A propósito de España y la guerra de Irak

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Al amparo de EEUU, parece que nuestro presidente trata de preservar el apoyo financiero de los organismos internacionales, que se mueven a su dictado, a las inversiones españolas en, por ejemplo, Iberoamérica. Me gustaría pensar que el “No a la guerra” que dicen defender al menos el 91% de los españoles es una toma de postura definitiva a favor de las víctimas de todas las guerras sin excepción, sea cual sea su condición y su verdugo.

“La Justicia es indivisible”. Así se expresaba Martin Luther King cuando gran parte de los objetivos del Movimiento por los Derechos Civiles de los negros estaban al alcance de su mano. Quería decir con ello que el problema de justicia con los negros estaba en relación con el problema de la justicia de cualquier ser humano. Y que no podemos luchar por uno y desentendernos del otro. Sin este paso no podría adquirir su madurez este movimiento. Se ha proclamado que esta guerra de Irak es injusta. Y no seré yo quien lo niegue. Pero ¿es que las otras 39 guerras actuales, tan imperialistas como estas, lo son? Se ha proclamado que esta guerra es inmoral. Y tampoco lo voy a negar. Pero ¿es que hay actualmente alguna guerra que merezca el calificativo de moral? Se ha defendido que esta guerra es ilegal. Aquí el problema parece ser más complejo. ¿Reconocen todos los pueblos del mundo un Tribunal ante el que dar cuentas de este crimen? ¿Es la guerra inequívocamente un crimen ante los tribunales de los países que la declaran, la preparan o la promueven por ejemplo con la defensa de sus intereses militares, comerciales o económicos externos en general? Y si es así. ¿Qué se ha hecho frente a ello hasta ahora por parte de todos los que acusan esta ilegalidad?

Me gustaría pensar que el “No a la guerra” que dicen defender al menos el 91% de los españoles es una toma de postura definitiva a favor de las víctimas de todas las guerras sin excepción, sea cual sea su condición y su verdugo. Que significa la defensa de todos los empobrecidos y esclavos por la rapiña de nuestros Estados de bienestar y de progreso. Es decir, me gustaría pensar que es una apuesta sincera por la alineación con los pueblos más débiles y por una solidaridad internacionalista que indudablemente exigirá el sacrificio de los privilegios actuales que se derivan de estar dentro del “club de los ricos”. Y finalmente, me gustaría pensar que es una toma de postura inequívoca por una cultura solidaria que esté a la altura de esta circunstancia. Pero esto que planteo, y que hasta puede estar en el deseo de muchos los que ahora se han manifestado, sería el suicidio de cualquier postura política partidista en España hoy. Así que, ojalá me equivoque, no creo que estemos ante este hecho. Y por lo tanto discrepo profundamente de los que se ufanan desde la izquierda oficial, de lo “sana que está nuestra sociedad”. No tengo ningún indicio de que los partidos políticos lógicamente “de izquierdas”, que cortejan a la sociedad con esos piropos, trabajen en esta larga revolución cultural que haría falta para tomar la postura que considero más justa y moral. Ni de que lo vayan a hacer. Ni de que lo quieran hacer. Estos son mis criterios de juicio para hablar de la postura de España ante la guerra de Irak. Al exponerlos, hablo más claro y me abro más sinceramente al diálogo que muchos.

La postura del Ejecutivo y del Partido Popular

Es obvio que ha tomado una opción arriesgada y nada oportunista. De entre los gigantes ante los que estar al amparo, Europa o EEUU, ha escogido EEUU sin desdeñar del todo a Europa. O dicho de otra manera, ha escogido una concepción de Europa a la sombra de EEUU. Todo el mundo se ha preguntado qué puede sacar España, una potencia mediana que estaría con facilidad en el G- 15 si este existiera, de una posición como la que “con toda responsabilidad” dice haber tomado el Ejecutivo. La decisión ha estado tan firmemente apoyada en sus convicciones como firmemente deslegitimada por la ciudadanía a la que se dice querer servir.

Al amparo de EEUU, parece que nuestro presidente trata de preservar el apoyo financiero de los organismos internacionales, que se mueven a su dictado, a las inversiones españolas en, por ejemplo, Iberoamérica. Al amparo de los EEUU, dados los sucesivos desencuentros en política internacional con Francia (analícese por ejemplo el conflicto con Marruecos, o su- ¿por qué no decirlo?- cicatera postura en la lucha contra ETA), espera encontrar el apoyo definitivo para acabar con el terrorismo en España. Al amparo de EEUU (sin olvidarnos de la compañía de la “laborista” Gran Bretaña) podría ser España más decisiva en su influencia en una Europa ampliada en 10 nuevos países con importantísimos vínculos pronorteamericanos. Al amparo de EEUU podría jugar un importante papel mediador en Oriente Próximo y de paso ampliar o estrenar en esa zona los contratos de algunas empresas españolas. Al amparo de EEUU podría obtener ciertas opciones a inversiones nada desdeñables tales como la de 4.000 millones de euros por el emplazamiento en Vandellós (Tarragona) del reactor experimental de fusión nuclear, el proyecto científico más importante del mundo después de la estación espacial a decir del ministro de Ciencia Y Tecnología.

