra todos.

Reescribir las reglas desde lo común exige una militancia que ponga a los empobrecidos en el centro del programa político. La mano invisible de Adam Smith tenía un punto ciego: la esclavitud. La principal fuente de enriquecimiento de los comerciantes de Glasgow, maestros de Smith, era la esclavitud africana. Su “mano invisible” era de color negro, y fue invisible a sus ojos, al igual que no vemos el mercado de la prostitución, que es el tercer comercio ilegal del mundo tras las armas y la droga. Y también los negocios del hambre y de la esclavitud infantil, que nos siguen siendo invisibles, pero cuya eliminación debe figurar en los primeros puntos de los programas políticos.

En segundo lugar, la autogestión. La inserción de España en el proceso del neocapitalismo avanzado ha ido amputando de forma progresiva nuestras capacidades creando el caldo de cultivo de la corrupción. Las fatales consecuencias de la progresiva transferencia de competencias y poderes de la sociedad al Estado las hemos comprobado con el rescate bancario. Un pueblo que se esconde y delega, deja crecer los monstruos que, por ser tan grandes, despluman las arcas públicas sin piedad. Nuestras instituciones hacen circuito cerrado con el sistema privado y a los de abajo les ha tocado pagar los platos rotos.

En tercer lugar, España y Europa tienen el reto de construir un marco que supere el drama de la Unión Europea que se ha convertido en la fusión de una administración y un mercado olvidando que existen ciudadanos interesados por lo común. Hay que construir una ciudadanía superadora del estatus del mero consumidor consentidor de las barbaridades que hoy se cometen contra los empobrecidos. Los hombres formamos comunidades en las que trabajamos en común y tenemos el derecho y el deber de gestionar esa vida colectiva.

Sin protagonismo de la sociedad, la burocracia y las multinacionales lo ocupan todo. Por eso, nos hace falta una cultura solidaria a la altura de los desafíos del siglo XXI. Hemos salvado los bancos porque eran demasiado grandes para caer y, por esa misma razón podemos ser solidarios con África y no mirar hacia otro lado ante el drama de los refugiados.

España se encuentra en una encrucijada histórica: o vertebrar la vida política en torno a la solidaridad o subirse al tren del populismo con parada en la misma estación de la que partió

Editorial de la revista Autogestión