Dostoievski (Primera parte)

2731

Las claves de este autor, que tanto sabía del sufrimiento humano y de los abismos del alma, se encuentran en su atormentada vida, llena de infortunios, tentaciones, éxtasis y reconciliaciones. Dostoievski…. El único que me ha enseñado algo en psicología…´(F.Nietzsche)

Por Nayra Pérez

“Dostoievski…. El único que me ha
enseñado algo en psicología…
Su descubrimiento ha sido para mí más
importante aún que el de Stendhal.”

F.Nietzsche

A través de los tiempos, la literatura ha sido el más fecundo instrumento de análisis y comprensión del hombre y de sus relaciones con el mundo. Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Rosseau, Kafka… representan nuevos modos de comprender al hombre y la vida, y revelaron al mundo verdades humanas que antes se desconocían o apenas eran presentidas.

Por supuesto, también es el caso de Fiódor M. Dostoievski.

1.- CONTEXTO HISTÓRICO

La Rusia en la que vivió Dostoievski presentaba una enorme peculiaridad con respecto a Occidente. En pleno siglo XIX el país era aún feudal, con un régimen de señores y siervos, como fue, durante la Edad Media, Europa.

La época de Dostoivski corresponde a los reinados de Nicolás I (1.825-1.855), que se caracterizó por su despotismo, y de Alejandro II (1.855-1.881), de espíritu más tolerante, este zar abolió la servidumbre y realizó ciertas reformas políticas y administrativas.

Fueron tiempos de fuertes tensiones, en el terreno ideológico, entre corrientes tradicionalistas y progresistas. De Occidente llegaban doctrinas liberales y revolucionarias, el socialismo utópico prende en muchos jóvenes rusos, a quienes se llamará en este país los “nihilistas”. A estos se oponen, entre otros, los “eslavistas”, que rechazan las ideas occidentales en nombre de los valores tradicionales del alma rusa, simbolizados en el zar y la Iglesia Ortodoxa.

2.- CONTEXTO LITERARIO

La literatura aparece marcada por la peculiaridad histórica del país, así, Romanticismo y Realismo adquieren en Rusia perfiles muy particulares. Quizá en ningún país encuentre el género narrativo realista en el S.XIX frutos tan variado y ricos como en Rusia, donde el tono de la crítica es más intenso, tal vez por lo atrasado del pueblo, como ya vimos antes, y la dureza de la censura y la autoridad.

La transición al Realismo está representada por Gógol (1.809-1.852), cuyas obras inmortales, El abrigo y Almas muertas , significan el arranque de la gran novela rusa.

Éste ya hace en Almas muertas una gran sátira contra los hidalgos campesinos.

A partir de él se desarrollará en Rusia uno de los grandes ciclos novelísticos de la literatura universal, magno conjunto en el que sitúan Turguéniev, Tolstói y Dostoievski.

Goutchérov (1.812-1.891) se burló de la pereza como vicio nacional ruso. Turguéniev (1.818-1.883), en cambio, aporta una perspectiva pasada por referencias europeas. Dostoievski lleva la novelística a un paroxismo de intensidad psicológica, contrastando lo palpable de sus descripciones con la agitación patológica de sus tipos. Junto al autor que vamos a estudiar, el otro gran maestro de la literatura rusa de este ciclo es Tolstói, destacando tanto si se distancia en el tiempo, como en Guerra y paz, como si pinta su tiempo, como en Anna Karenina, sin sacrificar nunca el arte a su creciente pasión moralista. El maestro máximo del relato breve es Chéjov (1.860-1.904), trágico en tono menor, incluso cuando adopta apariencias humorísticas.

El Realismo ruso o Escuela Natural será más amplio y complejo que el europeo: junto al reflejo de la realidad cotidiana, la novela rusa dará cabida a la fantasía, al lirismo…

3.- VIDA

Si bien es cierto que una biografía no explica a un genio, en el caso de Dostoievski puede, al menos, señalar sus demonios. Las claves de este autor, que tanto sabía del sufrimiento humano y de los abismos del alma, se encuentran en su atormentada vida, llena de infortunios, tentaciones, éxtasis y reconciliaciones.

