ANARQUISMO, ATEÍSMO Y ANTICLERICALISMO.

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EL INTELECTUAL HELENO SAÑA REFLEXIONA SOBRE SU EXPERIENCIA COMO ANARQUISTA: Quien no comprenda esta lección no comprenderá nunca la verdadera raíz del ideal libertario.


13/12/2002

El enemigo de los pobres no es el cristiaismo sino el capitalismo.
No sólo por experiencia personal sé que hay militantes y colectivos cristianos que, sin llamarse anarquistas o ser miembros de la CNT, tienen una sensibilidad humana y unas ideas sociales idénticas o muy próximas a las de los libertarios. Como los propios anarquistas, son partidarios de la autogestión, de la igualdad social, la solidaridad y otros postulados ácratas. Y se trata de anarcocristianos que no sólo predican sus ideas, y ello con una generosidad y un tesón que muchos anarquistas desearían para sí mismos. Decenios de convivencia, colaboración y amistad con libertarios cristianos me dan derecho a decir lo que acabo de decir. Recordaré aquí al paso que la editorial que más literatura obrera publicó bajo el franquismo – la ZYX de Madrid- fué fundada en 1963 por militantes católicos como Julián Gómez del Castillo, Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón. Pues bien, estos hombres ofrecieron su tribuna editorial a autores libertarios como Juan Gómez Casas, Diego Abad de Santillán Kropolkin, o yo mismo. Publicaron más de 80 títulos libertarios, algunos con 8 ediciones.

Pero sé también que muchos anarquistas no aceptan a los libertarios cristianos como compañeros de lucha y los miran incluso por encima del hombro, y ello porque consideran -horrible dictu- que su fé religiosa es incompatible con la tradición anticlerical y atea del anarquismo, tradición basada, como se sabe, en el lema de «ni Dieu ni maitre».

Al gestarse la doctrina anarquista, la Iglesia constituía, en su conjunto, uno de los pilares básicos de la burguesía, la reacción y la contrarrevolución. La actitud atea y anticlerical del anarquismo fié una respuesta a una institución que por aquel entonces se identificaba más con las clases pudientes que con las clases menesterosas. Eso explica, entre otras cosas, que la quema de conventos e iglesias o la persecución de los jesuitas se convirtiera en una de las constantes de la historia de España a partir de la Ilustración y de las luchas sociales del siglo XIX. El anarquismo no inventa el ateísmo y el anticlericalismo, sino que los hereda o asume de un contexto histórico caracterizado por la confrontación entre una Iglesia totalmente alejada del cristianismo original y la nueva doctrina materialista, nodriza del ateísmo.

Hay que señalar aquí que el materialismo moderno fue elaborado por filósofos, intelectuales y científicos de origen burgués que nada o muy poco tenían que ver con el movimiento obrero de liberación. Entre sus precursores se hallan Hobbes, Descartes, Locke y Bayle, pero también Spinoza, cuyo panteísmo jugaría un papel central en el desarrollo del ateísmo. Pero fue sobre todo en Francia y en el curso del siglo de las Luces que el materialismo pasará a convertirse en una teoría homogénea y militante. Sus representantes más importantes fueron La Mettrie, el barón d`Holbach y Helvetius. En la misma o parecida línea se movían sus epígonos Condillac y Cabanis. Materialistas fueron en Inglaterra Gassendi y Mandeville.

El materialismo alemán se inicia en el seno de la izquierda hegeliana, para culminar en Feuerbach y Marx, ambos ateos declarados.

Los primeros grandes teóricos del socialismo -Saint-Simon, Fourier, Guillermo Weitling- no compartían en absoluto la concepción materialista del hombre, tampoco su hedonismo epicúreo. La revolución francesa fue antimonárquica y anticlerical, pero no atea ni materialista. Sus principales representantes eran deístas o teístas, creían en un Ser Superior o religión natural. Rousseau llegó a decir que los ateos deberían ser condenados a muerte. Voltaire condenó también el ateísmo. En su «Dictionaire philosophique» pueden leerse las siguientes palabras: «Es pues absolutamente necesario para los príncipes y los pueblos, que la idea de un ser supremo creador, gobernador, recompensador y vengador esté gravado profundamente en todos los espíritus».

Puede decirse que el anarquismo asumió el ateísmo por causas circunstanciales, como asumiría también otras ideas procedentes del ideario burgués o del espíritu de la época, como el naturismo, el esperantismo, la glorificación de la técnica, la afirmación del amor libre o el mito del progreso indefinido.

Aquello de que la «frailocracia es nuestra mayor calamidad», como el bueno de Ricardo Mella afirmó en cierta ocasión , pudo ser verdad entonces, pero se ha convertido hoy en un anacronismo trasnochado, n o sólo porque la Iglesia misma ha dado un cambio de ciento ochenta grados, sino porque el enemigo de las clases humildes no es el cristianismo, sino el capitalismo.

Pero lo que importa subrayar aquí sobre todo es que la fe religiosa es un derecho personal inalienable, que ningún anarquista que este a la altura de este ideario puede discutir y utilizar como pretexto para negar a un creyente su condición de libertario.

Quienes así piensan u obran no se dan cuenta que descienden al mismo nivel que los cristianos cavernícolas que han atacado ferozmente a los anarquistas por no creer en Dios.

Los anarquistas no solo deben respetar la fe religiosa de los creyentes, sino que deben correr en su auxilio cuando aquellos están amenazados de muerte. Se ha hablado mucho y con razón de las monjas y sacerdotes asesinados durante la guerra civil por individuos que confundían el ideal libertario con el espíritu de venganza, y en cambio muy poco de los anarquistas que se opusieron a estos actos y salvaron a un gran numero de cristianos perseguidos. Mi padre, que al estallar la guerra civil residía en Mataró y trabajaba en la misma fabrica que Juan Peiro, salvo, junto a su compañero y amigo a diecisiete monjas de un convento de clausura situado al frente de la casa donde yo pase mi infancia, en la calle de la Coma. Mi padre y Juan Pereiro se opusieron a la ejecución de las monjas no porque compartiesen su fe religiosa, pues eran ateos, sino porque consideraban que los anarquistas son los primeros que deben salir al paso de la injusticia y el crimen, también cuando estos pretenden parapetarse detrás de una ideología. En este sentido obraron como lo hubiera hecho Enrico Malatesta: » Por lo que a mi respecta – escribió el anarquista italiano – yo violaría todos los principios del mundo con tal de salvar al hombre «. Y fue el mismo Malatesta, quien, a pesar de ser partidario de la revolución violenta, escribió las siguientes palabras, dirigidas precisamente a los anarquistas de la vuelta de siglo que confundían la lucha por la emancipación del proletariado con el odio y el terrorismo » Gritemoslo con fuerza y siempre: los anarquistas no deben, no pueden ser justicieros: son libertadores. Nosotros no odiamos a nadie; no luchamos para vengarnos, ni para vengar a los demás; nosotros queremos el amor para todos….El mismo fin por el cual luchamos nos fuerza a ser buenos y humanos aun en medio del furor de la batalla «.

Quien no comprenda esta lección no comprenderá nunca la verdadera raíz del ideal libertario.