Un reportaje de reciente producción aborda detalladamente la crueldad que hay detrás de la conocida como moda rápida
Recorre la vida una joven de Bangladesh, nos lleva hasta la India, donde en un pueblo del Punjab los niños nacen con malformaciones, por los agentes químicos que sus padres tienen que usar en su trabajo -aunque aquello está lejos de ser lo que conocemos por trabajo-, asistimos al entierro de un trabajador camboyano al que las fuerzas policiales mataron a patadas por pedir un sueldo de 160 dólares al mes. La esclavitud está presente en las ropas que se compran a capricho en los centros comerciales de nuestras ciudades.
Pero no todas las injusticias transcurren en los países empobrecidos. También en Estados Unidos, en los campos de algodón de Texas, ha habido muertes entre sus agricultores por el uso de químicos en el algodón modificado genéticamente.
Hoy la esclavitud está detrás del “low cost”
Con entrevistas a activistas, profesores, diseñadores y expertos en nuestros desaforados hábitos de consumo actuales, del documental se desprende una llamada urgente a la sociedad en general, pues la responsabilidad no está sólo en las compañías que fabrican la ropa sino también en los consumidores, en cómo consumimos. Es un alegato en contra del materialismo brutal en el que ha derivado el modelo capitalista actual.
En los países enriquecidos los hay que piden ya trabajar gratis
La revista Fortune recogía hace unos años una peligrosa idea: “Quienes trabajan gratis tienen más ambición, más hambre que aquellos que perciben un salario. Y además son más creativos”. Una propaganda que viene a decir que la ausencia de sueldo implica un mejor desarrollo personal. Personal y no físico, pues habrá que ignorar la necesidad de comer todos los días.
Las contadas ofertas que aparecen anunciadas en periódicos o webs de empleo tienden al oscurantismo. Un estudio realizado por UGT Barcelona demostró que el 71% de los anuncios no hace mención al sueldo y más de la mitad, el 52%, no incluye el horario. Al mismo tiempo, el 30% no especifica la jornada y el 13% omite, incluso, el tipo de contrato. De esta forma, los potenciales candidatos acuden a la cita en clara desventaja y muchos terminan prestando sus servicios, engatusados por un discurso que apela a la buena fe, sin concretar retribución alguna. Al parecer, los sueldos de hoy en día son conceptos etéreos que cuesta cuantificar, más habituales en la imaginación del trabajador que en su cartera.
La triste realidad demuestra que, en caso de queja, te señalaran la puerta. Sin represalias o consecuencias para el que explota porque, si no quieres trabajar gratis tú, en la oficina de empleo hay mucha más gente haciendo cola.
Negarse a aceptar una oferta de empleo sin contraprestación económica, lejos de escandalizar, está empezando a generar sentimiento de culpa. Ha dejado de ser una ofensa a nuestra valía para convertirse en sometimiento. Visto más como un favor o un motivo para estar agradecidos donde oponerse significa no querer mejorar. En definitiva, no poner de tu parte. La tiranía es un concepto que sólo existe en tu cabeza, siendo tu deber el aferrarte a la ilusión de que todas esas horas de esfuerzo terminarán por repercutir positivamente de algún modo (algún día). Es la malograda esperanza que, forzada por la escasez de oportunidades, amenaza en convertirse en Síndrome de Estocolmo.
Fuentes: Eldiario.es, Netflix