Como casi todos los escritores rusos, Fiódor Mijáilovich Dostoievski era de clase noble, pero de una familia venida a menos. Nació el 11 de noviembre de 1.821 (el 30 de octubre según el viejo calendario ortodoxo) en un apartamento del Hospital de los Pobres de Moscú, en el que su padre trabajaba como médico. Ese hombre tosco, brutal y alcohólico era un verdadero déspota e injuriaba y golpeaba sin piedad a los miembros de su familia, incluida su esposa, bondadosa mujer que servirá de modelo para las heroínas abnegadas, de «mirada dulce y suave» de las novelas de su hijo.

Entre las pocas diversiones del pequeño Fiódor y de su hermano Mijáil estaban las de espiar a los enfermos del hospital y, a partir de 1.831, disfrutar de las estancias veraniegas en Daovoie, una aldea a unos cien kilómetros de Moscú, que su padre acababa de adquirir.

En 1.837 le sucedió la primera gran desgracia: su madre falleció de tuberculosis. La vida en casa se hizo insoportable, su padre, consumido por los remordimientos, a causa de la muerte de su esposa, se hundía cada vez más en embrutecimiento por el alcohol, y para deshacerse de sus hijos decidió enviarlos a la Escuela Militar de Ingeniería de San Petesburgo.

El futuro escritor, una vez acostumbrado a la dura vida del internado, consiguió encontrar tiempo para dedicarse a lectura y acercarse a Pushkin, Gógol, Shakespeare, Balzac, Schiller, Hoffmann, Dickens y también muchos folletines. Únicamente se quejaba de la falta de dinero, problema que le acompañaría toda la vida.

Su padre, cada vez más embrutecido, trataba a sus mujiks con extrema crueldad, y ellos, en junio de 1.839, lo asesinaron. Fiódor, quien desde su temprana infancia temía y odiaba a su padre, sintió que el crimen de los campesinos recaía sobre él. Este parricidio, que nunca cometió, pero que secretamente deseaba, le provocó su pirmer ataque de epilepsia. Los remordimientos le obsesionaron durante toda su vida y sólo logró expiarlos con su última novela, Los hermanos Karamasov, en la que recreó con sinceridad masoquista las circunstancias y consecuencias morales de ese asesinato. En contraste con su fuerte sentimiento de culpabilidad, sus últimos años en la Escuela Militar fueron agitados y mundanos. Aparte de la literatura, entre sus principales pasiones se contaban el teatro, el ballet, los conciertos y el billar. El vicio del juego, que el escritor había adquirido tempranamente, fue otro de los males que acompañaron su existencia.

En 1.843 Dostoievski terminó sus estudios y fue destinado a la sección de proyectos del cuerpo de ingenieros, puesto que abandonó en breve para dedicarse por entero a la literatura. En el verano de ese año su admirado Balzac llegó a San Petesburgo para reunirse con su amor, la condesa polaca Hanska. Esta visita le impulsó a traducir la novela Eugenia Grandet, con la que pretendía, además, remediar su maltrecha economía. Posiblemente, esta experiencia le dio el coraje necesario para escribir una obra propia.

El mundo literario de Dostoievski, parece irreal, febril y nocturno, bastante alejado de lo que ocurre en una vida cualquiera. Sin embargo, esta consideración no es cierta, y así lo demuestra “el descubrimiento” de su primera novela, Pobres gentes (1.846). Su amigo y compañero de vivienda, Grigórovich, quedó muy conmovido después de haber leído el manuscrito y quiso someterlo al juicio de Nekrásov, un reconocido poeta, quien, escéptico y ocupado, primero rechazó y luego aceptó oír las primeras diez páginas, y se quedó a escuchar toda la obra. La lectura terminó a las cuatro de la mañana, pero los dos hombres, bañados en lágrimas, decidieron visitar al autor, quien, naturalmente, estaba aún despierto.
Esta novela, en realidad menor, consagró de inmediato a Dostoievski como gran escritor. Vissarión Belinski, el crítico más temido de Rusia, exclamó entusiasmado: “Ha nacido un nuevo Gógol.”

