Historias cortas y parábolas que te harán sonreír

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Parábolas

  • Táctica
  • Acto de soberbia
  • La felicidad de no depender
  • Luchar hasta vencer
  • El misterio del elefante

Táctica

Dicen que una vez, había un ciego sentado en un parque, con una gorra a sus pies y un cartel en el que, escrito con tiza blanca, decía: «POR FAVOR AYÚDEME, SOY CIEGO». Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue. Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna. Ahora su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconociendo sus pasos le preguntó si había sido él quien reescribió su cartel y, sobre todo, qué que era lo que había escrito allí. El publicista le contestó: «Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras».

Sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía: «ESTAMOS EN PRIMAVERA, Y… YO NO PUEDO VERLA»

Cambiemos de táctica cuando algo no nos sale, y verás que puede que resulte mejor de esa manera.

Acto de soberbia

Un día el viejo león se despertó y, conforme se desperezaba, se dijo que no recordaba haberse sentido tan bien en su vida.

El león se sentía tan lleno de vida, tan saludable y fuerte que pensó que no habría en el mundo nada que lo pudiese vencer. Con este sentimiento de grandeza, se encaminó hacia la selva, allí se encontró con una víbora a la que paró para preguntarle.

«Dime, víbora, ¿quien es el rey de la selva?», le preguntó el león.

«Tú, por supuesto» le respondió la víbora, alejándose del león a toda marcha.

El siguiente animal que se encontró fue un cocodrilo, que estaba adormecido cerca de una charca.

El león se acercó y le preguntó: «Cocodrilo, dime, ¿quién es el rey de la selva?»

«¿Por qué me lo preguntas», le dijo el cocodrilo, «si sabes que eres tú el rey de la selva?»

Así continuó toda la mañana, a cuanto animal le preguntaba todos le respondían que el rey de la selva era él.

Pero, hete ahí que, de pronto, le salió al paso un elefante.

«Dime elefante», le preguntó el león ensoberbecido, «¿sabes quién es el rey de la selva?»

Por toda respuesta, el elefante enroscó al león con su trompa levantándolo cual si fuera una pelota, lo tiraba al aire y lo volvía a recoger… hasta que lo arrojó al suelo, poniendo sobre el magullado y dolorido león su inmensa pata.

«Muy bien, basta ya, lo entiendo» atinó a farfullar el dolorido león, «pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto por que no sepas la respuesta.»

La felicidad de no depender

La historia se refiere a un individuo que se mudó de aldea, en la India, y se encontró con lo que allí llaman un sennyasi. Este es un mendicante errante, una persona que, tras haber alcanzado la iluminación, comprende que el mundo entero es su hogar, el cielo su techo y Dios su Padre, que cuidará de él. Entonces se traslada de un lugar al otro. Tal como tú y yo nos trasladaríamos de una habitación a otra de nuestro hogar.

Al encontrarse con el sennyasi, el aldeano dijo:
-¡No lo puedo creer! Anoche soñé con usted. Soñé que el Señor me decía: «Mañana por la mañana abandonarás la aldea, hacia las once, y te encontrarás con este sennyasi errante.» Y aquí me encontré con usted.

-¿Qué más le dijo el Señor? – preguntó el sennyasi.

-Me dijo: «Si el hombre te da una piedra preciosa que posée, serás el hombre más rico del mundo … ¿Me daría usted la piedra?»

Entonces el sennyasi revolvió en un pequeño zurrón que llevaba y dijo:
-¿Será ésta la piedra de la cual usted hablaba?

El aldeano no podía dar crédito a sus ojos, porque era un diamante, el diamante más grande del mundo.

-¿Podría quedármelo?

-Por supuesto, puede conservarlo; lo encontré en un bosque. Es para usted.

Siguió su camino y se sentó bajo un árbol, en las afueras de la aldea. El aldeano tomó el diamante y ¡qué inmensa fue su dicha! Como lo es la nuestra el día en que obtenemos algo que realmente deseamos.

El aldeano en vez de ir a su hogar, se sentó bajo un árbol y permaneció todo el día sentado, sumido en meditación.

Al caer la tarde, se dirigió al árbol bajo el cual estaba sentado el sennyasi, le devolvió a éste el diamante y dijo:

-¿Podría hacerme un favor?

-¿Cuál? – le preguntó el sennyasi.

-¿Podría darme la riqueza que le permite a usted deshacerse de esta piedra preciosa tan fácilmente?

Lucha hasta vencer

En la pequeña escuelita rural había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un chiquito tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano todos los días para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana, llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente, más muerto que vivo, del edificio. Tenía quemaduras graves en la mitad inferior de su cuerpo y lo llevaron de urgencia al hospital del condado.

En su cama, horriblemente quemado y semi-inconsciente, el niño oía al médico que hablaba con su madre. Le decía que seguramente su hijo moriría – que era lo mejor que podía pasar, en realidad -, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo.

Pero el valiente niño no quería morir. Decidió que sobreviviría. De alguna manera, para gran sorpresa del médico, sobrevivió. Una vez superado el peligro de muerte, volvió a oír a su madre y al médico hablando despacito. Dado que el fuego había dañado en gran manera las extremidades inferiores de su cuerpo, le decía el médico a la madre, habría sido mucho mejor que muriera, ya que estaba condenado a ser inválido toda la vida, sin la posibilidad de usar sus piernas.

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido, ¡caminaría! Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca.

Cuando no estaba en la cama, estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada, la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado, se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas.

Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco, decidido a caminar. Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a los fervientes masajes diarios de su madre, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante, en la Universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista. Y aun después, en el Madison Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la posibilidad de correr, este joven determinado, el Dr. Glenn Cunningham, ¡corrió el kilómetro más veloz del mundo!

El misterio del elefante

Cuando era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran sus animales.

También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?

Cuando tenia cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:

-Si está amaestrado… ¿Por qué lo encadenan?.

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

«El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño».

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… Jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.