Pero al tomar la decisión, y sobre todo en el cómo se ha tomado, otros piensan- creo que tal vez demasiado precipitadamente- que ha comprometido su reelección política porque ha cosechado la casi unanimidad de la opinión pública en su contra y la total unanimidad de la oposición política. ¿Error de cálculo? ¿Pensaba que finalmente Francia y Alemania tomarían la opción de respaldar a EEUU en el Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Pensaba que la contienda iba a ser más corta? A ello proponen añadir un corolario de consecuencias que hacen aún más incomprensible e intolerable dicha decisión: se ha acabado con consenso en política exterior, con la posibilidad de una Unión Europea que hable con una sola voz, con el simbólico papel de mediador con el mundo árabe que habíamos forjado, con una Iberoamérica que mire hacia España y consecuentemente hacia Europa, con la posibilidad real de acabar con el terrorismo (pues ya se ha buscado nuevos enemigos), y con la legitimidad de las Naciones Unidas. Tampoco está tan claro que esto vaya a ser así. Las actuaciones que realice en la posguerra nos aclararán este punto.

La posición de la oposición política

En pocos temas, si hay alguno, se había puesto tan unánimemente de acuerdo como en su rechazo a la postura del Ejecutivo en esta guerra. No me cabe duda de que también ellos se guiaban por sus convicciones. Y además en esta ocasión contaban con el beneplácito de la opinión pública, es decir, se sentían plenamente legitimados por la ciudadanía para tomar su postura y han pedido una y otra vez que se la escuche. Con ambas premisas, no era tan difícil tomar una opción. Pero esto les ha obligado a defenderse de la acusación de oportunistas y electoralistas que les ha lanzado el PP. Esta unanimidad antibelicista nunca ha desvelado claramente que mayoritariamente ninguno quiera comprometerse a alinearse decididamente con las víctimas de todas las guerras. Su opción encarna exclusivamente otra concepción de España en Europa. O, si se quiere, a una Europa contrapeso de EEUU. ¿Hubieran ido de la mano PSOE e IU, o PSOE y CiU y PNV, en este tema, si Francia o Alemania hubieran finalmente respaldado una resolución condenatoria de Irak en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Es casi seguro que no. ¿Apoyar la postura francesa y alemana, es decir, la de una Europa que pivota en torno al eje franco alemán, es más “humanitario” y menos belicista o criminal que hacerlo con EEUU? ¿Es que la política proteccionista europea actual o las transnacionales de todo tipo incluidas las del petróleo, la francesa Elf a la cabeza, han sido y son menos criminales promoviendo guerras en África o preservando sus intereses en el propio Irak, por ejemplo?

Los silencios en la orilla más “marxista” de las muchas víctimas que también ocasiona esa otra violencia “guerrillera” o de despóticos regímenes “comunistas”, tampoco dicen mucho a favor de su pacifismo. Más bien esta violencia cuenta con frecuencia con su bendición implícita o explícita. Tampoco se atreverán a sacarnos de Europa para plantear asociarnos con alguno de los “bloques” geopolíticos a los que podríamos pertenecer de África o Iberoamérica que forman parte de los pueblos oprimidos a los que dicen representar. Tampoco nos explicarán qué diferencias hay entre el mal que hacen las transnacionales estadounidenses, de las que han pedido el boicot, y el que no hacen las europeas o las japonesas o las rusas o las chinas. Pero mucho menos sabrán explicarnos su dependencia, necesariamente condicionante, de instituciones tan de izquierda como la Gran Banca. O si no ¿por qué no se atreverán a plantear su “socialización”?. No harán nada de esto porque ellos saben perfectamente que ello sería su suicidio político definitivo.

La existencia de convicciones profundas con las que oponerse a la guerra está fuera de dudas. La exposición de cuáles son esas convicciones en relación a todas las víctimas de todas las guerras, ya no lo está tanto. Y de que ahora, pasada la guerra, y en pleno proceso electoral, están haciendo cuentas de los votos ganados, sabedores de que ellos son los llamados a gestionar políticamente estas “demandas sociales” de cambio, tampoco nos cabe ninguna duda. Alguien escribió, no sin razón, que la conciencia de los partidos son esencialmente las urnas.

El movimiento social

La movilización de millones de personas en España contra esta guerra es un fenómeno social que merece desde luego un estudio muy serio. Creo que esta movilización resulta inexplicable en primer lugar sin un profundo desencuentro entre las organizaciones sociales y el Estado. La historia de este desencuentro en esta legislatura, se calienta con la contestación social que sufren las “reformas educativas”, da su pistoletazo de salida con la Huelga general del 20 de junio, y alcanza, muy poco antes de que comience la guerra, un grado de crispación importante con el hundimiento del Prestige y la consiguiente marea negra. Todo ello, ya con la crisis de Irak encima, se escenifica nada menos que en la entrega de premios Goya en la cadena de televisión estatal. La Plataforma Cultura contra la Guerra, auspiciada por los actores, parece ponerse a la cabeza de esta nueva causa. Ellos, que tanto han colaborado (¿?) a la cultura de la solidaridad en este país, y que saben lo que es depender o carecer de la subvenciones del Estado y que tan callados estuvieron en otras guerras pasadas.