No obstante, sus siguientes obras, por cierto bastante gogolianas, como El doble (1.846), El señor Projarchin (1.846) y La patrona (1.846) no tuvieron ningún éxito y los críticos se volvieron hostiles con él. Deprimido y desesperado, Dostoievski acudía a reuniones de ardorosos intelectuales progresistas, donde discutían sobre las teorías socialistas utópicas. La policía, en extrema alerta a causa de la ola de revoluciones europeas, detuvo el 23 de abril de 1.849 a los miembros del supuesto “complot Petrashevki”, llamado así por el líder de dichas reuniones. Después de ocho meses de confinamiento en la fortaleza “Pedro y Pablo”, los acusados fueron conducidos el 22 de diciembre al paredón y se les leyó la sentencia de muerte. El pelotón de fusilamiento ya se disponía a disparar cuando se les comunicó que el zar había conmutado la condena por cuatro años de trabajos forzados. La experiencia de esa ejecución simulada aparecería en dos de sus obras: El idiota y Diario de un escritor. Dos días después Dostoievski partió, esposado, hacia la guarnición de Omsk en Siberia. Las condiciones del presidio fueron extremadamente difíciles para el escritor, epiléptico, pero él encontró consuelo en su única lectura, la Biblia. Allí, en Siberia, se formaron las ideas que conocemos como “dostoievskanas”: que el sufrimiento no es un castigo, sino el secreto de la vida; que para la redención del pueblo ruso no valen las fórmulas occidentales y revolucionarias, sino sólo lo auténtico, lo ortodoxamente ruso. En 1.854, como continuación de la condena, fue enviado de soldado raso a un batallón de castigo. Un año después ascendió a oficial y en 1.857 se casó con María Dimítrievna Isáieva, una joven viuda tísica. El matrimonio resultó ser un fracaso desde el día de la boda, cuando el agitado Dostoievski sufrió un ataque de epilepsia frente a su flamante y sorprendida esposa.

Finalmente, en noviembre de 1.859 obtuvo permiso para regresar a San Petesburgo, donde los círculos intelectuales lo recibieron como a un mártir revolucionario. Para aclarar esa falsa situación, en 1.861 fundó, junto a su hermano Mijáil, la revista “Vremia” ( Tiempo), que pretendía reconciliar occidentalistas y eslavófilos, representantes de las dos doctrinas opuestas. Publicó también algunas novelas, entre ellas Recuerdos de la casa de los muertos(1.861-1.862), que recoge más de un episodio autobiográfico del presidio. En 1.862, con el éxito de la revista pudo realizar su primer viaje al extranjero, pero un año después, las autoridades suspendieron su publicación y él se encontró de nuevo en una dramática situación económica. Con dinero prestado se fue al extranjero para reunirse con la joven y guapa Paulina Suslova, pero ella lo abandonó por un apuesto español y el poco dinero que le quedaba lo perdió jugando al la ruleta.

En 1.864 murió su esposa y unos meses más tarde su hermano Mijáil. Su escasez monetaria se agravó aún más, pues debe hacerse cargo de la familia de éste, como de sus revistas, y también sus ataques se hicieron más frecuentes. Sin embargo fue ésta la época de sus grandes narraciones.

En 1.864 publicó Memorias del subsuelo y en 1.866 su novela más famosa, Crimen y castigo, cuyo protagonista, Raskolnikov, es un estudiante ateo que mata para demostrar su libertad. Para poder cumplir con sus apremiantes contratos, en 1.866 empleó a una taquígrafa, y en veinticinco días le dictó la novela El jugador. Anna Grigorievna Snitkina, la taquígrafa, era una joven de veinte años y de carácter dulce, con quien el novelista se casó al año siguiente. Huyendo de sus acreedores, los recién casados viajaron al extranjero: durante cuatro años deambularon por Europa entregados al trabajo, y el autor, también, a la ruleta. Para poder seguir jugando llegó a empeñar su anillo de boda. No obstante, el juego no le impidió escribir su segunda obra maestra, El idiota (1.868-1.869), y otras novelas más, entre otras la controvertida Endemoniados, inspirada en el juicio al terrorista revolucionario Nechaev y publicada después de su regreso a Rusia, en 1.871.

Regresó envejecido, arruinado, incluso desprestigiado. Sin embargo, con las nuevas obras, especialmente con El adolescente (1.875) y la serie de artñiculos Diario de un escritor ( que empezó a publicar en 1.876) recobró su fama y también, gracias al inesperado talento práctico de su joven esposa, pudo vivir desahogadamente por primera vez. Aunque las desgracias no le abandonaron: en 1.878 murió su hijo Aliosha, golpe terrible para el autor, que ya antes había perdido una niña.

