Cuatro historias: Las tres rejas, De cómo acabar con el hambre en el mundo, Cómo se abrió el sendero, La joroba…

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LAS TRES REJAS

Un joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa de éste y le dice:
-Escucha, maestro. Un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia…
-¡Espera! –lo interrumpe el filósofo- ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
-¿Las tres rejas?
-Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
-No. Lo oí comentar a unos vecinos.
-Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguién?
-No, en realidad, no. Al contrario…
-¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
-A decir verdad, no.
-Entonces –dijo el sabio sonriendo- si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.

DE CÓMO ACABAR CON EL HAMBRE EN EL MUNDO

Oíd que rápida solución halló Poro, rey de los persas.
«Donde un pobre muera de hambre dentro de nuestros muros, tomaré por cada pobre un rico. Y en la prisión también él morirá de hambre».
Nadie murió de hambre en aquel país. Y los ricos no tuvieron que pasar hambre con los pobres, sino repartir algo de su abundancia.

Federico Rückert (citado por Manuel Llano)

CÓMO SE ABRIÓ EL SENDERO

En el Jornalinho, de Portugal, encuentro una historia que nos enseña mucho respecto a aquello que escogemos sin pensar:

Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Siendo animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.

Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, lider de un rebaño, que, viendo el espacio ya abierto, hizo a sus compañeros seguir por allí.

Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían, giraban a la derecha, a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva alternativa.

Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en un amplio camino donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos, si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro.

Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, posteriormente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto era el peor posible.

Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse nunca si aquella es la mejor elección.

(Autor: Paulo Coelho. Publicado en «El Semanal», nº 729.)

LA JOROBA

Moisés Mendelssonhn, abuelo del conocido compositor alemán, distaba mucho de ser guapo y apuesto. Además de una estatura algo baja, tenía una grotesca joroba.

Un día visitó a un mercader de Hamburgo que tenía una hermosa hija llamada Frumtje. Moisés se enamoró perdidamente de ella, pero a ella le repelía su apariencia deforme. Cuando llegó el momento de despedirse, Moisés hizo acopio de su valor y subió las escaleras hasta donde estaba el cuarto de aquella hermosa joven, para tener la última oportunidad de hablar con ella.

Era tan hermosa, pero a Moisés le entristecía profundamente su negativa a mirarlo. Después de varios intentos de conversar con ella, le preguntó tímidamente:

-¿Crees que los matrimonios se crean en el cielo?

-Sí -respondió ella, todavía mirando al suelo.- ¿Y tú?

-Sí, lo creo -contestó.- Verás: En el cielo, cada vez que un niño nace, el Señor anuncia con qué niña se va a casar. Cuando yo nací, me fue señalada mi futura esposa. Entonces el Señor añadió: «Pero tu esposa será jorobada».

Justo en ese momento exclamé:

– «¡Oh, Señor, una mujer jorobada sería una tragedia, dame a mí la joroba y permite que ella sea hermosa!»

Entonces Frumtje levantó la mirada para contemplar los ojos de Moisés, pudo apreciar su belleza interior y un hondo recuerdo la conmovió. Alargó su mano y se la dio a Moisés. Tiempo después, ella se convirtió en su esposa.