PRISA, 1 – PP, 0

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PSOE, y naturalmente IU, con la ayuda del equipo mediático habitual (grupo Prisa y aledaños) se lanzaron a la yugular de un Gobierno víctima de sus propios errores y de grado de estupidez difícilmente superable.En algo estamos de acuerdo, y es que la España que se echó a la calle el viernes 12 no se merece un Gobierno que le mienta, pero tampoco se merece una izquierda que sigue sin despojarse de su tradición golpista, aunque el golpismo que ahora practica sea de guante blanco, una izquierda para quien lo único importante de los 200 muertos es que fueran muertos de Al Qaeda. Porque, para algunos, lo de este fin de semana tenía poco que ver con la solidaridad con las víctimas. De lo que se trataba era de aprovechar la tragedia y llegar al poder por el atajo del dolor ajeno…


Por Jesús Cacho

El 14-M fui a votar con el impresionante espectáculo de manipulación política registrado el sábado fresco en la memoria. La izquierda, reeditando los episodios de la primavera del 2003 con motivo de la guerra de Iraq, decidió echarse a la calle en la jornada de reflexión. Un asalto al palacio de Invierno en toda regla. El poder estaba a la vuelta de la esquina, a la vuelta de un recorrido completo de las manecillas del reloj, y optó por emplearse a fondo.

PSOE, y naturalmente IU, con la ayuda del equipo mediático habitual (grupo Prisa y aledaños) se lanzaron a la yugular de un Gobierno víctima de sus propios errores y de grado de estupidez difícilmente superable. Errores y estupidez porque si el señor Aznar había decidido, por una vez y obligado por la magnitud del drama, jugar la baza de la transparencia, entonces no se entiende la ridícula, además de falsa, apuesta rotunda y sin fisuras, encastillada, por la autoría de ETA durante la mayor parte de la jornada del jueves.

Y luego el espectáculo del ministro del Interior saliendo casi temblando ante las cámaras, para ir dando cuenta de unos datos que cada vez inclinaban más la balanza macabra del lado de Al Qaeda. Patética la despedida del señor Aznar. El broche de oro a ocho años de buen Gobierno en lo económico que buscaba, se convirtió en cuatro días en condecoración de sangre y estulticia. Las torres gemelas del PP, un partido dinamitado en 24 horas. Aznar se lo dio, Aznar se lo quitó.

Y en la historia de unos días que dejarán huella, un personaje clave: Jesús Polanco, una de las grandes fortunas del país, convertido en el gran desestabilizador de la vida política española a través de su poderoso grupo de comunicación. Paradoja que sería divertida si no fuera al tiempo siniestra: Aznar se va alanceado cual moro herido por el hombre al que ha contribuido a hacer definitivamente más rico y poderoso, más invulnerable que nunca.

Para la tarde del viernes, mientras millones de españoles bañaban con lágrimas de agua las calles de España, la maquinaria de la izquierda, en su peor tradición, la misma que se negó a aceptar el gobierno legítimo de la CEDA en el 34 y se levantó en armas, esa izquierda, con el apoyo de su brigada mediática y de la mayor parte de los medios de comunicación, se había puesto en marcha, resueltos todos al asalto al poder por el atajo de una presión descomunal sobre los electores, de cuyo buen criterio parece, en el fondo, desconfiar. Y ello con la derecha acollonada, retranqueada.

Manifestaciones `espontáneas´ en numerosas ciudades de España en torno a las sedes del PP. Quienes militamos en el PCE en nuestra juventud sabemos bien de qué material está construida esa espontaneidad. Pérez Rubalcaba, heredero directo de los años más negros del felipismo, aparecía tan fresco para afirmar, a menos de 12 horas para la apertura de las urnas, que el Gobierno de la nación había mentido (no nos quiso explicar en qué) y que España se merecía «un Gobierno que no mienta». Guerra, nada menos que Alfonso Guerra, aseguraba ayer mismo, por su parte, y naturalmente en la SER, que «es fundamental echar hoy al PP para que en España deje de reinar la mentira». Rubalcaba y Guerra.

En algo estamos de acuerdo, y es que la España que se echó a la calle el viernes 12 no se merece un Gobierno que le mienta, pero tampoco se merece una izquierda que sigue sin despojarse de su tradición golpista, aunque el golpismo que ahora practica sea de guante blanco, una izquierda para quien lo único importante de los 200 muertos es que fueran muertos de Al Qaeda. Porque, para algunos, lo de este fin de semana tenía poco que ver con la solidaridad con las víctimas. De lo que se trataba era de aprovechar la tragedia y llegar al poder por el atajo del dolor ajeno.

Triste paisaje el de una democracia que muestra por las costuras de los grandes envites el roto de su intrínseca fragilidad. Drama de una democracia sin demócratas. «¡Dolor, dolor! El Tiempo nos devora la vida, y el oscuro Enemigo que el corazón nos muerde, crece y se hace más fuerte con la sangre que perdemos», escribió Charles Baudelaire en Les fleurs du mal.

Si el 11-M ha marcado para España un punto de ruptura entre el siglo XX y el XXI, el 14-M marcará también un punto de inflexión definitivo en la historia de nuestra joven democracia. Los votantes han decidido castigar de forma ejemplar la participación de España en la guerra de Iraq, sirviendo el poder en bandeja a un líder que nunca ha dado sensación de controlar los resortes del poder en su propio partido, una buena persona, cierto, y de carácter afable, pero a quien le falta un hervor.

Tremenda decisión la que han tomado los españoles, seguramente en uno de los momentos más complicados de nuestra reciente historia. Una mayoría de compatriotas ha decidido cambiar de caballo de forma drástica, y las mayorías raramente se equivocan. No se equivocaron en el 96 y tampoco, sigo pensando, en el 2000. Como liberal y como demócrata, además de aceptar el resultado, como no podía ser de otro modo, sólo me resta felicitar al vencedor y desearle toda la suerte del mundo, porque su suerte será seguramente nuestra suerte, en uno de los momentos en que como españoles la necesitamos en grado sumo. Que así sea.

Por Jesús Cacho : 15/03/2004
jcacho@elconfidencial.com