En sus últimos años vivió en su casa de Staria Russa, cerca de san Petesburgo, y trabajó en la que sería su novela magna: Los hermanos Karamazov (1.879-1.880). A estas alturas ya era un escritor muy popular y venerado. En junio de 1.880 pronunció un discurso de gran impacto en un homenaje nacional a Pushkin, en el que formuló su mensaje sobre el destino universal del pueblo ruso. Ésta fue su última intervención pública. El 9 de febrero de 1.881, un mes antes de que asesinaran al zar, falleció Dostoievski, a causa de una hemorragia pulmonar.

4.- CARÁCTER

“Uno espera enfrentarse a un dios, pero se encuentra con un hombre enfermo, pobre, un trabajador infatigable y singularmente desprovisto de la pseudocualidad que tanto reprochaba a los franceses: la elocuencia.”- decía André Gide.

Dostoievski, duro y tesonero en el trabajo, que se afana con correcciones, desmocha sus escritos y tenazmente los reconstruye, página tras página, hasta infundir en ellas toda la intensidad de su alma.

Sin embargo, durante toda su vida le atormenta el doloroso convencimiento de que, de haber dispuesto de más tiempo y una mayor libertad, hubiese expresado su pensamiento con más rigor y justeza:

“Lo que me tortura es la convicción de que si dispusiera de un año para escribir una novela y de dos o tres meses para copiarla y corregirla, mi obra sería distinta.”

¿Qué buscaba? ¿Qué habría conseguido? Sin duda, un mayor fluidez, un mayor sencillez, una más perfecta subordinación de los detalles… Y, no obstante, tal como están, sus mejores obras alcanzan un punto de precisión y de evidencia que uno difícilmente imagina puedan ser sobrepasados.

Esta angustia, este descontento de sí mismo, los ha expresado de cada uno de sus libros:

“Trabajo como un forzado, sin hacer caso de esos hermosos días, que tanto me seducen. Día y noche estoy entregado al trabajo.”

Si Dostoievski, está íntimamente convencido de su valor, por lo menos del valor de sus ideas, es exigente para sí mismo en lo concerniente a sus mejores escritos, obstinado en el trabajo e insatisfecho después:

“Bien sé que, como escritor, tengo muchos defectos, porque soy el primero en estar descontento de mí mismo.”- escríbía un año antes de morir.

Frente a algunos escritores que consideran la vida como “una cosa tan repelente que el único modo de soportarla es evitarla”, Dostoievski no suprime nada. Tiene mujer e hijos, y los ama; no desprecia nada.

Cuando salió de la cárcel, dijo:

“Por lo menos he vivido. He sufrido, pero, de todos modos, he vivido.”

La abnegación que siente por su arte, precisamente por carecer de arrogancia, de premeditación y conciencia, es de una trágica belleza.
Cita a Terencio y no acepta que ningún sentimiento humano le sea extraño: «El hombre no tiene derecho a sustraerse y hacer caso omiso de lo que ocurre en la tierra. Existen para eso razones de morales de orden superior: Homo sum, et nihil humanum…, y así debe obrarse en conciencia.»

No se desentiende de sus dolores, los asume con toda su intensidad. No sólo contra la miseria debe luchar, la pérdida de su hermano y de su primera mujer, no trató nunca de evitar su enfermedad, que le acarreaba trastornos y sufrimientos, y en los últimos años pérdidas de memoria e imaginación, pero a pesar de las crisis se esfuerza en el trabajo:

«Anteayer sufrí un ataque de los más violentos. Sin embargo, ayer no dejé de escribir, en un estado de semilocura…»

A pesar de la miseria, la enfermedad y el sufrimiento que le acompañan durante toda su vida, se entrega al trabajo con renovada obstinación. Nada le desalienta ni le abruma, no escuchamos una protesta, sino agradecimiento, como Job, una sumisión que nos desconcierta.

Nuestro autor no persigue una recompensa, ni le impulsa el amor propio o la vanidad de escritor:

“Al cabo de tres años de haberme consagrado a la literatura, me siento como aturdido. No me doy cuenta de nada y ni siquiera dispongo de tiempo para reflexionar… Han forjado en torno a mí una notoriedad dudosa. No sé hasta cuándo durará este infierno.”