Al tiempo se promueven Plataformas contra la Guerra en todas las provincias y Comunidades Autónomas, integradas por un elenco de organizaciones sociales, entre las que están las que constituyen el llamado movimiento antiglobalización, cuyo número alcanza a más de 300, en las convocatorias más significativas de las manifestaciones que han resultado más emblemáticas. La respuesta que da la sociedad a su convocatoria del 15 de Febrero les sorprende hasta a ellos mismos. Es entonces cuando los partidos de izquierda oficial y los sindicatos deciden, ahora en serio, poner toda su maquinaria al servicio de esta movilización. Parecido a lo ocurrido con el Prestige.

Representantes de 67 de 70 de las Universidades españolas, de cuyos rectores no recordamos una sola palabra ante el papel que juegan sus planes de estudio en el apuntalamiento de una investigación al servicio no de una guerra sino de un estado de guerra, aprueban por unanimidad en la Conferencia de Rectores un comunicado en el que expresan su total desacuerdo con el ataque de Irak. Un nutrido grupo de escritores de renombre y profesores con cátedra en los medios de comunicación “independientes” de nuestro país, eso que llaman los periodistas “la intelectualidad”, hacen lo propio. Los universitarios, con todos los sindicatos de estudiantes más representativos de acuerdo esta vez, acuerdan ponerse en “pie de paz” contra la guerra, manifestándose y perdiendo las clases día si, día también y proclamando a bombo y platillo que pararán la Universidad hasta que no pare la guerra.

Los sindicatos, que en principio dicen representar a todos aquellos adultos que si que ocupan ya puestos decisivos en la sociedad, en el ámbito del trabajo, no son de la misma opinión. Siguiendo las directrices de la Confederación Europea de Sindicatos, pondrán también sus aparatos al servicio del fin de la guerra, pero de la huelga indefinida hasta que no cesen todas las guerras, nada de nada.

Pero a los jóvenes no se les ocurre exigirles a sus compañeros de lucha una medida que podría ser decisiva en este y en muchos conflictos. Aunque a ellos si que les pidan los adultos que lo hagan. También se les ocurre boicotear todos los actos del partido en el poder y en ocasiones (¿o también hay que mentir?), hasta ser los desencadenantes de una espiral de violencia que siempre termina perjudicando a los que hemos optado de por vida a la lucha por la Justicia en el camino de la noviolencia sin componendas y luego nos las tenemos que ver en la calle con las tempestades que se han desencadenado y de las que otros, en la búsqueda del poder político, si sabrán sacar partido. Tamaña desorientación sobre su acción no puede ser culpa suya, sino de un profesorado que hasta les manda secundar paros y huelgas (¿eso no es abuso de cátedra?) sin preocuparse (no ahora, sino desde siempre) realmente de que conozcan, analicen y tomen conciencia en profundidad los entresijos de este sistema, digo sistema, imperialista que padecemos y seguiremos padeciendo (y no me refiero a dos o tres clases “extras” sobre el tema). Nada que objetar en lo referente a la intención personal. Faltaría más. Mucho que objetar en la falta de respeto hacia ellos, en eso de que los jóvenes al final terminen siendo la tropa de asalto de los adultos “enterados”.

No a todas las guerras

También muchos de los españoles que han salido esta vez a las calles han manifestado públicamente no hacerlo tras ninguna de las banderas y los “istas” o los “antis” blandidos en ellas. Quisiera pensar que este cómodo “no a la guerra”, que les ha permitido incluso participar en la primera manifestación de su vida junto a sus hijos, implica el incómodo y necesariamente sacrificado compromiso permanente del “no a todas las guerras”. Quisiera pensar que las acciones de Bolsa que se tienen (y se tienen muchas), y que no pueden crecer en este sistema nada más que de manera injusta e inmoral- no ilegal-, se han puesto al servicio de la causa. Abogo, con todas mis fuerzas por continuar por el “no a la guerra del hambre”, que es la que más víctimas violentas diarias causa en estos momentos a toda la humanidad, y que tiene, en el capricho consumista insolente de nuestros hijos (y hasta de nosotros), el envés más acusador de nuestra desidia para educarnos en el combate contra ella. Y, para ello, os propongo que neguemos nuestro voto en estas y cualquiera de las próximas elecciones, a todos aquellos partidos que no se comprometan, con el compromiso activo y luchador que parece que han puesto ahora con esta guerra, a que desaparezca la madre de todas la guerras: la miseria en el mundo. Fue, paradójicamente, un presidente norteamericano el que dijo aquello de que el hambre era la principal amenaza para la paz. La Justicia y la Moral son indivisibles.