Está tan convencido de sus ideas que su valor humano se funde con ellas y se desvanece.

5.- IDEAS Y TEMÁTICA

En Rusia se ha tratado con frecuencia a Dostoievski, también a Tolstói, simplemente como filósofos y pensadores religiosos. En la época del movimiento simbolista surgió allí toda una escuela de críticos metafísicos que interpretaron la literatura en función de sus posiciones filosóficas propias. Todos ellos escribieron sobre Dostoievski, unas veces utilizándolo como texto para predicar sus propias ideas y otras, reduciéndolo a sistema, pero rara vez entendiéndolo como novelista trágico.

“El pensamiento que me atosiga es saber en qué consiste nuestra comunión ideológica, cuáles son los puntos en que podríamos todos coincidir, sean cuales fueran las tendencias de cada cual.”

Íntimamente convencido de que “en el pensamiento ruso se concilian los antagonismos” de Europa, él, “viejo europeo ruso”, como se definía a sí mismo, se afanaba con todas las fuerzas de su alma por el logro de esa unidad rusa, en la que animados por un gran amor por el país y por la humanidad toda, habrían de fundirse todos los países:

“El vagabundo ruso precisa, para apaciguarse, de la felicidad universal.”

Esta “simpatía universal” está acompañada y fortalecida por un ardiente nacionalismo, que en el espíritu de Dostoievski, constituye el complemento indispensable.

Dostoievski está convencido de que tales contradicciones entre nacionalismo y europeísmo, individualismo y abnegación son sólo aparentes, y, en su opinión, por no comprender más que una faceta de esa cuestión vital, los partidos opuestos permanecen distantes de la verdad.

Se manifiesta sin tregua ni descanso contra los que a la sazón se denominaban en Rusia «progresistas», se subleva contra quienes desarraigan a los rusos:

“Esa raza de políticos que esperaban el progreso de la cultura rusa, no del desarrollo orgánico de las fuentes nacionales, sino de una precipitada asimilación de la enseñanza occidental”

Conservador pero tradicionalista, zarista pero democrático, liberal pero no progresista, individualista, cristiano pero no católico.

“En la nueva Humanidad, la idea estética aparece confusa. La base moral de la sociedad, caída en el positivismo, no solamente no da ningún resultado, sino que ni siquiera puede definirse a sí misma. Se debate a través de una maraña de afanes e ideales. ¿Es que se carece de hechos concretos para demostrar que la sociedad está mal cimentada, que no son esos caminos los que conducen a la felicidad y que ésta no procede de tales fuentes, como se creía hasta ahora? Entonces, ¿de dónde procede? Se han escrito muchos libros, pero se soslaya lo principal: en Occidente se ha perdido a Cristo…y Occidente zozobra por esta causa, únicamente por esta causa.”

Vogüé acuña, cuando estudia la obra de Dostoievski, el término de “Religión del sufrimiento”, que intuyó ya en los últimos capítulos de Crimen y castigo:“Una sola cosa es necesaria: conocer a Dios”, decía Dostoievski, y ese conocimiento quería por lo menos difundirlo a través de su obra, “con toda su humana y angustiosa complejidad”.

Esa felicidad, estar contento más allá del sufrimiento, como ya presintiera Nietzsche…

“El sacrificio voluntario, realizado conscientemente y libre de toda coacción, el sacrificio de uno mismo en provecho ajeno, constituye, a mi entender, el indicio del desarrollo más grande de la personalidad, de su superioridad, de una perfecta posesión de sí mismo, del más completo libre albedrío…”

Mas no se trata del sufrimiento ajeno, o de un sufrimiento universal, sino del propio, como dice el autor; pero:

“¿Es preciso ser, pues, impersonal para ser feliz? ¿Recide la salvación en la inhibición? Yo digo lo contrario.”

Según Dostoievski, el infierno es la región superior, la región intelectual, comprobamos en él una depreciación no sistemática, sino involuntaria, de la inteligencia… como luego veremos en el estudio de sus personajes. Él no siente jamás, lo da a entender, que lo que se opone al amor es el odio, más bien serían las maquinaciones del cerebro.

La inteligencia es lo que se individualiza, lo que se opone pues al Reino de Dios, a la vida eterna, a esa beatitud más allá del tiempo que sólo se alcanza a través del renunciamiento del individuo para fundirse en el sentimiento de una solidaridad distinta.

Monsier de Vogüé ve en él “una sañuda hostilidad contra el pensamiento, contra la plenitud de la vida”, “una santificación del idiota, del parásito, del inactivo”, crítica que también le hace Vladimir Nabokov en su Curso de literatura rusa.

Pero el pesimismo lo trueca Dostoievski en una desatinado optimismo. Con el sentimiento del límite individual, desaparece el de la dimensión de tiempo. El estado de beatitud, prometido por Jesucristo, puede alcanzarse inmediatamente si el alma humana se entrega al renunciamiento. La vida eterna no es cosa futura, y si no la alcanzamos en este mundo hay pocas esperanzas de lograrla. No existe en tal cuestión ni prescripciones ni órdenes, se trata, simplemente, del secreto de la felicidad superior de Jesucristo, como se nos dice repetidamente en el Evangelio: “Si sabéis estas cosas, sois felices.” (Juan 13,17)

Desde este momento, y en seguida, podemos participar de esa felicidad. He aquí el misterioso meollo del pensamiento de Dostoievski y asimismo de la moral cristiana, el divino secreto de la felicidad. El individuo triunfa en el renunciamiento a la individualidad.

No hay cuestión, por transcendente que sea, que no aborde la novelística de Dostoievski. Pero no la aborda nunca de una manera abstracta, las ideas sólo alientan en él en función del individuo: en esto estriba su perpetua relatividad y lo que constituye su fuerza. El personaje X alcanzará tal idea sobre Dios, la providencia o la vida eterna porque sabe que tiene que morir dentro de pocos días o pocas horas, o porque se enfrenta a duras crisis epilépticas, como le sucede al príncipe Mischkin, de El idiota.

Por otro lado, decía Dostoievski:

“Con los buenos sentimientos se hace mala literatura.”
“No existe obra de arte sin la colaboración del demonio.”

Y es que, ningún artista, según cree André Gide, ha dado mayor atractivo a la parte demoniaca que Dostoievski.

El tema del demonio ocupa un lugar considerable en la obra de Dostoievski, al que sitúa no ya en las bajas regiones del hombre, sino en la más alta, en la intelectual, la del cerebro. Las grandes tentaciones que el demonio nos presenta, son tentaciones intelectuales, son interrogantes: ¿Cuál es el poder del hombre? ¿Qué puede un hombre? Estas son grandes preguntas de un ateo que Dostoievski comprendió.

Es la negación de Dios la que provoca la afirmación del hombre: “¿Dios no existe? Pues entonces…, todo está permitido.” (Los endemoniados).

¿Cómo puede el hombre afirmar su independencia?, de aquí arranca la angustia. Cada vez que en las obras de Dostoievski vemos a un personaje formularse esta pregunta, poco tiempo después asistimos a su bancarrota. El fracaso de los personajes intelectuales se debe a que Dostoievski considera al hombre intelectual de escasa o nula capacidad para la acción.

“Existen en el hombre dos requerimientos simultáneos: uno tiende hacia Dios, y el otro hacia Satanás.”, decía Ch. Baudelaire, y durante toda su vida le atormentó a Dostoievski la idea del mal y de la necesidad del mal.

Aunque Dostoievski plantea el problema del “superhombre”, asistimos al triunfo indiscutible de las verdades evangélicas. Pero, si bien sólo ve la salvación en el renunciamiento del individuo, por otro lado, da a entender que jamás el hombre está más cerca de Dios que cuando alcanza el límite extremo de la angustia y la desesperanza, y entonces exclama: “¡Adónde acudir sino a Ti, Señor! Tú posees palabras de vida eterna.” Pero sabe Dostoievski que esta invocación no puede esperarse del hombre prudente y honrado, sólo más allá de la desesperanza y el crimen, más allá del castigo, después de alejarse de la sociedad de los hombres, se encontró Raskolnikov, el protagonista de Crimen y castigo, frente a frente con el Evangelio.

DOSTOIEVSKI 2ª PARTE